Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos
N° 3. Año 2016. ISSN: 2525-0841. Págs. 76-92
http://criticayresistencias.comunis.com.ar
Edita: Colectivo de Investigación El Llano en Llamas
Hábitat popular boliviano en Buenos Aires. Identidades estratégicas contra la exclusión de la ciudad neoliberal[1] [2]
Bolivian popular habitat in Buenos Aires. Strategic identities
against the exclusion of the neoliberal city
Héctor Parra García[3]
Resumen
Este artículo pretende analizar el complejo entramado organizativo de los migrantes bolivianos en el Conurbado de la ciudad de Buenos Aires. Desde un breve recorrido geográfico-histórico de la migración boliviana en Argentina, mostraremos cómo este colectivo ha logrado imbricarse en los imperativos de la globalización “desde abajo” a partir de la resignificación de sus identidades culturales originarias. A través de estrategias autogestivas y de los diferentes repertorios de acción popular que derivan de ellas, los migrantes bolivianos han superando la germinal posición de enclaves étnicos para conformar, en cambio, espacios socioculturales transurbanos propios. Esto nos permite proponer la categoría de “hábitat popular” como herramienta de análisis para dar cuenta de los fenómenos de territorialización urbana y subjetivación política de los sectores subalternos, en la era del neoliberalismo del Siglo XXI.
Palabras clave: neoliberalismo desde abajo, hábitat popular, identidad estratégica.
Abstract
This article aims to analyse the complex organizational framework of Bolivian migrants in the conurbation of Buenos Aires. From a brief geographical and historical overview, related to Bolivian migration in Argentina, we will focus on the different ways Bolivians managed to insert themselves, and throughout the resignification of their original cultural identities, in the context of “globalisation from below”. Starting from the analysis of these self-management strategies and from the repertoires of popular actions that arise from them, Bolivian migrants have overcome the germinal position of ethnic settlements, to conform instead their own trans-urban sociocultural spaces. This allows us to propose the category of "popular habitat" as an analytical tool to account the phenomena of urban territorialisation and political subjectivity of subaltern societies in the Neoliberal Era of the XXIst Century.
Key words: neoliberalism “from below”, popular habitat, strategic identity.
“Los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo escenario geopolítico decisivo”
Mike Davis, 2007.
Introducción
Llama la atención cómo el ciclo de protestas que cimentaron las bases de la era de gobiernos progresistas sudamericanos, tuvo el epicentro de las mayores movilizaciones populares en las barriadas y villas de las periferias urbanas. El “caracazo” venezolano de 1993, los piquetes en Buenos Aires de 2001, y la Guerra del Gas de El Alto-Bolivia- en 2003, nos muestran el protagonismo de nuevos sujetos políticos cuyas estrategias más relevantes son la autogestión, el comercio informal y la asamblea callejera. Por tanto, una lectura obrerista o campesina de sus formas de identidad y organización política resulta del todo insuficiente.
¿Qué provoca este despertar político de las periferias latinoamericanas? Al interior de las periferias, ¿se gestan nuevas contradicciones de clase imperceptibles con la lupa de la sociología de los movimientos sociales? Estos actores populares ¿son víctimas pasivas de la globalización o han sabido apropiársela y negociarla en sus intersticios? ¿Se está gestando al interior de las periferias urbanas un hábitat popular[4] donde prevalecen recursos comunitarios para su construcción cotidiana?
Estas preguntas nos permiten imaginar las paradojas que subyacen de un fenómeno tan reciente como la inserción popular al mercado global, por parte de algunos colectivos en las periferias de las ciudades latinoamericanas durante la crisis del neoliberalismo. La progresiva expansión urbana de la población latinoamericana, que ha pasado del 40% en 1950 al 82% en 2012[5], y la continua degradación y segregación social[6] en las periferias de sus ciudades (DAVIS, 2007), hace que miremos a los habitantes de estas periferias como sujetos políticos claves en los procesos de resistencia popular e identidad urbana del Siglo XXI. Analizar los procesos de la periferización urbana en Latinoamérica nos obliga a una delimitación espacio-temporal para dar cuenta de la complejidad de este fenómeno.
La migración boliviana en la provincia de Buenos Aires resulta muy significativa para comprender los actuales procesos de periferización urbana y auge económico popular en la región, en dos sentidos: por un lado, supone una migración transnacional de larga duración (más de ochenta años de continuas migraciones rurales y urbanas) que ha logrado insertarse en los intersticios[7] más marginales de la economía bonaerense, configurando ciertas identidades estratégicas que surgen de su situación de discriminación y de cierto capital cultural comunitario (PIZARRO, 2009). Por otro lado, los autoemprendimientos de los migrantes bolivianos fueron favorecidos por una “estructura de oportunidades políticas” en Argentina (GAVAZZO, 2008), operando como una red de enclaves étnicos[8] a lo largo de esta geografía, articulando mercados globales de mercancías y de trabajo que permiten acceder a un consumo popular que no es posible a través del mercado formal. Dicho fenómeno ha sido denominado “globalización desde abajo” (PORTES Y LAUREN, 1989) o “neoliberalismo desde abajo” (GAGO, 2015) y da cuenta, entre otras cosas, de las nuevas formas de explotación y sobrevivencia de las periferias urbanas en la era de la globalización.
