¡Lo que hay que hacer es estar! Apuntes para una lectura filosófico-política de los movimientos sociales de la argentina post-2001[1][2].

What you have to do is to be there! Notes for a philosophic-politic reading of social movements of argentina pos-t 2001

 

Camila Cuello[3]

 

Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-No hay restricciones adicionales 4.0 (CC BY-NC 4.0)

 

Los acontecimientos, pasados y presentes, no las fuerzas sociales

ni las tendencias históricas, no las encuestas ni la indagación de motivos

ni cualquier otro artilugio del arsenal de las ciencias sociales,

son los verdaderos maestros de los científicos de la política,

los únicos dignos de confianza,

como son también la fuente de información

más confiable para quienes se dedican a la política.

Una vez que ha ocurrido un acontecimiento

como el levantamiento espontáneo de Hungría,

 toda política, toda teoría y previsión de potencialidades futuras

necesitan un re-examen.

 

Hannah Arendt, “Reflexiones sobre la Revolución húngara”

 

Resumen

Las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre del 2001 evidenciaron el agotamiento no sólo de un modo de hacer política sino también de los marcos teórico-conceptuales a partir de los cuales comprender dicho acontecimiento. En este sentido, proponemos elaborar un conjunto de reflexiones teóricas a la luz del pensamiento de Hannah Arendt con el objetivo de analizar los legados del 2001 considerando como eje central la dinámica asamblearia como forma política que atravesó a los diversos movimientos sociales. Para ello, abordaremos dos cuestiones que creemos fundamentales: la comprensión de la política en clave no identitaria, por un lado; y el modo en que la pensadora judío-alemana analizó las Consejos Revolucionarios surgidos luego de cada Revolución.

Así, más institucionalizada que la calle pero menos estable que las instituciones tradicionales de la política, la asamblea es un espacio político de participación que entabla una relación compleja y contradictoria en el marco de la democracia liberal-representativa.

Palabras claves: Arendt- Asamblea- 2001- movimientos sociales

 

Abstract

The demonstrations of December 19 and 20, 2001 evidenced the exhaustion not only of a way of doing politics but also of the theoretical-conceptual frameworks from which to understand said event. In this sense, we propose to elaborate a set of theoretical reflections in the light of Hannah Arendt's thought with the aim of analyzing the legacies of 2001 considering the assembly as a central axis as a political form that crossed the various social movements. To do this, we will address two issues that we believe to be fundamental: the understanding of politics in a non-identity key, on the one hand; and the way in which the German-Jewish thinker analyzed the Revolutionary Councils that emerged after each Revolution.Thus, more institutionalized than the street but less stable than traditional political institutions, the assembly is a political space for participation that engages in a complex and contradictory relationship within the framework of liberal-representative democracy.

Key words: Arendt- Assembly – 2001 – social movements

 

I.                    Introducción

En el origen de estas reflexiones se encuentra la preocupación por comprender políticamente la proliferación de las experiencias de auto-organización popular argentinas luego del estallido de la crisis de 2001. En un contexto signado por el debilitamiento de los lazos representativos –cuyo punto más álgido se evidencia en la consigna Que se vayan todos– la irrupción de las Asambleas Barriales estuvo acompañada por el creciente protagonismo que adquirieron tanto el Movimiento de Trabajadores Desocupados como las Fábricas Recuperadas.

Estas nuevas formas de aparición de la política fueron abordadas desde las Ciencias Sociales en general, y desde la sociología en particular, a la luz de una teoría de la acción deudora de las exigencias empíricas y metodológicas propias de los dos paradigmas predominantes –el estratégico y el identitario. Estos conciben a la acción política (casi exclusivamente) como una acción instrumental orientada al control de los sujetos y de los recursos (públicos) para garantizar autoridad y domino.

Si bien es posible identificar una serie de distinciones analíticas entre ambos, éstos sostienen el supuesto de la existencia de actores con identidades definidas y representables que portan intereses, motivaciones y estrategias establecidos a priori. De este modo, como desarrollaremos a lo largo de este artículo, el peso analítico que adquiere la identidad entendida en términos sociales, se refleja en la comprensión –por momentos nostálgica o derrotista– que los diversos estudios realizaron acerca del carácter extraordinario del periodo. Frente a ello, consideramos que un abordaje crítico del modo en que han sido comprendidas las experiencias de auto-organización popular, debe partir por problematizar la cuestión de la identidad, para luego dirigir la reflexión hacia la aparición de nuevas formas políticas que se desarrollan de manera trasversal en las diversas experiencias de auto-organización.

En este marco, buscamos aquí explorar los aportes de la obra de Hannah Arendt en torno a: en primer lugar, la cuestión de la identidad en la política; y en segundo lugar, la conceptualización que la autora elabora sobre  el surgimiento de los Consejos Revolucionarios.

En virtud de dichas reflexiones, en este escrito nos interesa abordar un periodo que se encuentra en el entre: entre la acción y las instituciones, entre las experiencias de auto-organización popular y las instituciones de la democracia liberal-representativa, entre el estallido de lo extraordinario y la vuelta a la normalidad. Buscamos entonces pensar la institución de una escena política que se configura a partir de un primer momento de cuestionamiento y quiebre institucional pero que al mismo tiempo, da lugar a nuevas escenas, espacios de participación, discusión y toma de decisiones.

 

II.                 El sentido político del 2001

Desde el Que se vayan todos, que no quede ni uno solo oído en las calles en las manifestaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001 hasta la frase vengo a proponerles un sueño anunciada por Néstor Kirchner en su discurso de asunción presidencial del 25 de Mayo de 2003, la política argentina estuvo signada por el protagonismo de diversas experiencias de auto-organización popular que pusieron en jaque los espacios públicos institucionales atravesados por una lógica jerárquica, representativa y delegativa de la política. La radicalidad de los convulsionados meses que siguieron al estallido del 2001, expuso tanto el agotamiento de una forma de hacer política, como las perplejidades y los límites de las ciencias sociales para pensar políticamente aquello que aconteció.

Tal como sostienen Eduardo Rinesi y Gabriel Nardacchione (2007) la debacle argentina de esos meses

“(…) no podía ser pensada apenas como la debacle de un gobierno o de un cierto proyecto político, sino que implicaba también, o arrastraba, o debía arrastrar, en caso de que pudiéramos hacernos cargo de todas sus vastas consecuencias, la correlativa debacle de un cierto modo de conceptualizarse la vida política, e incluso, la naturaleza misma de la política que nos parecía que había entrado en crisis.” (Itálicas del original. 2007, p. 10).

En este sentido, el 2001 interpeló a una vasta diversidad de actores que buscaron dotar sentido a aquello que sucedió. Al calor de los acontecimientos la discusión política y académica giró en torno a la pregunta por el carácter político de las jornadas decembrinas[4]. Así, desde la Ciencia Política más institucionalista, los análisis repararon en el fuerte componente destituyente y anti-político que caracterizó a ambas jornadas, enmarcándolas en una crisis de representación que remonta sus causas a las características del régimen político adoptadas desde la transición a la democracia[5]. Desde esta perspectiva, el voto bronca expresado en las elecciones octubre de 2001 fue la antesala del Que se vayan todos, que no quede ni uno solo, en la medida en que esta consigna expresó el cuestionamiento y la consecuente impugnación de los partidos políticos y los políticos profesionales. Sin embargo, para estos análisis, dicho cuestionamiento carecía de herramientas para transformar políticamente las reglas del juego de la democracia liberal representativa. En efecto, como sostiene Palermo (2002) “cuando los caceroleros pasan de golpear a hablar, dejan oír las banalidades y trivialidades más increíbles –la antipolítica del sentido común, en el mejor de los casos–, cuando no directamente disparates”. (Palermo, 2002, p. 321).

Por otra parte, a partir del estudio de los resultados electorales de 1999 y 2001, Isidoro Cheresky (2002; 2006 y 2007) da cuenta del profundo cuestionamiento dirigido hacia el sistema político cuyo punto más álgido estuvo protagonizado por el estallido de diciembre. No obstante, ambas jornadas de protesta constituyen para el autor el síntoma de una profunda crisis de representación que, aunque negativamente, ha guardado una significación política:

“Se trata de la expresión de un veto a las iniciativas gubernamentales y de un cuestionamiento general a los dirigentes. Es también una experiencia que ha revelado la capacidad de ejercer poder y que ha colocado la relación entre la sociedad y los dirigentes en nuevos términos: las instituciones hasta ahora vigentes aparecen debilitadas y a merced de un poder difuso de la calle” (Cheresky, 2002, p. 16)

Desde el ámbito de la sociología, a mediados de la década de los noventa se ha desarrollado un conjunto de interesantes estudios sobre el surgimiento de diversos movimientos sociales. En esta clave de lectura, el componente político del 2001 se evidenció en las prácticas contestatarias, emancipadoras y de cuestionamiento hacia las instituciones del sistema representativo que se expresaron en ambas jornadas de protesta. Así, como sostiene el Colectivo Situaciones[6], el rechazo de esta insurrección desapegada de las formas tradicionales de la política –partidos y sindicatos- constituye un acto destituyente: “De hecho, el movimiento del 19 y 20 fue más una acción destituyente que un clásico movimiento instituyente (…) fueron las potencias sobernas e instituyentes las que entraron en rebeldía sin pretensiones instituyentes (…) sino ejerciendo sus poderes destituyentes sobre los poderes constituidos” (Colectivo Situaciones, 2002a, p. 42).

