Valijas, besos, plumas: narrativas contra-sentimentales de las memorias queer/cuir [1]
Suitcases, kisses, feathers: counter-sentimental narratives of queer/cuir memories
Fiorella Guaglianone[2]
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Resumen
Este artículo explora las nociones de contrato sentimental, promesa y reparación/restitución, enmarcadas en las discusiones del giro afectivo y de la teoría queer para el análisis de algunas experiencias del Archivo de la Memoria Trans. Desde ese recorte, se pregunta por cómo se tensionan las prácticas de memoria y las narrativas de reparación al ponerse en contacto con políticas queer de resistencias u oposición al asimilacionismo lgbt; indaga, sobre esa línea, en la posibilidad de un archivo de sentimientos que desborde las lógicas de la reparación identitaria limitada a la tolerancia de una diversidad ya normativizada. Más específicamente y siguiendo esas marcas, el texto se detiene en algunos fragmentos de entrevistas intentando responder a la inquietud por analizar las memorias sexo-disidentes en su doble relación con, por un lado, las violencias del régimen heterosexual, las narrativas del trauma y los objetos de sentimientos y, por otro, con las estrategias ligadas a la contra-sentimentalidad y la contra-hegemonía.
Palabras clave: contrato sentimental, teoría queer, memorias.
Abstract
This article explores the notions of sentimental contract, promise and reparation/restitution, framed in the discussions of the affective turn and queer theory for the analysis of some experiences of the Trans Memory Archive. We ask how memory practices and narratives of reparation grow tense when they meet queer politics of resistance or opposition to LGBT assimilationism. Along these lines, we investigate the possibility of an archive of feelings that goes beyond the logic of identity repair confined to the tolerance of an already normativized diversity. More specifically, the text goes through some fragments of interviews trying to analyze sex-dissident memories in their double relationship with, on the one hand, the violence of the heterosexual regime, the narratives of trauma and the objects of feelings and, on the other hand, strategies linked to counter-sentimentality and counter-hegemony.
Keywords: sentimental contract, queer theory, memories.
Introducción
Indagar en la relación entre queeridad[3] y memorias; entre les que habitan una posición de disidencia con el orden sexo-genérico y los repertorios disponibles para narrar experiencias traumáticas, es una tarea compleja que ha tenido distintas resoluciones teóricas, epistemológicas y políticas. En líneas generales, existe un punto de contacto que consiste en pensar la queeridad como una forma particular de memoria que reniega de la linealidad edípica, los archivos heroicos, las historias de progreso y de liberación sexual. Algunes teórices, llamarán a renunciar a cualquier forma de intervención política ligada a la memoria o la reparación histórica: dirán que la queeridad representa estructuralmente la negatividad y que asumirla y radicalizarla supone renunciar a cualquier política del reconocimiento (Bersani, 1998; Edelman, 2004). Otres autores sostendrán que la posibilidad de una contra-hegemonía, de una posición disidente sexual o de una política queer anti-normativa, reside en la capacidad de crear un archivo “pequeño” (Halberstam en AAVV, 2020, p.118) que sospeche de las conmemoraciones y que produzca “nuevas formas de memoria más relacionadas con el borrado que con la inscripción” (Halberstam, 2018, p. 26); con las figuras del rezago como alegorías de la experiencia histórica queer, un “archivo del sentir (…) ligado a la experiencia de exclusión social y a la histórica imposibilidad del deseo hacia el mismo sexo” (2007, p.4 [la traducción es propia]); un “archivo de sentimientos negativos” y de “archivos efímeros del trauma” (Cvektovich, 2018, p.23).
Estos debates tienen además un vínculo singular con las reflexiones acerca de la continuidad, el cambio y la intervención política: una de las preocupaciones más salientes tiene que ver con problematizar y analizar cómo son capturados algunos modos de aparición de la disidencia sexual y reconducidos o recombinados para reproducir relaciones de desigualdad u opresión. Estas dinámicas han sido conceptualizadas de distintas maneras, pero remiten a la inclusión de gays, lesbianas, trans, no binaries etc. bajo las marcas de la normalidad como garantía de aceptación, respetabilidad y status. Para señalar algunas, Lisa Duggan piensa estos procesos a través de la categoría de homonormatividad (2003) advirtiendo cómo se produce un modelo normativo gay-lésbico, con pretensiones de hegemonía, en las luchas por la integración formal y de derechos de les no-heterosexuales, que no sólo se caracteriza por mantener incuestionada la heteronormatividad capitalista, sino que también promueve una política de privatización del sexo, domesticidad y consumo. Jasbir Puar, por su parte, ha teorizado acerca de las políticas sexuales que se orientan a inscribir y reinscribir valores civilizatorios occidentales, definiéndolas como homonacionalismo (2006): un modo de recrear el cuerpo nacional, posicionando a les homosexuales en la normatividad del individualismo, el patriotismo y el neo-imperialismo. En líneas más generales, estas lecturas se ocupan de pensar el problema del asimilacionismo y de los límites de las políticas de la identidad, problema que este artículo no puede abordar en profundidad, aunque le hace de marco.