Breve historia de los bolivianos en Argentina
Si bien los flujos migratorios desde tierras bolivianas hacia Argentina se remontan a tiempos virreinales, su relevancia demográfica comienza a finales del Siglo XIX (1890-1930), en una etapa que la geógrafa Susana Sassone califica de “fronteriza”: una demanda estacional de mano de obra masculina para cosechas en el norte argentino (principalmente Jujuy y Salta), provenientes de comunidades de no más de 200km de distancia (próximos a Tarija) y que se radicaban para realizar tareas por plazos no superiores a los dos meses (SASSONE, 2009).
Con el tiempo, se suman otros tipos de cosechas (también estacionales) que fueron complementando las labores a las que se dedicaron los migrantes. Entre las décadas del treinta y sesenta, una creciente mano de obra boliviana realizaba “el año de trabajo agrícola” entre la zafra de azúcar (junio-octubre) y la plantación de tabaco (agosto-abril), de tal modo que comenzaron a figurar distintos asentamientos de bolivianos en los cinturones hortícolas del norte argentino. Según Benencia y Karasik (1994), la revolución verde que en los años sesenta experimentarían los cinturones hortícolas de las ciudades de Córdoba, Rosario y Buenos Aires, encontrarían en estos flujos migratorios la fuerza de trabajo clave para su expansión.
Los años cincuenta marcarán un punto de inflexión en la historia migratoria argentina. Por primera vez existe una cesantía en la llegada de trabajadores europeos, así como un incremento constante de migraciones limítrofes (paraguaya y boliviana, principalmente). En 1947 el 77% (1.878.053) de los migrantes provenía de países europeos, frente a un 12.9% (313.264) de migrantes de procedencia limítrofe. A lo largo de las siguientes décadas, la proporción de migrantes europeos se redujo de forma paulatina, siendo en 2010 solo el 11.8% (213.103) de los migrantes, mientras que el 68.9% (1.245.054) lo hacen de países limítrofes (INDEC, 2010). En el año 2003, la cancillería boliviana estimaba en 947.503 el número de bolivianos en Argentina (SASSONE, 2009), mientras que algunas federaciones y asociaciones bolivianas calculaban una población migrante de dos millones en el año 2002 (ZALLES CUETO, 2002).
A decir de Sassone (2009), en los años sesenta la migración boliviana se regionaliza[9] debido a una mayor demanda de trabajadores agrícolas en regiones que van más allá del norte argentino. Pero además, estos grupos migrantes conformarían un amplio conjunto de trabajadores estacionales agrícolas que complementan sus rentas con otros empleos en las ciudades, principalmente en el sector doméstico y de construcción (BENENCIA Y KARASIK, 1994). De esta manera, las migraciones estacionales dan paso al paulatino asentamiento urbano de bolivianos en villas miseria[10] de las ciudades nordestinas y del Área Metropolitana de Buenos Aires (en lo sucesivo, AMBA) (MUGARZA, 1985). Se refuerza la dedicación de los hombres a la construcción, coincidiendo con la demanda de infraestructura gubernamental y al auge inmobiliario. Las mujeres, en cambio, se dedicaban a la venta callejera, al comercio minorista de verduras y al servicio doméstico (SASSONE, 1987).
A finales de la década de los ochenta, y en consonancia con la liberalización económica, comienza una etapa “trasnacional” donde los flujos migratorios bolivianos reproducen continuos e imperceptibles movimientos entre Bolivia y Argentina. Será durante los años noventa, cuando la presencia de migrantes bolivianos se intensifica en el territorio argentino. Dos terceras partes de los migrantes bolivianos residirán en el AMBA, intensificando la densidad demográfica de las villas y asentamientos irregulares; mientras que el resto se distribuye en prácticamente la totalidad de las provincias. En relación a lo laboral, consolidan su presencia en los cinturones hortícolas de las principales ciudades del norte (SASSONE, 2002); a la vez que se evidencia el protagonismo de la mujer boliviana en la economía, siguiendo el patrón global de feminización del trabajo[11] y la sobrexplotación de la fuerza laboral.
A comienzos del Siglo XXI, ya con la presencia de la inmigración boliviana en casi todo el territorio argentino, se hace visible una reconfiguración del espacio socio territorial de los migrantes bolivianos. En primer lugar, la capacidad de movilidad geográfica y sus estrategias de autogestión han constituido una red de economías de enclave étnico que, a lo largo de los años, se han consolidado como hegemónicas a nivel local. En segundo lugar, adquiere cada vez mayor visibilidad las acciones religiosas como las challas masivas a la virgen de Urkupiña “patrona de los migrantes”, las ferias -como La Salada-, y también las fiestas -como Alasitas en Parque Avellaneda-; esto ha eclipsado el espacio público del AMBA ya que permiten visibilizar su actuación social, ayudando a su vez, a superar la discriminación y la exclusión de la que han sido víctimas durante años.