Desde un prisma de estudio menos radical pero no por ello menos autonomista, en su vasta obra Maristella Svampa (2005; 2006; 2008) afirma la convergencia en las jornadas de diciembre de dos movimientos análogos de la sociedad: es la expresión de un proceso de acumulación de luchas frente al excluyente modelo neoliberal, como así también el estallido de una nueva política espontánea volcada en las calles. A la luz de esta perspectiva, Svampa sostiene que la politicidad del 2001 se despliega bajo la forma de demandas anti-políticas articuladas en el primer momento de efervescencia de las protestas, reflejadas específicamente en el fuerte rechazo hacia el sistema representativo o de delegación de soberanía y asimismo en los reclamos de democracia directa o participativa (Svampa, 2002; 2006)

En otras palabras, la política desplegada en ambas jornadas toma la forma de prácticas contestatarias que dirigen un cuestionamiento a las instituciones del sistema representativo. No obstante, tal como sostiene la autora, el estallido de la política fue dando lugar a la articulación de la palabra en distintos espacios de auto-organización popular, fundamentalmente dentro de las Asambleas Barriales. Es allí en dónde la protesta anti-política del 19 y 20 se reelabora al inaugurar espacios políticos de sociabilización de actores heterogéneos, establecidos sobre nuevas bases solidarias. En este sentido, “las asambleas barriales constituyen un espacio de organización y de deliberación que se piensa en ruptura con las formas tradicionales de representación política y a favor de otras formas de auto-organización de lo social, con aspiraciones de horizontalidad y proclives al ejercicio de la acción directa” (Svampa, 2002b, p. 4).

Aquello que buscamos puntualizar aquí es que, si para unos, el carácter anti-político de la irrupción de diciembre se funda sobre el –absurdo– cuestionamiento del QSVT, para otros, es precisamente dicho carácter contestatario, cuestionador e impugnador de las formas tradicionales de la política aquello que imprime sobre el fenómeno su componente político. De uno y de otro lado del análisis, (y más allá de las evidentes fronteras teóricas y disciplinares que se erigen entre los diversos estudios aquí mencionados) deviene indiscutible la centralidad que adquieren las instituciones del sistema político representativo al momento de analizar el 2001 como acontecimiento político.

En esta misma línea pueden ser leídos los análisis sobre los legados de las jornadas decembrinas: para los estudios politológicos  (Cheresky, 2002; Cheresky y Blanquer, 2003; Novaro, 2002; Botana, 2002) el reclamo de la “ciudadanía” debía volver a sus canales institucionales –a través de una reforma política impulsada desde arriba. Tal como sostiene Cheresky (2006) las demandas fragmentadas, puntuales y en algunos casos contradictorias “no podrán adquirir coherencia y en buena medida ser superadas si no es por una iniciativa de orden general que aparezca como justa, tarea que supone actuación y revalidación de una representación política” (Cheresky, 2006, p. 12). Análogamente, para los estudios elaborados desde la sociología (Svampa y Pereyra, 2008; Colectivo Situaciones, 2002) los nuevos movimientos sociales debían ser capaces de encauzar su potencia instituyente en pos de la transformación desde abajo de las instituciones representativas –y en última instancia del modelo socioeconómico vigente. Así, para Svampa “tanto la demanda de recuperación del Estado “desde abajo”, como los anhelos de una democracia participativa, implicaban una reforma política, algo que estuvo muy lejos de ser pensado desde el espacio institucional” (Svampa, 2008, p. 56).

A la luz de tales exigencias programáticas las lecturas sobre los legados del 2001 adquirieron un tono nostálgico o derrotista en la medida en que la creación de una nueva coalición de gobierno transversal –desde la cual se convocó a los distintos movimientos sociales- significó el comienzo del declive de todo aquel fulgor (Pérez, 2013). En otras palabras, el diagnóstico que sostiene que al final no se fue nadie indicaba, para estos análisis, no solo la implacable capacidad de renovación del sistema político partidario –y del peronismo en particular[7]- sino también el fracaso de los supuestos objetivos de transformación del sistema representativo impulsados tanto desde arriba como desde abajo.

Ahora bien, el progresivo retorno de las instituciones políticas “tradicionales” (sobre todo los partidos políticos –reconfigurados bajo la forma de alianzas) abrió un nuevo debate acerca de la puesta en marcha de un proceso de cooptación que tenía como objetivo controlar y desmovilizar los focos de protesta. De este modo, pareciera que la potencia que adquirieron las diversas experiencias de la política popular bajo la presidencia interina de Eduardo Duhalde fue perdiendo cada vez más peso frente al retorno de cierta “normalidad institucional” coronada por la asunción de Néstor Kirchner en 2003. En este contexto, las discusiones políticas y académicas sobre las formas de aparición de la política post 2001 fueron –quizá demasiado pronto– monopolizadas por la centralidad que adquirió el kircherismo en la medida en que fue entendido como el movimiento heredero del 2001 que impulsó la (re)articulación de los lazos sociales y políticos perdidos[8].

Creemos que los numerosos estudios que ha realizado Svampa al respecto son representativos de un conjunto de publicaciones que, con distintos matices, entienden la relación entre Estado y Movimientos desde una perspectiva autonomista[9], al tiempo que denuncian las estrategias de cooptación de la potencia de la política surgida “desde abajo”. No pretendemos aquí agotar todas las líneas de discusión posibles sino antes bien, proponer algunos interrogantes al respecto.

Tal como sostiene la autora, las posibilidades de articulación del campo popular se desplegaron fundamentalmente entre los años 2001 y 2003 a través de un llamado a la solidaridad y la auto-organización social representada en la consigna piquete y cacerola, la lucha es una sola.  Al mismo tiempo, este llamado se conjugó con un fuerte reclamo de orden y retorno a la “normalidad” evidenciado en el slogan de la campaña presidencial “Por un país en serio, por un país normal”. Luego de su triunfo electoral, Néstor Kirchner no sólo hizo eco de las críticas al neoliberalismo –que para Svampa quedaron en la mera retórica– sino que también interpeló abiertamente a las distintas organizaciones sociales. Para este conjunto de estudios, dicho acercamiento se desarrolló a través de dos estrategias distintas: por un lado, la integración de las agrupaciones afines a la tradición nacional y popular (particularmente representadas en la Federación Tierra y Vivienda (FTV) y Barrios de Pié) y por otro, se dirigió una fuerte campaña de aislamiento, criminalización y represión de la protesta de aquellas organizaciones ligadas a partidos de izquierdas y agrupaciones independientes.

Estas organizaciones afines al gobierno recibieron un tratamiento privilegiado viéndose beneficiadas por el acceso a recursos disponibles en el marco de diversos programas sociales, como así también por la incorporación de varios dirigentes en distintos niveles de gestión, especialmente en sectores ligados a la acción social y comunitaria, nacional y provincial. Será entonces a través de la distribución de los recursos que el gobierno de Kirchner buscó, siempre según Svampa, cerrar la brecha abierta durante los años 90 entre el peronismo y los sectores populares –relación que se encontraba en franca declinación a causa del ejercicio discrecional del poder y los recursos que ejercieron los punteros políticos a lo largo de la década.

Así, este acercamiento es leído por la autora como el retorno de cierto “clientelismo afectivo” a través del cual el peronismo se relegitimó nuevamente como vocero de las demandas populares. Aquello que nos interesa remarcar de este análisis es que la relación que se trama entre el Estado y los Movimientos Sociales es asimilada a las dinámicas clientelares propias del justicialismo, organizadas en torno a dádivas y concesiones a cambio de subordinación. Esta suerte de “peronización” (Svampa, 2005, p. 194) de las organizaciones de matriz nacional y popular, daría cuenta del implacable avance de las instituciones estatales por sobre la autonomía de las organizaciones, que quedan relegadas a ocupar espacios carentes de un verdadero poder de decisión.

De este modo, para esta perspectiva, los movimientos que abandonan la sociedad civil para incorporarse dentro del Estado atraviesan profundas transformaciones como consecuencia del progresivo imperio de la lógica jerárquica, burocrática e impersonal que los va impregnando, al tiempo que abandonan su principal medio de lucha: el corte de calle. A fin de cuentas, el realineamiento de los movimientos bajo la órbita del Estado no solo “modera sus demandas” sino que los vacía de contenido. Así, más allá de las limitaciones propias del campo multiorganizacional popular[10], el retorno de las instituciones representativas echó por tierra el anhelo de transformación del sistema político, que se oyó claramente en las manifestaciones de 19 y 20 de diciembre de 2001, y que intentó ser articulado en los años venideros por un espacio heterogéneo de organizaciones sociales.

Tal como sostiene Svampa, “parte de esas demandas sufrieron las tentativas de cooptación por parte del sistema institucional, para terminar siendo objeto de una apropiación ilegítima por aquellos mismos partidos políticos –y aquellos dirigentes- que fueron responsables de su vaciamiento” (2008, p. 56). En otras palabras, desde este enfoque la integración a la lucha política institucionalizada supone la pérdida de los elementos genuinamente emancipadores contenidos en la experiencia de lucha y organización desarrollados hasta ese entonces. Es la pérdida del imaginario piquetero que se ve fagocitado por el avance de la política institucional.

Así esta lectura, que sanciona el fracaso de las demandas oídas en las manifestaciones del 2001 por la escasa “traducción político-institucional de los procesos de auto-organización” (Svampa, 2005, p.128) enfatiza no sólo en las limitaciones propias del conjunto de organizaciones que protagonizaron las luchas, sino fundamentalmente en la implacable fuerza de un Estado que, en vistas a “reconstruir” sus instituciones y los lazos de representación puestos en cuestión, avanza sobre el conjunto de Movimientos Sociales combinando estrategias de represión y cooptación. De este modo, o bien las organizaciones quedaron aisladas y fueron perseguidas o, al contrario, fueron “incorporadas” al arco de fuerzas oficialistas adoptando y obedeciendo las dinámicas políticas propuestas por el propio gobierno, perdiendo así su capacidad de definir sus propios objetivo de lucha.

Si bien creemos que el reconocimiento de la potencia creadora e instituyente de espacios, actores y comunidades está presente en este modo de entender la política –que no se limita solo a los espacios institucionales–, la definición de esta potencia a partir de su cualidad contestataria frente a las instituciones representativas, al Estado y en última instancia al sistema económico vigente, deriva en la dificultad de asir la potencialidad política de la re configuración de las escenas políticas post 2001, para pensarlas más allá de las tensiones y las contradicciones que esta trama con las instituciones de la política tradicional. En efecto, la perspectiva autonomista parte de una desconfianza absoluta sobre el Estado (y sobre las instituciones políticas tradicionales) en tanto que marco institucional capaz de habilitar/dar espacio/abrir, escenas políticas de discusión y participación en los asuntos públicos.