El análisis se enfocará, entonces, en algunos fragmentos de entrevistas del Archivo de la Memoria Trans respondiendo a la inquietud por pensar las memorias sexo-disidentes, las narrativas de reparación y las políticas queer de oposición al asimilacionismo, entendiendo que ni la selección ni las discusiones teórico-epistemológicas se agotan allí. Se propone explorar una forma de narrar las violencias del régimen heterosexual, en un espacio particular, el Archivo de la Memoria Trans. Archivo que tiene como objetivo “la recolección y protección de la memoria trans en fotos, recortes, videos, revistas, películas, entrevistas e historias contadas por las sobrevivientes” (Archivo de la Memoria Trans, recuperado de Facebook). Fundado en el año 2012 por miembres de la comunidad travesti, transgénero y transexual reconstruye la historia del colectivo entre los años 1940 y 2000 a partir de material fílmico y fotográfico. Las preguntas que recorreremos pueden formularse de la siguiente manera: ¿qué sucede cuándo la búsqueda política de empatía en el dolor es la dimensión prioritaria de la justicia y de la fabricación de la ciudadanía universal? ¿En qué formas de narrar la memoria o la experiencia del trauma adquiere el sentimiento doloroso una dimensión moralizante, clarificante, que termina por interpelar a les privilegiades del régimen desde las lógicas mismas de un contrato sentimental que hace posible las inclusiones y exclusiones que produjeron esas violencias? ¿existen formas de narrar la experiencia traumática que no convoquen a una reparación identitaria sólo limitada a la tolerancia y la asimilación y que tensen, por el contrario, el contrato sentimental y el archivo de sentimientos que traza zonas abyectas, mostrificadas, otrorizadas y bestializadas del orden social? Por la multiplicidad de caminos que es posible abrir partiendo de esos puntos, en los párrafos que siguen, ordenaré la reflexión a través de categorías trabajadas por Lauren Berlant (2012 y 2020), activista y teórica queer acerca del sentimiento doloroso, el mundo político y las jerarquías sociales.
En El corazón de la Nación (2012), Lauren Berlant analiza un mecanismo que hace parte del modo en el que la ciudadanía nacional –específicamente la norteamericana- se constituye sobre una relación compleja entre sentimiento doloroso, memoria y mundo político. Sus escritos pertenecen a lo que suele denominarse el giro afectivo de la teoría queer[4]. El objetivo de este artículo consiste en reflexionar sobre esta forma particular de archivo y memoria poniendo a jugar las coordenadas analíticas del contrato sentimental (Berlant, 2012) y la desestabilización material y simbólica de las jerarquías en las (micro)políticas de la memoria sexo-genérica disidente. Me interesa pensar con Berlant (2012) porque se pregunta por las economías políticas y afectivas de la normalidad, interpretando el problema de la ciudadanía y la reparación como estados afectivos y políticas de sentimiento que producen y reproducen la clase, el sexo-género y la raza.
Al reflexionar sobre el sentimiento doloroso en las políticas de reparación, Berlant plantea tres hipótesis acerca de las lógicas del sentimiento doloroso: a) que el modelo traumático del dolor requiere reinscribir la sensación de que la ley y otras formas de desigualdad pueden funcionar como un remedio para sus propios efectos taxonomizantes; b) que incluso en los esfuerzos contra-hegemónicos de sentimiento doloroso se reintroduce la imagen de homogeneidad nacional y c) que este modelo equivalencia erradicación del dolor con justicia, orientándonos a sentir que los cambios de sentimiento son un cambio social. Lo que le interesa analizar es cómo en los discursos de reparación histórica de injusticias sociales se elabora un contrato sentimental que reintroduce las violencias que pretende erradicar. En este texto, en cambio, me gustaría hacer otro enfoque, más ligado a la pregunta por la contra-hegemonía: ¿es posible pensar una contra-sentimentalidad, una forma anti-normativa de las memorias sexuales disidentes? ¿cuáles podrían ser sus repertorios? Para ensayar una respuesta me aproximaré al Archivo de la Memoria Trans como una narrativa sentimental contra-hegemónica, esto es, en relación de oposición con las lógicas de los afectos que refuerzan o reintroducen las jerarquías del contrato sentimental heteropatriarcal, neoliberal, colonial, familiarista[5]. Partiendo de ese punto, me pregunto en qué términos podríamos afirmar que se trata de una alternativa a la reinscripción de una terapéutica individualista de la reparación (neoliberal), un sentido de la ciudadanía legalista, formal y represivo o un esquema de identificación afectiva basada en la feminización de las emociones, la privatización y el ocultamiento de su carácter público, material y socialmente contingente.