Hoy en día, dos terceras partes de los migrantes bolivianos residen en el AMBA. La distribución poblacional de migrantes bolivianos responde a dos dimensiones significativas: por un lado, se observan comunidades según departamento de origen, es decir que se identifican agrupamientos de cochabambinos, paceños, potosinos, cambas, por ejemplo en Villa Lugano, Barrio Samoré, Villa Soldatti, Barrio Charrúa en el área conocida como el Bajo Flores, en el CABA, o en asentamientos más precarios encontramos la Villa 1-11-14, Villa 6, Barrio Calacita, Villa 20 y Villa 15 (SASSONE, 2009), mientras que fuera del AMBA los bolivianos habitan, desde hace décadas, en los Partidos del Gran Buenos Aires como Escobar, Pilar y Luján.. Pero además, por otro lado, las áreas de residencia de bolivianos se ligan íntimamente con los espacios de trabajo, comercio y esparcimiento de la misma colectividad. Esto ha supuesto una reconfiguración urbana también dentro de los barrios migrantes. Los negocios dentro de los barrios y villas donde habitan los bolivianos responden a las necesidades de consumo de los connacionales; una modalidad de enclave étnico que responde, de forma innovadora, a las necesidades de inserción económica frente a la reconversión urbana posindustrial[12] de Buenos Aires.
Algunos hogares bolivianos son también talleres textiles que incorporan estrategias familiares y de vecindad, nunca exentas de relaciones de solidaridad y de explotación. Tal como apunta Gago (2015), podríamos entender las periferias urbanas latinoamericanas desde el abigarramiento[13] de sus territorialidades donde la dinámica de sus fuerzas productivas se anclan sobre la explotación y el comunitarismo. El mercado de trabajo informal de los bolivianos se basa, principalmente, en una amalgama de relaciones de familiaridad y proximidad que se imbrican con expectativas individuales de autoemprendimiento, muy proclives a la explotación laboral.
Esta dinámica de hogar-fábrica ha sido denunciada en los tribunales argentinos como formas de “trabajo esclavo". Sin embargo, las mismas víctimas niegan que se trate de esta forma de trabajo, sino que argumentan que ellos mismos "autoemprendedores" en busca de lograr montar su propio taller (GAGO, 2015). La aspiración de los talleristas chicos, cuentapropistas y asalariados es “trabajar duro” a fin de ahorrar y “poder independizarse y convertirse en empresarios”, teniendo como ejemplo a sus propios patrones (SASSONE, 2009).
Además, la producción de estos talleres también impacta en la forma en cómo se configura el territorio. La realización de la mercancía pirata o “trucha”[14] que se fabrica en los talleres textiles, son luego puestos a la venta en las ferias de La Salada y Avenida Avellaneda, lugares donde los minoristas compran para revender las mercancías en otras ferias de la ciudad y del país. Más que una reproducción de las marcas como símbolo de estatus, encontramos en estas actividades informales una fuente instituyente de creación de nuevos sentidos sociales por parte de los migrantes bolivianos, que facilitan el consumo popular de mercancías a las clases bajas. Esta dinámica informal reinventa las formas de intercambiar, producir y relacionarse entre sus distintos actores al brindar circuitos de trabajo y redes de consumo locales diferentes a los intercambios en el comercio formal[15].
Diversos estudios como los realizados por Vega (Ciudad de México-Los Ángeles, EUA, 2015), Tassi (comercio popular aymara, Bolivia, 2013) o Rabossi (Ciudad del Este, Paraguay, 2003), nos muestran la presencia de un ensamblaje trasnacional de mercancías que articulan distintos mercados y ferias populares tan distantes como “La 16 de Julio” en El Alto, “La Salada” en Buenos Aires o Guangzhou “La fábrica mundial de mercancía copia” en China. Hoy en día no podríamos concebir el acceso a ciertos bienes y servicios para la mayor parte de la población mundial sin la participación de los canales de distribución popular que se forman en los intersticios del comercio formal y que se articulan a través de redes de vecindad, familiaridad o parentesco (LINS, 2015).
El punto de reunión entre oferentes y demandantes de trabajo se encuentra en las federaciones culturales, tales como la Federación de Asociaciones Folklóricas Culturales Bolivianas (FAFCB) o la Colectividad Boliviana en Argentina. Por tanto, los emprendimientos económicos son recubiertos de un matiz “culturalista” (Pizarro, 2009)[16]. Estas federaciones condensan cierto “saber hacer” comunitario boliviano, ya que extendiendo el poder de gueto que da la adscripción a estas mismas, se validan como los legítimos intérpretes de las tradiciones bolivianas.
La presencia de bolivianos en Argentina es un fenómeno de larga duración que ha experimentado distintas reconfiguraciones a partir de flujos de trabajo y que, en tiempos del neoliberalismo, ha consolidado distintos territorios y actividades económicas a partir de su fuerte raigambre cultural y familiar. Ahora bien, ¿en qué consisten exactamente estas estrategias organizativas? ¿Cabría imaginar en este hábitat popular boliviano una alternativa ante la exclusión social del neoliberalismo del Siglo XXI?
Identidades estratégicas de los inmigrantes bolivianos
Empleamos el término de “identidad estratégica” no como una acepción individual y electiva, sino como un concepto que da cuenta de los repertorios de acción e imaginarios colectivos con los que cuentan los sectores populares para asumir, negociar o negar la globalización hegemónica. A su vez este concepto muestra el potencial que las identidades poseen para conformar la globalización popular dado el carácter contingente y performativo de las prácticas cotidianas de sus actores.
Dar cuenta de las identidades estratégicas desplegadas por los bolivianos en sus proyectos migratorios en Argentina, implica prestar atención a un conjunto de dimensiones analíticas. Éstas son: migratoria, espacial, económica de reproducción, política y género. A pesar de su tratamiento por separado, hay que considerarles de manera integral dado que en el fenómeno del hábitat popular y las identidades estratégicas, convergen distintas densidades sociohistóricas que no se agotan desde un enfoque unidisciplinario.