En esta línea es que Ana María Fernández (2006), a propósito de sus análisis sobre las Asambleas Barriales y las Fábricas Recuperadas sanciona que el Estado se transforma en una “Máquina de impedir que controla reterritorializando los cuerpos hacia la pasividad, que uniformiza las prácticas a las que presta “ayuda”, que despotencia los colectivos forzando nuevas delegaciones, pero que sin embargo está allí. La inventiva de los colectivos está puesta a prueba una y otra vez” (2006, p. 128)

Creemos que es precisamente esta desconfianza depositada sobre el sistema político en general y sobre el Estado en particular, aquello que obtura la posibilidad de vislumbrar el legado del 2001 materializado en la apertura –y el sostenimiento– de escenas de participación, discusión y toma de decisiones que no necesariamente adquieren rasgos contestatarios e impugnadores, pero que no por ello son menos potentes. En efecto, las posibilidades de vislumbrar dicha potencia política estriban en la construcción de un marco teórico conceptual que permita redefinir la centralidad que adquieren las instituciones, las identidades y los objetivos de los actores en la noción misma de la política. De este conjunto de reflexiones nos interesa preguntar: ¿Acaso no se despliegan allí diversas formas de aparición de la política que no responden a las categorías tradicionales –ni a las exigencias programáticas– de la Ciencia Política y la Sociología? ¿Qué sucede si suspendemos el diagnóstico de declive/fracaso para pesar en el carácter extraordinario del periodo? ¿No habrá allí una potencia política que se encuentra obturada a la luz de los esquemas analíticos propuestos?

En esta línea, creemos que la proliferación de la asamblea como forma de la política que atraviesa a los distintos movimientos sociales que protagonizaron el periodo, resulta una clave de lectura central. Más institucionalizada que la manifestación en la calle, pero menos estable y normativizada que las instituciones políticas tradicionales (partidos políticos y sindicatos) las asambleas –en tanto cuerpos políticos intermedios– son el rasgo compartido de las diversas experiencias de la política popular.

 

III.               Claves para pensar los movimientos sociales desde una perspectiva filosófico-política

Como hemos desarrollado hasta aquí, el estallido del 2001 reubicó en el centro de la escena política a distintas organizaciones populares que, o bien hundían sus orígenes en la férrea resistencia al modelo neoliberal impuesto desde la década anterior, como fue el caso del movimiento piquetero; o nacieron inmediatamente después de las jornadas decembrinas, tal como sucedió con las Asambleas Barriales. En el marco del profundo cuestionamiento a las instituciones representativas, las diversas experiencias de auto-organización popular fueron una novedad en la medida en que interpelaron no sólo las formas de la política sino también a los marcos teóricos conceptuales a través de los cuales fueron analizadas. En este sentido, es indiscutible el vasto campo de estudio que ha surgido en torno a los llamados “Nuevos Movimientos Sociales” y el profundo interés que estas experiencias han despertado en las ciencias sociales argentinas y latinoamericanas.  

En virtud de los interrogantes que proponemos abordar en este trabajo creemos que el pensamiento de Hannah Arendt aporta un conjunto de conceptos fructíferos para reflexionar acerca de la potencialidad política de los movimientos sociales en la argentina post-2001. Tal como mencionamos en la introducción, dichos aportes giran en tornos a dos ejes: por un lado, las redefiniciones que la pensadora judío-alemana elabora en torno a la cuestión de la identidad en política; y por otro, la relevancia que adquiere el surgimiento de los Consejos, luego de cada Revolución.

Sobre el primero de los ejes mencionados, la importancia de reparar sobre la cuestión de la identidad remite a la centralidad que ésta adquiere en los diversos estudios del periodo y en las consecuencias analíticas que se desprenden de ello.[11] En efecto,  tanto en el devenir del vecino asambleísta protagonista de las Asambleas Barriales como en la aparición de los piqueteros y los trabajadores desocupados en el marco de los Movimientos de Trabajadores Desocupados y de la creación de las Fábricas Recuperadas, los diversos análisis reparan en el surgimiento de identidades novedosas que, sin embargo, resultaron incapaces de crear –y sostener  en el tiempo– espacios que alberguen otra forma de hacer política.

Así, para el caso del Movimiento Piquetero la conformación de la identidad piquetera es un eje de estudio central, en este sentido Svampa y Pereyra sostienen que

(…) quienes se definen a sí mismos como piqueteros han producido un desplazamiento cualitativo muy significativo en relación con quienes se consideran principalmente desocupados. Aun cuando la falta de trabajo los reúna a todos, la percepción de su situación varía notablemente. Mientas que el desempleo fue asumido individualmente –como una “epidemia” que requiere respuestas individuales- entre quienes se reconocen piqueteros la situación cambia radicalmente. (2008, p. 172).

 

En la misma línea, el análisis de Fernández, acerca de la experiencia de la fábrica Brukman da cuenta de las configuraciones subjetivas que se producen en los obreros y las obreras en lucha. Así,

los cambios operados en las prácticas de los trabajadores/ras de Brukman conllevan el desafío de un cambio subjetivo. No es meramente una modificación en las tareas que deben realizar sino un cambio en el posicionamiento subjetivo respecto de sí mismos, sus pares, a la organización y a las funciones que deben desempeñar allí y que les exigen un manejo de códigos y prácticas que por su experiencia anterior les resultaban ajenos (ejercicio de autoridad, organización de trabajo, toma de decisiones individuales y colectivas, negociaciones políticas, comerciales, legales y sindicales). (2006, p. 182)

Por otra parte como mencionamos anteriormente,  en el caso de las Asambleas Barriales el devenir del vecino-asambleista constituyó un eje de estudio central a través del cual buscó explicarse tanto el surgimiento como el declive del fenómeno asambleario (Svampa, 2005; Pousadela,2011; Delamata, 2005). En esta línea Schillagi (2005) analiza la constitución identitaria de los participantes de las Asambleas a partir del juego del distanciamiento o la cercanía respecto de otras posiciones subjetivas: por un lado, la del “vecino” que era percibida como la representación de un actor pasivo respecto de las cuestiones comunitarias del barrio; y por otro lado, de la figura del “militante partidario” ya que identificaban a éste con las formas de la “vieja política”.  Así, para la autora

Las prácticas desarrolladas por la asamblea se hallan todo el tiempo cruzadas por visiones y modos de actuar impregnados en las tradiciones organizativas e ideológicas de los militantes y ex militantes de los partidos políticos, así como de las experiencias históricas de sus protagonistas; herencia que tiene su peso específico y que convive y se enfrenta con todo tipo de recorridos subjetivos y de anhelos colectivos, pero también por una realidad social signada por la exclusión y el desempleo. (2005, p. 99)

Aquello que buscamos puntualizar aquí es la centralidad que adquiere la pregunta por la transformación de las identidades en las diversas investigaciones. Tal como indica Fernández en Política y Subjetividad (2006) “se iba al terreno con dos preguntas muy sencillas: ¿Por qué estás acá? Y ¿Cómo sigue esto?” (2006, p. 101). En efecto, ambas preguntas suponen al menos dos cuestiones: la primera de ellas es que las motivaciones de los actores son importantes para la comprensión de los acontecimientos políticos, y la segunda, que hay algo de los objetivos de la acción que pueden ser racionalizados y sobre todo, cumplidos por quienes la llevan a cabo. De este modo, si consideramos que el sujeto-actor es el protagonista de las distintas experiencias de auto-organización la preocupación acerca de las identidades, los planes de acción, las estrategias y los resultados exitosos o no de dichas acciones colectivas resultan cuestiones fundamentales a explorar.

Ahora bien, en vista de ello creemos vital desplazar del centro la pregunta por las identidades de los sujetos para interrogarnos acerca de la importancia que adquiere la creación de espacios públicos-políticos de discusión de los asuntos comunes. No obstante, desplazar del centro la pregunta por la identidad no supone evadir su importancia teórico-política[12] sino antes bien conjugar su aparición con la pregunta por la creación de escenas políticas en donde los sujetos son capaces de aparecer, discutir y decidir junto con los otros.

 

a.       Sobre la posibilidad de una comprensión de la política en clave no-identiaria

Si bien la cuestión de la identidad no fue un tópico que Arendt haya abordado de manera sistemática –al estilo de La Condición Humana–, sí desarrolla en sus escritos judíos y en diversas cartas[13], una serie interesante de reflexiones al respecto que han sido problematizadas desde las relecturas feministas[14]. Siguiendo a Martine Leibovici (1998) Arendt aborda su condición de judía como “algo dado” que adquiere el carácter de un presente político, “una determinada configuración del mundo que nada tiene que ver con una determinación natural o biológica” (1998, p. 75. Traducción propia).

En este sentido, todo nacimiento irrumpe en una trama de relaciones previamente establecidas, en el contexto concreto de una comunidad determinada, con características particulares. Este comienzo no es voluntario, al nacer entramos a formar parte de un mundo de discursos y de normas que no hemos decidido, pero que al mismo tiempo nos constituyen. No obstante, las identidades que nos vienen dadas –ser judía o ser mujer– no construyen por sí mismas ningún tipo de singularidad, es decir, no determinan la visión del mundo puesto que, para Arendt, la principal característica de los seres humanos es su capacidad de juzgar, de pensar por sí mismos. Tal como sostiene Birulés (2016) en el prólogo a Una Revisión de la historia judía y otros ensayos “pensar por sí mismos no es pensar a partir de la nada, sino tomar posición, responder de y a partir de lo que nos ha sido dado. (2016, p. XIV. Itálicas nuestras). Así, la acción para Arendt no refiere a la mera representación de las identidades poseídas previamente, sino que es a partir de ella que aparece el quién- cuya identidad política sólo podrá ser reconstruida retrospectivamente en el relato elaborado por los espectadores[15].