La dimensión migratoria propone múltiples perspectivas teóricas que centran su mirada en el análisis de los actores principales de la migración: los migrantes, las asociaciones que desarrollan y la sociedad de acogida. De ello deriva que existan distintas perspectivas que den prioridad a distintos comportamientos de estos tres actores: la psicología del migrante, el papel de la legislación migratoria, los impactos culturales a la sociedad receptora, son algunos ejemplos.
En este trabajo, sostenemos una perspectiva marxista cultural que analiza las migraciones desde una dialéctica sociohistórica y que considera la movilidad de las personas bajo condicionamientos económicos, culturales e ideológicos de la sociedad de procedencia. Los repertorios culturales de la sociedad de origen son “resignificados” por los inmigrantes condicionando sus prácticas y sus representaciones. Es importante resaltar el papel que juega la discriminación y el rechazo de la sociedad argentina de acogida en la conformación de ciertos esencialismos identitarios por parte de los migrantes bolivianos.
Según Pizarro (2009), las federaciones y asociaciones bolivianas han superado la condición de gueto que supuso la primera etapa de enclave étnico para articular espacios sociales múltiples en toda Argentina, donde “comparten la experiencia de residir en el extranjero, articular un sentimiento de pertenencia y de devenir de una nación, región o etnia” (PIZARRO, 2009: p.11). Es en el seno de estas federaciones donde se logran desplegar:
“las estrategias propias de la diversidad cultural andina: la religiosidad popular, las fiestas, los bailes, las comidas y el asociacionismo. Todas ellas se traducen en prácticas que organizan la vida cotidiana y la secuencia de las actividades a lo largo del año calendario, con tiempos lineales y tiempos circulares” (SASSONE, 2009: p.172).
Dicho entramado socioterritorial boliviano, invisible para la mayoría de los argentinos, tuvo una de sus mayores apariciones en el escenario político bonaerense en el año 2006, con las manifestaciones que sucedieron a la propaganda discriminatoria del “trabajo esclavo” y el cierre de treinta talleres textiles clandestinos bolivianos[17]. Bajo las consignas “No soy esclavo, soy trabajador”, “El taller no es mi cárcel, es mi fuente de trabajo” o “Queremos plazo para acondicionar nuestros talleres”, se abrió un amplio debate sobre cómo leer este tipo de relaciones de trabajo al interior de una comunidad tan arraigada culturalmente. Uno de los principales argumentos sostenía que estos talleres son la punta de lanza de la nueva configuración productiva del neoliberalismo del Siglo XXI.
A pesar de las precarias condiciones laborales, este tipo de empleos son la única alternativa de ingresos para un sector muy amplio de la población, no sólo boliviana. A su vez, la mayoría de los clientes de estos talleres informales son las principales firmas internacionales que han basado su rentabilidad en la sobreexplotación de la mano de obra parar fabrica sus prendas y ser competitivos en el mercado global (VALENTE, 2006).
Revisar las trayectorias constitutivas de la ciudad neoliberal del Siglo XXI resulta clave para comprender la dimensión espacial de este “ensamblaje popular” (GAGO, 2015) de los migrantes bolivianos en Buenos Aires. La ciudad neoliberal (basada en la policentralidad y la fragmentación urbana) vino a reestructurar el modelo de ciudad fordista orientado a la verticalización industrial y el resguardo del mercado interno, dirigido a partir de políticas económicas keynesianas. Algunos autores como Harvey (2000) consideran que más que un reemplazo, la ciudad neoliberal es la última marca del palimpsesto de la ciudad fordista, en tanto que se superpone a las estructuras del pasado sin borrar, del todo, las huellas del mismo. Por tanto en las ciudades del siglo XXI, coexisten bastos territorios autoconstruidos y marginales, conjuntos habitacionales que nos recuerdan el proyecto obrero de planificación urbana, y los incipientes enclaves de residencias y closters en los que se basa la mercantilización de la ciudad neoliberal.
Las tendencias más significativas de los procesos de urbanización latinoamericana en la era neoliberal son la búsqueda de plusvalía urbana, la desestructuración de los regímenes laborales, el abandono a la planificación urbana orientada al conjunto de intereses de la población, la proliferación del city marketing y la policentralidad urbana (DE MATOS, 2006). Esta policentralidad, fragmentación y mercantilización de la ciudad ha permitido la proliferación de prácticas informales en los múltiples intersticios que subyacen de este western económico.
Las metrópolis neoliberales de América Latina han abandonado por completo la rectoría económica y la planificación de sus barrios y barriadas, dejando a la especulación inmobiliaria el ensanche incontrolado del suelo urbano, y a la autogestión de los sectores populares, la dotación de servicios al interior de sus barriadas y villas. De este fenómeno que se presenta como “irreversible”, podemos retomar la noción de “desborde popular” (MATOS, 1984) que consiste en la acelerada e irrefrenable ocupación de todos los “espacios vacantes” de la ciudad, de tal modo que lo formal queda “inundado” por un mar de villas y asentamientos irregulares. Cada vez más, las ciudades latinoamericanas adquieren la forma de pequeñas manchas de espacios concebidos para la reproducción del capital global, rodeadas por un océano de espacios vividos por la mayoría de su población, desbordantes y moldeadores de la cotidianidad popular.