En esta línea, la pensadora judío alemana repara sobre la trascendental importancia que adquiere la acción frente a lo dado, intervenir en la escena política significa ser responsable por el mundo, actuar ante y con los otros instituyendo, de un modo precario y contingente, el espacio público y dando nacimiento a una nueva comunidad de actores que no existían previamente. Aquello que nos resulta fundamental de estas reflexiones es la importancia que adquiere la acción –y el juicio– a partir de y frente a lo dado; se trata de actuar más allá de las identidades de los sujetos que aparecen en el mundo previamente establecido y de reconocer no sólo el carácter disruptivo de la acción sino su extraordinaria capacidad creativa e innovadora[16]. Tal como sostiene Honig, para Arendt una

política de representación proyecta un factor común de identidad e intereses que es imaginario, se impone a todos/as y no les queda bien a todos/as, un factor que obstruye una alternativa importante: una política de performatividad que, en lugar de reproducir y re-presentar “que” somos, genere a través de la acción “quienes” somos y así produzca episódicamente nuevas identidades. (Honig, 1998, p. 15) 

Resulta pertinente aclarar aquí que, la afirmación de la propia identidad –entendida como la “aceptación” de las condiciones dadas– no significa que la aparición a la luz de lo público sea meramente el desplazamiento, desde el espacio privado, de un actor que existía previamente[17]. Por el contrario para Arendt, la acción y el discurso que irrumpe en una trama de relaciones ya existente, crea consigo actores y comunidades, por ello se refiere a la acción en tanto que segundo nacimiento ya que ésta engendra al actor y lo hace manifiesto. Se trata entonces de entender a la acción como una “innovación que vincula (y que permite) la emergencia de un mundo común plural” (Collin, 2006, p. 117) que irrumpe y refunda. Por el contrario, reducir a los actores a su identidad

niega la libertad de acción específicamente humana: a partir de este momento, pareciera que todas sus acciones solo pueden ser explicadas como consecuencias “necesarias” de ciertas cualidades “judías” o “femeninas”; a partir de este momento deja de ser un ser humano, se ha convertido en un simple ejemplar de la especie humana. Pierde así su lugar en el mundo que convierta en significativas sus opiniones y efectivas sus accione(Birulés, 2017, p. 39)

En esta línea de reflexiones, Amy Allen (2017) propone abordar la cuestión de la identidad en la política a partir de la pregunta acerca de ¿Cuáles son los lazos que unen a los hombres en torno a una comunidad política y posibilitan la acción en concierto? Tomando como eje de análisis a los Movimientos Sociales, la autora sostiene que el pensamiento arendtiano hace posible pensar la construcción de lo común más allá de la referencia a una identidad compartida preexistente, que sin embargo es imposible de abandonar por completo. En este sentido, no se trata de negar cualquier categoría identitaria –puesto que éstas forman parte del presente político a partir del cual actuar y resistir frente a la dominación– sino de correr del centro del análisis a la identidad en tanto factor que determina y condiciona la acción. De este modo, si bien la identidad es un dato político innegable es necesario reparar en su componente político, es decir, en la capacidad que allí detentan los hombres no sólo de resistir frente a ella sino también de transformarla.

Frente a ello, para Allen la acción en concierto se genera a partir y a través de la creación –en el mismo acto– de lazos de solidaridad entendidos como “un poder que surge del compromiso de actuar en concierto que se despliega a través de la capacidad de prometer que tienen los hombres, y que surge de la acción misma de los muchos, iguales pero diferentes. La solidaridad es el lazo que une a los miembros de los movimientos entre ellos y permite la resistencia frente a las formas de dominación. (Allen, 2017, p. 98-99)

Estas reflexiones permiten teorizar sobre el modo en el cual se tejen las redes de solidaridad en el marco de la pluralidad que supone la acción en concierto, como forma de construir el mundo común. Así, el surgimiento de la comunidad de actores no se erige sobre aquello que éstos tienen en común (identidades y por lo tanto, intereses y objetivos) sino a partir de su interés compartido por el mundo.

Pensar sobre dicha comunidad a través de la noción de lazos de solidaridad –engendrados en la misma acción y por ende, frágiles, temporales, efímeros– hace posible vislumbrar la potencialidad que detentan un conjunto de experiencias políticas que exceden –o más bien, no responden– a las exigencias analíticas, programáticas, estratégicas e identitarias que se imponen sobre ellas.

En esta línea, los aportes del pensamiento arendtiano y las relecturas feministas que hemos abordado hasta aquí, hacen posible no sólo reparar en el carácter performático de la identidad política sino prestar especial atención a las comunidades y los espacios que se instituyen en la acción en concierto. En este sentido, es que Cutting-gray sostiene que

Las conclusiones de Arendt son sublimes, pues implican nada menos que la configuración de nuestra subjetividad, cómo nos convertimos en personas, determina la ausencia o presencia de toda acción política real. Debido a que la acción tiene lugar entre personas, requiere un espacio público preservado para hechos y logros que dan sentido a las relaciones cotidianas (….) Así, la acción no irradia del yo individual sino que surge en una red de fuerzas interdependientes que impide que cualquier acto sea meramente la intención directa de un agente hacia una meta realizable” (Cuttine-Gray, 2016, p. 43. Traducción propia)

En estrecho diálogo con lo expuesto, retomamos el gesto que Linda Zerrilli elabora en El Feminismo y el Abismo de la Libertad (2008) de atender no ya a los sujetos de la política sino al Mundo que se trama entre ellos. Allí la autora sostiene que las perplejidades teóricas que minimizan las posibilidades de entender la libertad como acción se fundan en el hecho de que “el sujeto (se trate de una categoría filosófica, lingüística o psicoanalítica) es el punto nodal en torno al cual se plantean todas las cuestiones políticas concernientes a la libertad” (2008, p. 38). De este modo, en vistas a reflexionar sobre el reclamo de libertad política del movimiento feminista, para Zerrilli el pensamiento de Arendt hace posible descentrar la cuestión del sujeto para dirigir la atención hacia la cuestión del Mundo. En este sentido, sostiene que

Lo que Arendt llama “el mundo” no es la naturaleza o la Tierra como tal sino que “está relacionado, más bien con el artefacto humano, con el producto de las manos humanas, como asimismo con los asuntos que acontecen entre aquellos que conviven en el mundo hecho por los hombres. El Mundo es el “espacio (concreto, objetivo y subjetivo) en el que las cosas se vuelven públicas”; el espacio en el que, cuando actuamos políticamente, encontramos a otros que también actúan y asimilan los efectos de nuestra acción en maneras que jamás podemos predecir ni controlar con certeza. (2008, p. 47).

 

Este modo de comprender la política supone atender la importancia que adquiere el espacio público creado  por la acción, es decir, la puesta en práctica y la experiencia de la libertad que requiere de los otros y está espacialmente limitada por su presencia. En efecto, para Arendt la pluralidad es la condición de la acción, el hecho de que actuemos en el contexto de múltiples voluntades e intenciones y que otros asimilen nuestras acciones de maneras que no podemos predecir ni controlar es la condición irreductible de la acción. En su carácter de relación política, la pluralidad define la manera en que los sujetos –en tanto miembros de comunidades políticas, en tanto ciudadanos- se sostienen los unos a los otros.

El quid de la cuestión es que “Las contraprácticas de asociación política no necesit(a)n reproducir identidades subjetivadas para tener algo que decir a nivel político, sino que pueden crear espacios públicos en los que se dice algo que modifica aquello que se puede escuchar como un reclamo político (…). Esta posibilidad se relaciona con el poder inaugural del discurso y de la acción. (Zerilli, 2008, p. 65).

En términos de nuestro problema de investigación, correr del centro de la escena a los sujetos de la política y sus supuestas identidades e intenciones para focalizarnos sobre los espacios público-políticos que estos instituyen a través de la acción y el discurso, permite mirar con otros lentes los tiempos extraordinarios, sin imponer sobre ellos exigencias programáticas ni identitarias. Al tiempo que hace posible pensar la interacción entre los poderes instituyentes y los marcos instituidos (o entre la acción y la fundación) como la expresión de una dinámica no estática sino frágil, precaria y contingente pero no por ello menos política. Dedicaremos el próximo apartado a reconstruir las reflexiones que Arendt desarrolla en torno a la aparición de los Consejos Revolucionarios, ya que consideramos que éstas aportan una clave de lectura por demás interesante.

 

b.       Acerca de los Consejos Revolucionarios.

En las páginas de Sobre la Revolución (2008) la pensadora reflexiona, entre otras cuestiones, acerca del rol que cumplieron las asambleas municipales y la Comuna de París en las revoluciones americana y francesa respectivamente. Sobre esta cuestión –que abordaremos en las páginas que siguen– Arendt sostiene que “si es indiscutible que la erudición y un pensamiento conceptual de alto calibre fueron las bases sobre las que se construyó la Republica americana, no es menos cierto que este interés por la teoría y el pensamiento político desapareció casi inmediatamente después que la empresa haya sido realizada. (Arendt, 2008, p. 302)

De este modo, las perplejidades teórico-conceptuales a las que nos enfrentamos refieren a la ausencia de un pensamiento político posrevolucionario que albergue en su interior el espíritu público que dio origen a las revoluciones. Dicho espíritu es también conceptualizado por Arendt como felicidad o libertad públicas y refiere fundamentalmente al “derecho a participar en el gobierno” (2008, p. 300). Así, la cuestión central –que en cierto sentido atraviesa toda la obra arendtiana– gira en torno a dos principios que terminaron por oponerse en el pensamiento político, sin embargo en las Revoluciones aparecen como dos aspectos del mismo acontecimiento:

Así,

De un lado, el acto de fundar un nuevo cuerpo político, de proyectar una nueva forma de gobierno, conlleva una profunda preocupación por la estabilidad y la durabilidad de la nueva estructura; la experiencia, por otro lado, con que deben contar quienes se comprometen en estos graves asuntos consiste en sentirse estimulados por la capacidad humana para todo origen, en poseer el elevado espíritu que siempre ha acompañado al nacimiento de algo nuevo sobre la tierra. (Arendt, 2008, p. 307)

De lo que se trata entonces, es de la posibilidad de reflexionar sobre la estabilidad –necesaria para toda vida humana– y el espíritu de novedad que la amenaza continuamente. Volviendo sobre nuestro problema de investigación[18], el pensamiento de Arendt nos enfrenta a la posibilidad de comprender el rol que ocupa la asamblea, entendida en tanto espacio de participación política, en el marco de las instituciones políticas representativas. Es en este sentido que, creemos, aporta una perspectiva de estudio clave para desarticular el tono autonomista que se imprime sobre toda forma de acción política impulsada desde abajo y la consecuente desconfianza que se dirige hacia cualquier intento de institucionalizar la potencia desplegada en las experiencias de auto-organización popular. Esta cuestión exige, como hemos mencionado algunas páginas atrás, suspender el diagnóstico nostálgico o derrotista sobre el legado del 2001, no para producir sobre este un relato celebratorio, sino antes bien, para elaborar una reflexión teórica que se sitúe más allá del éxito o del fracaso y permita asir su potencia política.

En esta línea, se enmarca nuestro interés por la asamblea en tanto forma de discusión sobre los asuntos comunes que atravesó de manera transversal el heterogéneo conjunto de movimientos sociales que protagonizaron el periodo: las Asambleas Barriales[19], las fábricas recuperadas[20] y el Movimiento de Trabajadores Desocupados[21].

Tal como sostienen Svampa y Pereyra (2008) para el caso del Movimiento Piquetero 

no menos importante que la experiencia de la autogestión es la fuerte dinámica asamblearia que recorre, desde los comienzos y pese a sus inflexiones y matices, al conjunto del movimiento piquetero. Las asambleas son desde varios puntos de vista, un lugar de potenciación de la política: ellas permiten instaurar un espacio de deliberación y de toma de decisiones más democrático y participativo; contribuyen a formular un sentido más colectivo de lo político, al tiempo que posibilitan una reconstrucción de la identidad individual a través de la revalorización de las competencias  y las experiencias, tan castigadas por el proceso de descolectivización que está en la base de la desocupación (Svampa y Pereyra, 2008, p. 202)

Por otra parte, las Asambleas Barriales representan quizá la experiencia más inmediata a las manifestaciones de diciembre de 2001. A lo largo de los primeros meses del 2002, mayoritariamente en la Ciudad y en la provincia de Buenos Aires, pero también –aunque en menor medida– en Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos, Río Negro, La Pampa, Neuquén y San Juan (Pereyra, 2003) surgieron asambleas que buscaron dar espacio a la discusión sobre lo común. Más allá de las urgencias propias de las condiciones de vida de sus participantes, las asambleas trazaron una compleja red de relaciones tanto con las formas tradicionales de la política: estado y partidos políticos como entre ellas. En su interior, la premisa de organización recuperó en cierto sentido la consigna Que se vayan todos y apostó por la creación de un espacio de debate horizontal. Tal como sostiene Ouviña (2008) más allá de las particularidades que puedan observase en cada uno de los barrios[22], es posible identificar un modo de construcción común:

Ausencia de una estructura interna con cargos permanentes, dinámica de exposición y posterior debate coordinado, por lo general, por un vecino rotativo, designado por la propia asamblea. Además de este plenario general en el que se delibera sobre la problemáticas nacionales pero también aquellas restringidas al barrio, fueron surgiendo, con el correr del tiempo, comisiones temáticas –prensa, salud, compras comunitarias, política, economía, etc- con el objetivo de operativizar las acciones discutidas semanalmente” (Ouviña, 2008, p. 81).

Finalmente, como demuestra Fernández (2006) en las Fábricas Recuperadas se configuró un dispositivo para la toma de decisiones que requería la participación de todos, más allá de las asambleas regulares –y el despliegue de sus respectivas comisiones- la autora advierte la existencia de un estado asambleario en el cual las discusiones “se desarrollan en todo momento en los pasillos, en los descansos, en las comidas, de modo tal que el tratamiento de los temas no se restringe al espacio propiamente asambleario sino que se da una suerte de debate o deliberación que incluye los espacios informales, los tiempos de producción y de descanso” (2006, p. 217).

Los tres estudios que hemos tomado aquí, dan cuenta de la importancia que adquiere la forma asamblearia dentro de las dinámicas de organización de los diversos movimientos sociales. Sin embargo, la proliferación de las investigaciones desde la perspectiva de análisis de caso dificulta la comprensión del fenómeno asambleario puesto que desgrana su aparición y la circunscribe a la organización dentro de la cual se desarrolla. Al tiempo que dirigen sus preocupaciones no ya, sobre las escenas políticas instituidas/instituyentes de nuevas formas, sino hacia la construcción de nuevas subjetividades, entendidas como los efectos fundamentales de la rearticulación de los lazos sociales que se experimentan dentro de los movimientos sociales.

En esta línea, si bien es cierto que la comprensión arendtiana de la política ha dado lugar a interpretaciones que enfatizan en la centralidad que allí ocupa la acción[23] –entendida en tanto capacidad humana de dar origen a lo enteramente nuevo y romper con todos los límites y fronteras–creemos que es necesario conjugar esta lectura con sus reflexiones en torno a la necesaria estabilidad del Mundo común. Tal como menciona Canovan (1992), el interés de Arendt sobre los Consejos no refiere meramente a una lectura romántica, sino que remite a una posibilidad práctica que deviene de sus análisis sobre las Revoluciones americana y francesa y renace con el estallido de la Revolución húngara en 1956. La fundamental importancia que adquieren los Consejos para Arendt radica en que estos constituyen

cuerpos con orígenes similares que surgieron espontáneamente en revolución tras revolución, en 1870 en Francia, en 1905 en Rusia, en 1918-19 en Alemania y luego en 1956 en Hungría, no como partidos o movimientos ideológicos sino como espacios públicos en los que la gente podría discutir y actuar sobre sus asuntos comunes. [Arendt] tiene cuidado de enfatizar que estos eran "órganos de orden tanto como órganos de acción". [...] Por el contrario, sostuvo que, aunque en cada caso los consejos habían sido suprimidos antes de que pudieran desplegar sus potencialidades, habían mostrado persistentemente una tendencia a federarse y construir una estructura piramidal de representantes enviados de abajo a Consejos superiores que podrían formar una alternativa práctica al método de representación del partido. (1992, p. 236)

 

Desde esta perspectiva, el pensamiento de Arendt sobre los consejos supera el status de metáfora para convertirse en una posibilidad integrada al sistema democrático moderno. En efecto, no constituyen un modelo político alternativo, sino que aquello que la autora busca es pensar los consejos –y sus consecuencias– en el marco de la democracia moderna, recuperando de este modo su carácter conflictual y agonístico. Es decir, se trata de abrir la discusión sobre las posibilidades de la participación popular efectiva en los asuntos públicos superando los límites impuestos por el sistema de partidos y las instituciones representativas.

Tal como sostiene Andrés Duarte (2016), Arendt no buscó descartar por completo la democracia representativa y partidaria sino que se interesó por

encontrar alternativas políticas basadas en las experiencias revolucionarias de auto-organización popular, capaces de redefinir las bases de sustento de la democracia representativa en el sentido de preservar, estimular y ampliar las pequeñas islas de libertad simbolizadas por los consejos populares en tanto instituciones políticas que se repitieron de manera espontánea e insistentemente en el curso de cada evento revolucionario (Duarte, 2016, p. 24. Traducción propia).

La preservación del principio que dio origen a la acción es una de las cuestiones centrales abordadas por Arendt al momento de referirse al rol que cumplieron las asambleas y los consejos revolucionarios. En este sentido, Correia (2014) sostiene que las lecturas de Sobre la Revolución, en su mayoría, han girado en torno a las distinciones que se realizan entre el éxito de la Revolución americana, y el fracaso del caso francés pasando por alto la principal conclusión de Arendt, la cual sostiene que todas las revoluciones fracasaron en el intento de preservar el espíritu revolucionario cristalizado en el sistema de consejos, en otras palabras, el tesoro perdido fue la oportunidad de salvar al "espíritu revolucionario por medio de la República" (Arendt, 2008, p. 315)

Asimismo, luego del estallido de Revolución húngara "la cuestión había dejado de ser cuánta libertad permitir a la acción, al discurso y al pensamiento, y era más bien cómo institucionalizar una libertad que ya era un hecho consumado" (Arendt, 2007, p.96). Al igual que en los casos americano y francés, aparecieron casi simultáneamente al estallido de la Revolución los Consejos Revolucionarios y de Trabajadores que permitieron la participación efectiva de los ciudadanos.

A partir de las experiencias mencionadas, en las páginas finales de Sobre la Revolución, Arendt sostiene que, a pesar de su falta de continuidad el fenómeno de los Consejos posee una serie de características en común, p. en primer lugar, la espontaneidad de su nacimiento y constitución, y ello “contradice de modo evidente el modelo de revolución teórico del siglo XX, planteada, preparada y ejecutada casi con exactitud por los revolucionarios profesionales" (Arendt, 2008, p. 363). Incluso, el estallido de la mayor parte de las revoluciones ha sorprendido a los grupos y partidos revolucionarios no en menor medida que a los demás (…) Normalmente ocurrió, al contrario: la revolución estalló y liberó, a los revolucionarios profesionales de donde quiera que estos se encontraban: la cárcel, el café o la biblioteca (2008, p. 358). En segundo lugar, los consejos siempre fueron "tanto órganos de orden como de acción y fue su aspiración fundar el nuevo orden" (2008, p. 363) que permitiera la participación directa de todos los ciudadanos en los asuntos públicos, y tal como afirma Arendt mientras existieron, "cada individuo tuvo su propia esfera de acción y podía contemplar, por así decirlo, con sus propios ojos su contribución personal a los sucesos del día" (2008, p. 363). En tercer lugar, Arendt sostiene que este fenómeno da cuenta de la existencia de una alternativa real al sistema de partidos moderno. Así, lo verdaderamente notable fue que en la práctica la existencia de los partidos perdiese toda significación. "Los consejos fueron en realidad los únicos órganos donde tenían asiento los hombres que no pertenecían a ningún partido" (2008, p. 363) a la vez que perdieron importancia las diferencias ideológicas y los lineamientos impuestos de desde los programas políticos.