En los intersticios del modelo de ciudad neoliberal bonaerense se inserta la ocupación urbana de los bolivianos, con tal dinamismo que podemos hablar de una emergencia económica popular. Según Zalles Cueto (2002), podemos entender estas territorialidades socioculturales bolivianas como un “enjambramiento cultural”. Este modo de “ensamblaje popular” potencia los capitales comunitarios que permiten los emprendimientos migratorios estacionales de los bolivianos en la Argentina. Dicha red de relaciones de solidaridad, parentesco y explotación tienen en la feria (espacio de intercambio informal), la villa (espacio de asentamiento y organización territorial), el taller (espacio de trabajo y producción) y la fiesta (espacio de frenesí e intermediación cultural), los lugares de realización y reproducción de su vida cotidiana.
De ahí que proponemos considerar la categoría de “hábitat popular” más allá de su mero sentido habitacional, para tratar de problematizar, en cambio, cómo los sectores populares de las periferias urbanas logran combinar lógicas de solidaridad y explotación, para colocarse (siempre de manera liminal) dentro de los intersticios de la ciudad neoliberal. En muchas ocasiones dicho hábitat se presenta como la única vía para obtener bienestar social para una gran parte de la población. Estas estrategias populares de hacer vivible el neoliberalismo han logrado incrementarse y potenciarse conforme se agudiza la crisis y la segregación social[18] del modelo neoliberal[19].
La dimensión económica de reproducción nos permite observar como las prácticas de reciprocidad y solidaridad que predominan en el comercio popular de las ciudades bolivianas, son resignificadas en el contexto del comercio informal, el arrendamiento popular y los emprendimientos agrícolas de los migrantes en Buenos Aires. Estas prácticas generan instituciones emergentes, legítimas para ellos aunque muchas veces no reconocidas por la legalidad oficial argentina.
Desde los años noventa, Benencia (1994) ha estudiado el auge comercial boliviano en el sector hortícola del norte argentino. Este autor, propuso el concepto de “escalera boliviana” para referirse al:
“conjunto de organizaciones de base campesina que paulatinamente va ocupando distintos eslabones de la cadena de producción y distribución hortícola a partir de la construcción de oportunidades de negocio por medio de redes de información basadas en la vecindad y el parentesco” (BENENCIA, 2012: p. 176).
Estos emprendimientos comienzan con una parcela trabajada por dos o tres familias y han terminado incluso ocupando un lugar protagónico en el mercado hortícola que abastece a la ciudad de Buenos Aires. La finalidad última de estos emprendimientos, de base comunitaria, es alcanzar los eslabones más altos de la cadena de valor de la producción: construir su propio mercado de distribución minorista y mayorista de hortalizas, conformado por puesteros bolivianos y por verduleras ambulantes bolivianas (BENENCIA, 2012).
Otra estrategia económica muy recurrente en el comercio popular boliviano es el financiamiento comunitario pasanako (“pasa entre nosotros”), que consiste en aportes económicos que realiza una colectividad con la finalidad de disponer de un “fondo en dinero” para ser aprovechada por sus miembros a través de una asignación por turnos. También utilizado por distintos comerciantes para cubrir costo de importación de mercancías con la misma modalidad de aportes colectivos. Esta estrategia económica de origen aymara está presente en toda la red trasnacional de comercio boliviano y, a juicio de Tassi y Medeiros (2013), permite el funcionamiento de las importaciones de mercancías bolivianas provenientes de los puertos chilenos de Arica, Iquique y Antofagasta, pero también de Ciudad del Este en Paraguay, y de Córdoba, Rosario y Buenos Aires en Argentina.
El ayni o reciprocidad del “te doy y me devuelves cuando puedas, lo que puedas”, una práctica muy recurrente entre los comerciantes más pobres de las ferias bolivianas, es parte de la vida cotidiana de los migrantes en sus distintas etapas de adaptación. En diversas ferias bolivianas los pequeños comerciantes que no logran vender sus mercancías son ayudados por otros colegas que las compran con la única finalidad de lograr “compensar el mal día” de venta. Otra práctica recurrente de ayni es la cooperación para lograr “fondos de emergencia” para comerciantes que se encuentran en situación de vulnerabilidad., la mayoría de los intercambios entre comerciantes con los prestadores de servicios de guarderías, policlínicas y comedores que se encuentran dentro de las ferias y villas, pasa por este tipo de intercambios basados en la proximidad (PARRA, 2013).
No habría que desdeñar la apropiación negativa de estas prácticas culturales, principalmente en los más de cinco mil talleres textiles clandestinos que existen en Buenos Aires. Los dispositivos de explotación sobre los que se sostiene la ganancia del comercio informal pasa por una mezcla de autoemprendimiento inmigrante y de capital comunitario, que deriva de las prácticas culturales originarias de los bolivianos, lo que complejiza su calificación como “trabajo esclavo”. El sentido negativo de este supuesto “trabajo esclavo” en los talleres textiles, puede ser matizado al argumentar que la acumulación de capital que subyace de estas actividades responde más a “una forma fractal de acumulación de capital”[20] (GUTIÉRREZ, 2011) que a la tradicional forma vertical e infinita de acumulación de capital.
Los migrantes bolivianos desarrollan además un repertorio de acciones que, desde su dimensión performativa, generan respuestas colectivas a situaciones de vulnerabilidad. El termino “bolita”, por ejemplo, usado peyorativamente para discriminar a los bolivianos, ha sido reapropiado por ellos mismos, dotándolo de un sentido de identidad positivo[21] al autoidentificarse con ese calificativo y usarlo para nombrar cariñosamente a los más allegados.