Los consejos eran indudablemente espacios de libertad que tomaban en cuenta la capacidad de los hombres actuar y debatir juntos y constituyeron el pilar de la revolución en la medida en que permitieron conservar y ampliar el espíritu público que le dio origen. Estas experiencias políticas nacieron exclusivamente de las acciones y demandas espontáneas de pueblo y no se dedujeron de ninguna ideología ni fueron previstos, mucho menos preconcebidos, por ninguna teoría acerca de la forma óptima de gobierno. En este sentido, en Reflexiones sobre la Revolución Húngara (2007), Arendt llama la atención sobre la necesidad de estudiar estas nuevas formas de lo político, así

donde quiera que aparecieron, los consejos fueron recibidos con la decidida hostilidad de las burocracias de los partidos y sus líderes, de la derecha a la izquierda y con el desprecio unánime de los teóricos y científicos políticos. (…) Y dado que nadie ha prestado nunca ninguna atención seria a esta forma nueva y por completo inédita de organización, su tenaz re-surgimiento a lo largo de más de un siglo no puede ser más espontáneo ni puede estar menos influido por un interés o teoría extrínseco (2007, p. 101).

Los consejos, en tanto experiencias fundamentalmente democráticas son alternativas políticas basadas en las auto-organización popular que redefinen las bases de sustento de la democracia representativa ya que preservan, estimulan y amplían los espacios de libertad. Al respecto, seguimos el análisis propuesto por Albert Wellmer (1988), quien sostiene que las reflexiones de Arendt refieren a la participación popular posible dentro de las instituciones existentes. Al tiempo que, su puesta en práctica cuestiona una idea de libertad únicamente basada en los derechos otorgados por las constituciones y sostiene la posibilidad de una libertad política real dentro del sistema democrático.

Volviendo sobre nuestro objeto de estudio, comprender de manera transversal la aparición de la dinámica asamblearia en la argentina post- 2001, requiere interrogarnos por la forma de la discusión política que se trama en las distintas experiencias de auto-organización, este acercamiento supone atender a dos cuestiones: hacia el interior, la invención de reglas y mecanismos para la discusión y la toma de decisiones; y hacia el exterior, el uso y la reapropiación de los distintos dispositivos institucionales que ponen en contacto a las diversas organizaciones con las instituciones tradicionales de la política.

Respecto al primero de los puntos, las reglas y los mecanismos de las diversas asambleas se estructuran en torno a tres características compartidas: construcción horizontal, democracia directa y participación efectiva. El carácter horizontal refiere fundamentalmente a la ausencia de posiciones o liderazgos fijos y la creación de un sistema de rotación constante que favorece a la alternancia en cada cargo o comisión[24]. Asimismo, los mecanismos de democracia directa suponen el sostenimiento tanto de la deliberación como de la toma de decisiones, ya sea a través del voto de la mayoría o de la construcción de consensos[25]. Finalmente, la participación efectiva es un tópico central que se abordan en las distintas experiencias de auto-organización, en relación a la preocupación no solo por fomentar sino por sostener la presencia de todes en cada una de las instancias de deliberación[26].

Si bien es posible encontrar diferencias hacia el interior de cada una de las experiencias –aún más, esas diferencias marcan la pluralidad de un fenómeno que no es posible homogeneizar- creemos que el despliegue de la dinámica  asamblearia en torno al cual se organizan, es un punto de encuentro fundamental.

Respecto del segundo de los puntos mencionados anteriormente, resulta evidente que esta forma de la organización horizontal, democrática y efectiva trama una serie de tensiones en el encuentro con las formas tradicionales del sistema político signado por una lógica jerárquica, representativa y delegativa de la política. Este encuentro –por demás problemático– fue abordado desde la perspectiva de las ciencias sociales como el despliegue de un proceso de cooptación[27] en dónde cualquier tipo de acercamiento con instituciones políticas tradicionales: partidos, sindicatos o gobiernos, era traducido como un disciplinamiento de la potencia creativa contenida desde abajo.

En este sentido el marcado carácter autonomista[28] desde el cual se analizaron los movimientos sociales en particular, y los tiempos extraordinarios en general, obturó la posibilidad de vislumbrar en las fracturas o los intersticios los espacios de articulación y cooperación –no menos problemáticos y conflictivos– que las organizaciones populares tramaron con las instituciones políticas.

Frente a ello, creemos que identificar la potencia disruptiva y creativa de nuevas dinámicas contenida en las diversas experiencias de auto-organización popular –que surgen toda vez que las formas representativas de la política se encuentran debilitadas– no implica necesariamente un rechazo absoluto a las formas institucionales. Correr del centro del análisis las exigencias analíticas desplegadas en torno a la articulación de identidades y al sostenimiento de la autonomía frente a las instituciones de la política tradicional, hace posible vislumbrar los espacios de articulación que se traman dentro del sistema representativo o, volviendo sobre el pensamiento de Arendt, comprender el tesoro que lega el 2001 en la política argentina. 

Y más aún, permite volver sobre la pregunta acerca del carácter extraordinario del periodo para pensar en la capacidad de los actores de dar lugar a lo extraordinario: es decir, la creación de espacios políticos que permitan la irrupción de la acción en concierto en la trama de relaciones establecidas, en la fundación de la libertad.

 

IV.               Algunas consideraciones finales

Volviendo sobre el punto de partida de este artículo, creemos que si el 2001 desbordó las categorías sociales y políticas para pensar las experiencias que surgieron de allí ¿por qué no volver sobre ellas para (re)armar esas categorías? En este sentido, nuestra intención no es negar la heterogeneidad del fenómeno asambleario sino llevar adelante una apuesta analítica y conceptual que permita pensar la asamblea como una dinámica política que adquirió especial protagonismo después de las jornadas decembrinas. Así, la perspectiva de análisis que proponemos no se funda en un agregado de experiencias particulares sino que son éstas las que motivan la reflexión teórica para dar forma a una lectura de conjunto.

De este modo, no se trata de anular la pluralidad de las asambleas para convertirla en un movimiento (porque de hecho no lo fue) sino en pensar su pluralidad y su potencia política en el marco de las instituciones representativas. En otras palabras, la propuesta de una lectura política sobre los tiempos extraordinarios alude al modo de articular conceptualmente la compleja y conflictiva interacción entre lo instituyente y lo instituido, de las formas de aparición de espacios públicos-políticos en el marco de las instituciones de la democracia liberal representativa.

Tal como desarrollamos a lo largo del artículo, la serie de elaboraciones conceptuales que realizamos a partir de la obra de Arendt, refiere a dos ejes: por un lado, descentrar la cuestión de la identidad en tanto clave de análisis para el surgimiento y despliegue de los diversos movimientos sociales; y en línea con ello, atender a la aparición de formas de la política que atravesaron las diversas experiencias de auto-organización popular, es allí en dónde nuestro interés por la dinámica asamblearia constituye una clave de lectura por demás interesante. En efecto, esta es una experiencia política de creación de un espacio público democrático, de encuentro sobre los asuntos comunes que formula un sentido colectivo de lo plural.

No se trata de romantizar ni de pensar sobre el fenómeno asambleario como el éxito revolucionario, sino de vislumbrar lo que Arendt llama el tesoro perdido de las revoluciones. El elemento asociativo como herencia sin testamento que se transmite como una dinámica política que crea actores y espacios públicos, es la creación de la comunidad política –en espacios en dónde se materializa la libertad política– que se encuentran más allá de las cuestiones de mera reproducción de la vida.

En este sentido, estas reflexiones buscan proponer un lenguaje teórico- político que pueda legar el tesoro es decir, la sabiduría, la inteligencia colectiva, la memoria de la asamblea como experiencia de creación de mundo común.

Bibliografía.

Allen, A. (2017) “Solidarity after identity politics: Hannah Arendt and the power of feminist theory”. En Hannah Arendt. Routledge.

Arendt, H. (2007) “Reflexiones sobre la revolución húngara” en Karl Marx y el pensamiento político occidental. Madrid: Encuentro

Arendt, H. (2008) Sobre la Revolución. Buenos Aires: Alianza,

Arendt, H. (2016) Una Revisión de la historia judía y otros ensayos. Buenos Aires: Paidós.

Bergel, M. (2009) “En torno al Autonomismo argentino” en La Autonomía posible. Emancipación y reinvención de la política. Universidad Autónoma de la Ciudad de México: México D.F.  p. 285 - 325

Birulés, F. (2006) “Posfacio” en Collin, F. Collin, F. (2006) Praxis de la diferencia. Liberación y libertad. Barcelona: Icaria Editorial

Birulés, F. (2016) “Hannah Arendt y la Condición Judía” prólogo a Arendt, H. (2016) Una Revisión de la historia judía y otros ensayos. Buenos Aires: Paidós.             

Birulés, F.  (2017) Entreactos. En torno a la política, el feminismo y el pensamiento. Buenos Aires: Katz.

Borón, A. (2007), “Identidad, subjetividad y representación”, en Villanueva, E. y Massetti, A. (Comp). Movimientos sociales en la Argentina de hoy, Buenos Aires: Prometeo, p. 26-40.

Botana, N. (2002) La República Vacilante: entre la furia y la razón. Taurus, Buenos Aires.