También desde las fiestas patronales y la conformación de grupos teatrales, los bolivianos (principalmente la primera generación argentina de origen boliviano) usan la performance de sus danzas no solo para reconstruir permanentemente su identidad, sino para proyectar imágenes que se contrapongan a los estereotipos que frecuentemente los estigmatizan. A través de sus danzas, “tratan de superar el modelo instrumental que trata de sujetar sus cuerpos en el mercado de trabajo para mostrar su corporalidad con una agencia creativa y activa” (CANEVARO y GAVAZZO, 2009: p.329).
La dimensión política nos permite atender a las federaciones culturales y colectividades bolivianas que lograron tener reconocimientos tanto en Argentina como en Bolivia, a partir de la visita de la cancillería boliviana a Buenos Aires, en 2004. En este año se logró el pleno reconocimiento migratorio de los bolivianos y existió toda una agenda cultural que permitió su visibilidad como colectividad histórica que participa en la pluricultural nación argentina[22].
Sin dejar de lado el ambiente de distensión y cooperación que se generó tras la apertura de la agenda diplomática por parte de los gobiernos progresistas de ambos países, la colectividad boliviana ha logrado mantener un alto grado de cohesión a partir de cierta resignificación de las formas horizontales de participación rotativa y deliberativa. Estas características son muy recurrentes en algunas organizaciones políticas de base radicadas en Bolivia tales como la Federación de Juntas Vecinales (FEJUVE) o la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB).
El conjunto de actividades económicas y culturales que hemos descrito hasta ahora, quedan institucionalizadas (por sus propios actores) a través de las asociaciones y las federaciones culturales. Estas federaciones resaltan la identidad cultural como un recurso estratégico que les permite reproducir sus actividades económicas y, a su vez, constituirse como un canal de intermediación política con el gobierno local[23]. Dichas asociaciones han sabido apropiarse cultural y simbólicamente del despertar político y la política callejera (ARBONA, 2008) que se vive en algunas ciudades bolivianas, y trasvasar parte de esa ciudadanía popular al interior de sus organizaciones radicadas en Argentina..
Estas organizaciones de base han ido incorporándose a la política callejera bonaerense, producto del cúmulo de luchas y resistencias que en los últimos quince años han protagonizado organizaciones villeras, piqueteras y sindicales. De este modo, han logrado consolidar un espacio de disputa territorial con respecto a los proyectos de ciudad del neoliberalismo argentino.
Por último, es importante considerar la dimensión de género que sitúa la migración boliviana en Argentina como emblemática de los patrones globales de “feminización del trabajo migratorio trasnacional”. De acuerdo a estimaciones del Censo Nacional de Población, las mujeres bolivianas migrantes pasaron de ser el 18% en los años setenta, a representar el 50% en el 2001 (INDEC, 2001).
Un nuevo modelo migratorio femenino, enclavado en el trabajo informal del servicio doméstico, ha permitido modificar la tradicional estructura migratoria masculina. Si bien se preservan las estructuras asimétricas entre géneros, la presencia del trabajo inmigrante femenino ha transformado las relaciones de convivencia y la reproducción cultural de la colectividad (BENENCIA y KARASIK, 1995) ya que la política cotidiana de los cuidados y de la identidad cultural de la comunidad de origen vuelve a situarse en el centro de las asociaciones (MAGLIANO, 2008).
El predominio de los valores de uso en la vida organizativa cotidiana aparece estrechamente ligado al papel de las mujeres (ZIBECHI, 2008. Allí donde la lógica doméstica y de cuidado del espacio logra expandirse en las organizaciones populares, prevalece una visión cíclica de la vida y una mayor horizontalidad política.
Reflexiones finales
La migración boliviana en Buenos Aires puede entenderse como un laboratorio social permanente para comprender las trayectorias y sentidos de la organización popular de las periferias latinoamericanas, que enfrentan la exclusión y la segregación social del modelo de ciudad neoliberal. Sus recursos comunitarios abren una veta muy fecunda para analizar la economía informal más allá de los fenómenos que evoca, presentando el lado subjetivo de los actores que la protagonizan.
De ahí que la categoría de hábitat popular se presenta como una herramienta de análisis que nos permite comprender el complejo y molecular proceso de conformación de contradicciones de clase que se gestan en el interior de las diferenciaciones de etnia, género y acceso a la ciudad, principalmente en las metrópolis de segundo orden [24] como las de América Latina (SASSEN, 1999).
De ahí la importancia de mostrar a las prácticas económico populares de los migrantes bolivianos desde una perspectiva integradora, donde las trayectorias históricas de la migración, la resignificación tanto de las identidades culturales como de las organizaciones políticas originarias, la formación de cadenas de cuidados y las relaciones de solidaridad e invisibilidad económica, suponen repertorios de acción con las que los migrantes bolivianos cuentan para apropiarse, negociar y resistir la globalización hegemónica y el modelo de ciudad neoliberal que las soportan.
Referencias
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Dossier “La ciudad neoliberal: disputas en torno a lo urbano”.
Hábitat popular boliviano en Buenos Aires. Identidades estratégicas contra la exclusión de la ciudad neoliberal
Héctor Parra García
[1] Este artículo es uno de los productos académicos del seminario PAPIIT IN300315 “Estados nación y movimientos indígenas en el sistema mundo. Una mirada latinoamericanista” del Centro de Investigación Sobre América Latina y el Caribe (CIALC_UNAM, México) cursado en el año 2016.
[2] Fecha de recepción: 28/10/2016. Fecha de aceptación: 12/12/2016.
[3] Maestro en Estudios Latinoamericanos de la UNAM, es doctorante de la misma casa de estudios con el proyecto de investigación: “Experiencias organizativas y economía popular en las periferias urbanas latinoamericanas. El caso de El Alto, Bolivia y la Colectividad Boliviana en Buenos Aires”. A nivel maestría, ha desarrollado un proyecto de investigación sobre “El auge del comercio popular en El Alto, Bolivia”. Actualmente su tesis de maestría esta en proceso de publicación. Ha publicado diversos artículos en revistas nacionales e internacionales sobre temas de emergencia económico popular indígena en contextos urbanos, el papel de la sociología de la imagen como nueva fuente histórica de los pueblos originarios, las discusiones en torno al “buen vivir” en el contexto de las periferias bolivianas, entre otras.
[4] La categoría de hábitat popular da muestra de la diferenciación entre “hábitat” como mera condición habitacional, y “habitar” que recoge la condición esencial del ser humano de darse forma al construir su propio mundo. En este sentido, el hacer la ciudad desde prácticas populares (en este caso, de los migrantes bolivianos) debe considerarse como una apropiación del espacio urbano donde prima el valor de uso centrado en la reproducción de la vida popular, en detrimento de la construcción del espacio geométrico necesario para la valorización del valor del capital. Para más detalle véase: LEFEBVRE, 2013.
[5] Para un estudio cuantitativo más detallado de los procesos de expansión, segregación y desigualdad urbana véase: ONU-HÁBITAT, 2012.
[6] En este artículo utilizamos el término “segregación social” desde una dimensión espacial. A partir de distintas marcas liminales tales como la diferenciación étnica o de ingresos, las ciudades se van conformando por zonas residenciales, conjuntos habitacionales y barriadas, con accesos muy desiguales a servicios básicos como salud, educación, trabajo, etc.
[7] Del mismo modo que en Biología se utiliza el termino “intersticio” para dar cuenta de la compleja biodiversidad que puede haber en un resquicio de algún ecosistema, retomamos este concepto para entender como en las pequeñas hendiduras del capitalismo existe un universo de intercambios y relaciones sociales basadas en el sentido común, la proximidad y las necesidades más elementales de los sectores populares, funcionando acorde a los requerimientos de la globalización.
[8] Por “enclave étnico” podemos entender el conjunto de personas pertenecientes a una misma colectividad étnica o nacional que, por sus especificidades identitarias, logran insertarse en una ciudad o país distinto al de su procedencia. Si bien existe una amplia investigación sobre los enclaves étnicos desde comienzos de los setenta, en la época de la globalización este fenómeno ha cobrado relevancia dadas las numerosas ventajas sociales que supone la inserción migratoria por la vía de estos enclaves. Para más detalle véase: PORTES, 2012. También utilizaremos, a lo largo de este trabajo, el concepto de “enclave étnico” para referirnos a los procesos asociativos de la migración trasnacional que se colocan desde núcleos identitarios de exaltación de algunos rasgos de la cultura nacional para constituir federaciones y mercados propios. Desde la teoría económica, dichos enclaves étnicos han sido estudiados como ejemplos exitosos en la adaptación de los sectores marginales al mercado globalizado.
[9] En este contexto entendemos la “migración regional” como el conjunto de desplazamientos de una población a una región específica de otro país, debido a una expansión económica o a una mayor demanda de trabajo, temporal o permanente.
[10] A pesar de que los asentamientos urbanos irregulares se remontan a comienzos del Siglo XX, el término “villa miseria” -que toma su nombre de la novela Villa miseria también es América (1957) de Bernardo Verbitsky- es quizás el que mayor carga simbólico política connota a los fenómenos de “desborde” urbano popular en la Argentina.
[11] Entendemos por “feminización del trabajo” el proceso global por el cual se feminiza la precariedad de las vidas de migrantes y otros trabajadores. Para más detalle véase FEDERICI, 2013. En América Latina y, en especial, en el caso de las migrantes bolivianas que nos ocupa, la feminización del trabajo es consecuencia del tipo de vida de muchas mujeres que asumen solas la carga (económica y reproductiva) familiar.
[12]Por reconversión urbana postindustrial entendemos al conversión del espacio urbano que experimentaron las principales metrópolis del mundo, basado en privatización de empresas públicas, la externalización de los procesos productivos a otros países. Esto ocasionó el desplazamiento del modelo “Le Corbusier” de ciudad basado en cubrir las necesidades espaciales de los trabajadores a uno bipolarizado donde se intensifica la población pauperizada en zonas marginales que rodean exclusivas áreas residenciales, mismas que son la punta de lanza de un proyecto de ciudad basado en la mercantilización del suelo urbano.
[13] Retomando el concepto de abigarrado de Bolívar Echeverría, encontramos que los sectores subalternos latinoamericanos han desarrollado desde la conquista formas peculiares de hacer vivible el hecho capitalista. Comportamientos colectivos o “ethos” que sincretizan formas vernáculas de vida comunitaria con los mecanismos más brutales de coacción que permiten la explotación en las periferias del sistema mundial capitalista.