Canovan (1992) Hannah Arendt: A reinterpretetion of her political thougth. Cambridge: Cambridge University Press.

Cheresky, I.  (2007). La política después de los partidos. Prometeo Libros, Buenos Aires.

Cheresky, I. (2002) Autoridad política debilitada y presencia ciudadana de rumbo incierto en Cadernos de Pesquisa Interdisciplinar em Ciências Humanas, vol. 3 n° 39. Universidade Federal de Santa Catarina.

Cheresky, I. (2006) La ciudadanía en el centro de la escena. Encuentro de Latinoamericanistas Españoles: Viejas y nuevas alianzas entre América Latina y España, s.l: España.

Cheresky, I. y Blanquer, J. (comps) (2003) De la ilusión reformista al descontento ciudadano. Homo Sapiens, Buenos Aires.

Colectivo Situaciones (2002), 19 y 20. Apuntes para un nuevo protagonismo social., Buenos Aires: De mano en mano

Colectivo Situaciones (2002b) La fuerza del NO! en Revista Multitudes. N° 6. Marzo-Abril 2002. Editorial : Association Multitudes. Disponible on-line: http://www.multitudes.net/category/l-edition-papier-en-ligne/multitudes-8-mars-avril-2002/ . Consultado el 16/08/13

Collin, F. (2006) Praxis de la diferencia. Liberación y libertad. Barcelona: Icaria Editorial

Correia, A. (2016) Revolução e liberdade, de Hannah Arendt. Cuadernos de Filosofía Alemana. Vol. 21 N° 3. Edição especial - Dossiê Hannah Arendt.

Cutting-Gray, J. (1993). Hannah Arendt, Feminism, and the Politics of Alterity: "What Will We Lose If We Win?" En Revista Hypatia, Vol. 8, No. 1 (Winter, 1993) (pp. 35-54). Buenos Aires. ISSN 2683-7781

Delamata, G. (2005) Ciudadanía y territorio. Las relaciones políticas de las nuevas identidades sociales. Buenos Aires: Espacio Ed.

Duarte, A. (2016) Poder, violência e revolução no pensamento político de Hannah Arendt en Cuadernos de Filosofía Alemana. Vol. 21 N° 3. Edição especial - Dossiê Hannah Arendt.

Fernández, A. M. (2008) Política y Subjetividad. Asambleas barriales y fábricas recuperadas. Buenos Aires: Tinta Limón

Forti, S. (2001) Vida del Espíritu y Tiempo de la Polis. Hannah Arendt entre la filosofía y la política. Valencia: Ediciones Cátedra. 

Honig, B. (1998) “Hacia un feminismo agonístico: Hannah Arendt y las políticas de identidad”. En Revista Feminaria. Año XI, Nº 21 (pp. 9 a 21) Buenos Aires.  

Leibovici, M. (1998) Hannah Arendt, una juive. Expérience, politique et historie. París : Desclée de Brower

Lewcowicz, I. (2002) Sucesos Argentinos. Cacerolazo y subjetividad postestatal. Buenos Aires: Paidós.

Lewcowicz, I. (2004) Pensar sin Estado. La subjetividad en la Era de la Fluidez.  Buenos Aires: Paidós.

Magnani, E.  (2003) El cambio silencioso. Empresas y fábricas recuperadas por los trabajadores en la Argentina. Prometeo: Buenos Aires. 

Novaro, M. (2002) El derrumbe de lo político en el ocaso de la convertibilidad. Buenos Aires: Norma.

Ouviña, H. (2008) La política en movimiento. Identidades y experiencias de organización en América Latina. Buenos Aires: CLACSO

          Palermo, V. (2002). “El enemigo del pueblo”. En Novaro, M., El derrumbe de lo político en el ocaso de la convertibilidad. Buenos Aires: Norma.

Pérez, G.  (2013) Todo aquel fulgor. La política argentina después del Neoliberalismo. Buenos Aires: Nueva Trilce.

Pérez, G. y Natalucci, A. (2010), “La matriz movimientista de acción colectiva en Argentina: la experiencia del espacio militante kirchnerista”. En Revista América Latina Hoy. Núm. 54 (pp. 97-112). ISSN (2340-4396). Salamanca. Universidad de Salamanca.

Pousadela, I. (2011) Entre la deliberación política y la terapia de grupo: la experiencia de las asambleas barriales-populares en la Argentina de la crisis. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales - CLACSO.

Rajland, B. y Campione, D. (2006) “Piqueteros y trabajadores ocupados en la Argentina de los últimos años: novedades y continuidades en su participación y organización en los conflictos”, en López Maya, M (comp.) Sujetos
sociales y nuevas formas de protesta en la historia reciente de América Latina. Buenos Aires: CLACSO.

Rinesi, E; Nardacchione, G. “Teoría y práctica de la democracia argentina” en Rinesi, E; Nardacchione, G. y Vommaro, G. (Eds.) (2007) Los lentes de Víctor Hugo. Transformaciones políticas y desafíos teóricos en la Argentina reciente. Buenos Aires: Prometeo Pp. 9-56.

Schillagi, C. (2005) “Devenir vecino-militante. Las asambleas barriales de Buenos Aires” en Delamata, G. Ciudadanía y Territorio. Las relaciones políticas de las nuevas relaciones sociales. Buenos Aires: Espacio.

Svampa, M y Pereyra, S (2008). La Huella Piquetera: avatares de las organizaciones de desocupados después de 2001. Buenos Aires: Al Margen.

Svampa, M. (2002) Las Dimensiones de las Nuevas Protestas Sociales. Revista El Rodoballo N°14. (pp. 9 a 12) Buenos Aires. Editorial El cielo por Asalto.

Svampa, M. (2003) La Sociedad excluyente. La argentina bajo el signo del neoliberalismo. Buenos Aires: Taurus

Svampa, M. (2005) “Ciudadanía, estado y globalización. Una mirada desde la Argentina contemporánea. En Nun, J. (comp.) Debates de Mayo. Nación, Cultura y Política. Gedisa, Buenos Aires.

Svampa, M. (2006) A 5 años del 19 y 20 de Diciembre de 2001. Ponencia presentada en el Encuentro organizado por el equipo de Educación Popular Pañuelos en Rebeldía el 18/12/06

SVAMPA, M. (2008) Cambio de Época. Movimientos Sociales y Poder Político. Buenos Aires: Siglo XXI

Svampa, M. y Pereyra, S. (2009) Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras. Buenos Aires: Biblos

Tassin, E. (1999) Le Trésor Predu. Hannah Arendt, l'intelligence de l'action politique. París: Payot. 

Tassin, E. (2007) Le peuple ne veut pas. En Kupiec, A.  Leibovici, M, Muhlman, G. Tassin, E. (organizadores) Hannah Arendt: Crisis DeL'état-Nation. Pensées Alternatives. Paris: Sens&Tonka.

Tassin. E. (2018) Pour quoi agissons-nous ? Questionner la politique en compagnie d'Hannah Arendt, Lormont, París: Le Bord de l'eau.

Torre, J. (2003) “Los Huérfanos de la política de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representación partidaria” en Desarrollo Económico. Enero-Marzo. Vol 42 (pp 647-665). Buenos Aires: IDES. ISSN 1853-8185

Wellmer, A. (1998) “Hannah Arendt: Sobre la Revolución” Areté revista de filosofía. Vol. X, N° 1. (pp. 67-100). Lima: Universidad Pontificia del Perú Un ISSN: 1016-913X

Zerrilli, L. (2008) El feminismo y el abismo de la libertad. Buenos Aires: Fondo de Cultura económica

 Zibechi, R.  (2007) Tiempos de Rebelión: “Que se vayan todos”. Calles y Plazas Argentinas 2001-2002. Buenos Aires: GEMSAL Antropofagia.

Zibechi, R. (2003) Genealogía de la revuelta. Argentina: la sociedad en movimiento. Buenos Aires: Letra Libre.



[1] [1] Fecha de recepción: 25/04/2022. Fecha de aceptación: 27/12/2022

Identificador persistente ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/dhgfh8z8c

[2] Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el III Simposio de Ciudadanías: “Lo público, lo privado, lo común” llevado adelante los días 10, 11 y 12 de abril de 2022 en la Residencia Universitaria Horco Molle de la Universidad Nacional de Tucumán. Agradezco los valiosos aportes realizados allí y especialmente a todes les integrantes del proyecto PIUNT H645/2 “Dimensiones de la ciudadanía en el contexto del pensamiento democrático y republicano” perteneciente al Centro de Estudios Modernos. 

[3] Universidad Nacional de General Sarmiento, CONICET
Buenos Aires, Argentina

https://orcid.org/0000-0003-1335-3887

camilacuello1988@gmail.com

[4] Para un análisis detallado de estas discusiones ver Cuello, C. (2021) ¡Que se vayan todos! El sentido político de las manifestaciones del 19 y 20 de Diciembre de 2001, allí elaboramos un análisis respecto del carácter político o anti-político de las jornadas decembrinas.

[5] La caída de la dictadura cívico-militar dio lugar a un profuso debate sobre las formas que debía adoptar la democracia recientemente recuperada. Mucho se ha escrito al respecto, aquí aludimos al componente fuertemente representativo que caracterizó el vínculo entre electores y políticos, que se afianzó en detrimento de la apertura de espacios de participación efectiva.

[6] Del conjunto de estudios que estamos analizando aquí, el análisis producido por el Colectivo Situaciones se enmarca en un tipo de investigación militante y autónoma que, según sus integrantes “pretende ser un proyecto de lectura ´interna´ de las luchas, una fenomenología (genealogía) y no una descripción ´objetiva´. Porque solo de esa forma el pensamiento asume una función creadora, afirmativa, para dejar de ser una mera reproducción de lo existente” (2002, p. 3)

[7] En este sentido en La Sociedad Excluyente (2003) Svampa sostiene que “En suma, las elecciones presidenciales colocaron un gran interrogante acerca de la “eficacia” de las intensas movilizaciones de 2002, en su cuestionamiento a la representación política, y también pusieron de manifiesto un escenario político amenazado de ahora en más por una suerte de “peronismo infinito” fortalecido esta vez por el colapso de los restantes partidos tradicionales” (2003, p. 272)

[8] Así, tal como evidencian Natalucci y Schuttenberg (2010) la profusa literatura sobre el Kirchnerismo se despliega en cuatro líneas de investigación principales: la primera de ellas se dedicó al estudio del sistema político; la segunda se abocó al análisis del kirchnerismo y su relación con el peronismo; la tercera línea se concentró en el interrogante acerca de cómo pensar el populismo y, finalmente la cuarta, estudió la interacción entre el gobierno y las organizaciones sociales.

[9] En esta misma línea, Campione y Rajland (2006) sostienen que la cooptación es la reformulación de un clientelismo blanqueado y organizado desde el Estado hacia los piqueteros. Por ende, los piqueteros son cooptados por el kirchnerismo a cambio de recursos. Por otro lado, para Borón (2007) "En otras palabras, el que se vayan era inocuo si al mismo tiempo no se decía quiénes debían venir. Por eso las cosas terminaron en el "gatopardismo" hábilmente concebido y ejecutado por Duhalde". Así, "No fueron capaces de plasmar un nuevo sujeto político imbuido de los atributos necesarios para consolidar la correlación de fuerzas existentes y evitar la recaída a situaciones anteriores. No obstante, si los MMSS fracasaron en la construcción de una alternativa nada distinto ocurrió con los gobiernos surgidos por la vía institucional de las elecciones.

 

[10] En este sentido, Svampa sostiene que el espacio popular ha tenido grandes dificultades a la hora de aunar sus demandas. Dicha dificultad fue producto de la profunda heterogeneidad de sus miembros; caída del entusiasmo de la movilización conforme avanzaba el año 2002, la estigmatización de la protesta desplegada desde los medios masivos de comunicación con gran impacto sobre la opinión popular y las demandas de orden y seguridad. (2005, pp. 289-291)

[11] De este modo, los estudios que se aproximan a los movimientos sociales desde una reflexión de tono más teórica y transversal antes que “descriptiva” y de caso giran en torno al sujeto producido por estas nuevas formas de auto-organización popular. Y allí se elaboran líneas de análisis que buscan establecer un vínculo entre los distintos movimientos y el marco político-institucional en el cual estos se encuentran inmersos. Múltiples estudios profundamente críticos del Neoliberalismo entendido en tanto proceso de desestructuración y vulnerabilización de los lazos sociales, entienden que el surgimiento de las distintas experiencias de autorganización constituyen en cierto modo una respuesta al modo de subjetivación neoliberal individualista y meritocrática que relegó a los sujetos al status de consumidores (Lewcowicz, 2004; 2005, Colectivo Situaciones, 2002; Fernández, 2006; Svampa, 2005; 2008).

[12] Al respecto, Arendt elabora un conjunto de interesantes reflexiones sobre los actores (antes que los sujetos) protagonistas de la acción política. En este sentido, en su último libro ¿Por qué actuamos? Cuestionar la política en compañía de Hannah Arendt (2018) Etienne Tassin sostiene que el concepto de subjetivación ofrece una oportunidad para pensar las modalidades políticas de las comunidades de autores en lucha en cuanto, a diferencia de la noción de sujeto, designa un proceso y no un principio, un estado y no un resultado (Tassin, 2018: 65 y ss.). Para el autor, la novedad conceptual radical de la idea de subjetivación refiere a que allí donde hay subjetivación no hay sujeto, ni en el origen ni al final (2018, p. 65).

[13] Uno de los epistolarios que abordan la cuestión de la identidad son aquellas cartas entre Arendt y Scholem en particular aquellas que problematizan la polémica librada en torno a Eichmann en Jerusalém en dónde la acusa de tener poco amor por el pueblo judío, al que ella pertenece. Véase al respecto: Scholem. G. (1964) “Eichmann en Jerusalem: AnExchange of Letters between Gershom Scholem and Hannah Arendt”, en Encounter.

[14] La relación entre Arendt y el feminismo es por demás compleja. Véase al respecto: Birulés, F. (2017) Entreactos. En torno a la política, el feminismo y el pensamiento. Buenos Aires: Katz.

[15] En línea con ello, ante la inherente contingencia de las acciones y los discursos que irrumpen en el espacio público, Arendt repara en la narración entendida como un ejercicio del pensamiento que permite comprender lo sucedido y al mismo tiempo preservar el momento fugaz de la acción, es decir, salvarlo del olvido. Ya que en el mundo “solo permanece lo que se puede comunicar. Lo incomunicado, lo incomunicable, eso que no se contó a nadie y no dejó huella en nadie (…) se hunde en el oscuro caos del olvido, está condenado a repetirse (…) y se repite, pues, aunque haya ocurrido de verdad, no encontró en la realidad un refugio estable (Arendt, 2008, p. 145). De este modo, Arendt atribuye dos funciones a la narración: preservar las acciones pasadas y otorgarles un sentido.

[16] En este marco se sitúan las polémicas reflexiones que Arendt ha realizado en torno a la responsabilidad de los Consejos Judíos frente al exterminio Nazi.

[17] En este sentido, Honig sostiene que “no es cierto que decidamos hacer esa acción y entremos al campo de lo público después de esa decisión” (Honig, 1998, p. 22)

[18] Al respecto, resulta importante aclarar aquí que no proponemos caracterizar al 2001 como una “Revolución” sino antes bien, comprenderlo en términos arendtianos en tanto acontecimiento, esto es, la irrupción de la acción en la trama de relaciones humanas, cuyo curso es imposible de preveer por los propios actores que lo pusieron en marcha. En esta línea es que, creemos que las conceptualizaciones arendtianas acerca del surgimiento de los Consejos y las Asambleas en cada una de las Revoluciones analizadas (americana, francesa y húngara) puede darnos una clave de lectura interesante para asir el sentido político de la asamblea en el marco de las instituciones representativas.

[19] Para el caso de las Asambleas Barriales existen diversos análisis que, desde múltiples perspectivas se han concentrado en comprender tanto sus lógicas de funcionamiento (tanto internas como en relación con los distintos niveles del gobierno) como las características de los sujetos que participaban en ellas. En esta línea se encuentran los estudios de Svampa (2002; 2005), Cafassi (2002), Delamata (2005), Fernández (2006), Pousadela (2011), Armelino y Rossi (2005), Zibechi (2003) y Giarraca (2002).

[20] Respecto de las Fábricas Recuperadas resultan centrales los análisis de Rebón (2004; 2006) Fernandez (2006), Moreno (2010), Fajn, Et Al. (2003) y Battistini (2002). Desde distintas aproximaciones, los análisis abordan el fenómeno en relación a las transformaciones que ha impulsado respecto de los modos de concebir el trabajo asalariado en la era capitalista, las formas de organización interna que se han dado cada una de las Fábricas Recuperadas y fundamentalmente el modo de ser obrero que se redefine a partir de la colectivización de los medios de producción.

[21] Asimismo, la profusa literatura sobre el Movimiento Piquetero (Masetti, 2004; Colectivo Situaciones, 2002a; 2002b; Auyero, 2002; Pérez, 2005a; 2005b; 2007; 2001, Svampa y Pereyra, 2008; Pereyra, 2008) indica también la existencia de la dinámica asamblearia como forma de organización de la política.

[22] Acerca de las particularidades propias de cada una de las Asambleas el estudio de Pérez, Armelino y Rossi (2005) plantea una distinción entre las llamadas Asambleas Populares y las Asambleas Vecinales.

[23] Esta lectura de la obra de Arendt que podríamos caracterizar como fenomenológica-acontecimentalista surge principalmente en Francia a partir de los años 80, en el marco de la crisis del marxismo y el llamado “fin de las ideologías”. Allí, tal como menciona Simona Forti (2001) la segunda ola de recepción del pensamiento arendtiano adquirió impulso en los debates sobre la democracia. En este escenario, pensadores como Claude Lefort (1981), Miguel Abensour (2007), Etienne Balibar y Etienne Tassin (1999), analizaron la comprensión de la política en Arendt en torno a la centralidad que adquiere su “teoría de la acción”.

[24] Respecto de la “rotación” en las distintas comisiones, Esteban Magnani (2003) sostiene que la forma de organización de las Fábricas Recuperadas busca “evitar la delegación del poder en una forma piramidal que suele desembocar en la apropiación del mismo para el beneficio personal por parte de un grupo dirigente” (2003, p. 165).

[25] La horizontalidad y el rol de la asamblea fue clave en todas las experiencias de auto-organización.

[26] Respecto de la forma de participación efectiva, en Zanón se abrió la discusión cuando fue necesario incorporar nuevos trabajadores. La alternativa entre incorporarlos en calidad de trabajadores asalariados o de socios de la cooperativa pone en el centro el problema sobre la necesidad de conformar grupos de compartan los mismos objetivos para llevar adelante el proyecto colectivo. Véase al respecto: Ana María Fernández (2006) Política y Subjetividad. Asambleas Barriales y fábricas recuperadas. Tinta Limón: Buenos Aires.

[27] Sobre las discusiones en torno a la cooptación veáse al respecto: Svampa, M y Pereyra, S (2008). La Huella Piquetera: avatares de las organizaciones de desocupados después de 2001. Buenos Aires: Al Margen.

Svampa, M. (2003) La Sociedad excluyente. La argentina bajo el signo del neoliberalismo. Buenos Aires: Taurus

[28] Si bien no es posible sostener que el autonomismo fue una corriente de lectura homogénea, compartimos el análisis que Martín Bergel (2009) realiza en torno al autonomismo argentino en dónde refiere a un conjunto de lecturas que se han elaborado desde diversos espacios intelectuales cuya fuente teórica giró en torno al pensamiento de Tony Negri, Michael Hardt y Paolo Virno, por un lado; y John Holloway, por otro.