[14] Una existe una definición consensuada de mercancía pirata o trucha (como coloquialmente se le conoce en Argentina). Hay autores que consideran una mercancía pirata aquellas que utilizan logos y etiquetas de marcas originales, mientras que otros consideran como piratas a toda aquella mercancía que no pase por controles fiscales o aduanales. Lo cierto es que las mercancías pirata han tenido un aumento exponencial conforme se incrementa la globalización formal. Esto se debe a las mismas razones por las que ha tenido tanto éxito la industria del lowcost: la producción basada en la sobrexplotación de la fuerza de trabajo (principalmente femenina) puede realizarse en cualquier lugar y en las mismas condiciones, abriéndose paso por los cada vez más abiertos canales de distribución internacional. Incluso las mercancías pirata tienen la ventaja de encontrar un cada vez mayor mercado informal debido a la expansión de mercadillos y ferias en las extensas zonas periféricas del tercer mundo.
[15] Tomemos por ejemplo el caso de los artículos de consumo que los bolivianos traen, desde sus países, a Buenos Aires. Si esperásemos a que estos bienes fuesen ofrecidos por canales de comercialización formales, en el mejor de los casos, supondrían artículos de importación con un valor de interés folclórico para las clases medias, dados los costes de transporte y aranceles. En cambio, al ser ofrecidos por comerciantes bolivianos a precios populares, estos se han convertido en parte de la canasta básica no solo de los bolivianos, sino también de un sector popular argentino cercano a la colectividad boliviana.
[16] Por “matiz culturalista” entendemos la construcción identitaria a partir de la resignificación de ciertas prácticas y costumbres originarias, mismas que pueden revestirse de “esenciales” facilitando la integración y unidad de los migrantes.
[17] El 30 marzo de 2006 el incendio en un taller en el que murieron 6 personas, fue utilizado por algunos medios de comunicación para afianzar una campaña de judicialización y victimización del trabajo inmigrante boliviano. En un panorama de claro desconocimiento de las relaciones culturales de trabajo bolivianas, la renuente visibilización del boliviano con “víctima indefensa” o “bárbaro esclavista” ha servido para acentuar las actitudes racistas a esta colectividad. Para más detalle sobre estos debates véase: GAGO, 2015.
[18] Si bien la segregación social que subyace del proyecto de ciudad neoliberal continúa su marcha, los migrantes bolivianos parecen superarla por lo menos a una escala barrial. Esto en el sentido de que lejos de utilizar las villas como trampolines económicos, se reapropian de sus espacios y extienden sus prácticas de vecindad y proximidad al interior de la misma, transformando la verticalidad de la acumulación de capital tradicional por una acumulación fractal y horizontal que prevalecen en sus barriadas.
[19] Pongamos, por ejemplo, el volumen de comercio que maneja la feria de “La Salada” enclavada en la frontera de la ciudad y el conurbado bonaerense. Con solo dos días por semana de actividad, su facturación en 2009 fue mayor que la de todos los centros comerciales del país (casi 15.000 millones de pesos argentinos contra 8.500 millones de los centros comerciales según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censos, INDEC, (2010). Para más detalle véase GAGO, 2015.
[20] Según Gutiérrez (2011), la economía popular de base comunitaria produce un sistema de acumulación fractal, que funciona de tal modo que llegando a cierto punto, desplaza la acumulación de capital hacia otros núcleos asociativos (familiares, vecinales, amistosos) cuya función es altamente vincular, siguiendo “bucles M-D-M asociativos” (Gutiérrez, 2011: página). Esta forma de acumulación supone, en potencia, la capacidad de imprimir al capitalismo temporalidades basadas en la cotidianidad de los actores populares.
[21] Una operación similar a la apropiación del insulto “queer” (raro, marica, puto) descrita por Butler en su obra El género en disputa (BUTLER, 2008).
[22] Desde el 2001 existe una agenda cultural muy intensiva desde la Secretaría de Cultura de la Nación con el megaproyecto “Cruzando Fronteras” cuya finalidad es la promoción de la diversidad y el profundo carácter multicultural de la Argentina actual. No obstante, las propuestas culturales de dichos proyectos se acercan más a las expresiones artísticas de la “alta cultura” boliviana o a la presentación icónica y museográfica de las piezas de “valor artístico”. Ello termina por alejar la posibilidad de visibilizar la resignificación de la cultural popular boliviana en el contexto migratorio argentino. Para más detalle véase GAVAZZO, 2009.
[23] Por ejemplo en la Villa 1.11.14 de mayoría paraguaya y boliviana, los censos de la población, planos de callejuelas, numero de viviendas y locales educativos y sanitarios son de conocimiento exclusivo de las organizaciones vecinales de sus pobladores. Por lo que es más viable el dialogo entre las autoridades locales y estas organizaciones para gestionar la política de salud, vivienda y obra pública.
[24] Entendemos como “segundo orden” el papel que desarrollan las metrópolis latinoamericanas (Bogotá, Sao Paolo, Buenos Aires, Ciudad de México, etc.) como gestoras de la mano de obra y los servicios necesarios para realizar la producción global. Por su parte, las metrópolis de “primer orden” (Londres, Nueva York, Tokio, etc.) son aquellas encargadas de la gestión estratégica de la tecnología y la promoción de los nuevos patrones de consumo global.