Archivo, afectos y contrato sentimental: una pregunta por la hegemonía
En El corazón de la Nación (Berlant, 2012) rastrea, con herramientas de los estudios culturales, cómo se entrelazan sentimentalismo, intimidad y democracia en los Estados Unidos. Lo que intenta identificar es cómo el sentimentalismo dentro del pensamiento y la actividad políticos despliega un discurso de ética, una retórica universalista que produce una comunidad basada en la “autoridad del sentimiento verdadero” (2012, p. 37); verdadero en tanto expone la capacidad de sufrimiento y trauma, creando y recreando una imagen de ciudadano. La política sentimental es, para la autora, una estructura que funciona incluyendo a quienes han sido excluidos de la ciudadanía, pero de una manera paradójica. La empatía que hace posible cierta reparación histórica para les supervivientes de una experiencia traumática descansa en el borramiento de las estructuras de clase, raciales y sexuales bajo un contrato sentimental que oculta las condiciones que hicieron posible que las violencias se perpetrasen. Las emociones que este pone a funcionar son normativas, están jerarquizadas de acuerdo con los sentidos culturalmente dominantes. Así como en los feminismos populares y decoloniales, la preocupación por narrar la experiencia traumática sin producir un ocultamiento de la agencia del cuerpo violentado marca el curso de gran parte de los debates acerca de la violencia sexual, bajo esta perspectiva la atención está puesta sobre las violencias desplegadas en la conformación de un nosotres, una rigidez identitaria, basada en afectos que están ya racializados, neoliberalizados y sexo-generizados. La inclusión de les excluides, los proyectos de redención o restauración de la ciudadanía, se producen así de forma transclasista y transracial, desplazando o reconfigurando aquello que aparece como un obstáculo al deseo de encarnar la norma: para ser objeto del sentimentalismo y, en consecuencia, sujeto de inclusión, debe producirse un ocultamiento de los elementos perturbadores del contrato sentimental hegemónico. Dice Berlant:
Como la ideología del sentimiento verdadero no puede admitir la no universalidad del dolor, sus casos de vulnerabilidad y sufrimiento pueden volverse un revoltijo en una escena de lo generalmente humano, y el imperativo ético hacia la transformación social es sustituido por un ideal de compasión pasivo y de vagos tonos cívicos. Lo político como espacio de actos orientados hacia lo público es sustituido por un mundo de pensamientos, inclinaciones y gestos privados que se proyectan al exterior bajo la forma de un público íntimo de individuos privados que moran en sus propios cambios afectivos en este contexto. En ese contexto personal/público el sufrimiento es respondido por el sacrificio o por la supervivencia que entonces se recodificará como logro de la justicia o de la libertad (Berlant, 2012, p.43).
Quienes negocian subjetivamente su permanencia afectiva en los regímenes de justicia, reclamación y redención son forzades a afirmarse sobre un ocultamiento; el de las condiciones estructurales de su posición social. La promesa de reparación del dolor hace posible no una acción política orientada a interrumpir el orden social que se presenta como dado, sino a restaurar el trazado afectivo que hace posible negociar con él, hacer la vida vivible en situaciones de vulnerabilidad. Esa sentimentalidad tiende a producir la fantasía de la desaparición de las desigualdades y estructuras de clase porque funciona “cuando el dolor de otros íntimos les quema la conciencia a los sujetos nacionales clásicamente privilegiados, de manera que sienten como propio el dolor de la ciudadanía fallida o denegada” (2020, p.68) haciendo que tiendan a pensarse dos cuestiones. La primera, que la ley y otras fuentes de desigualdad pueden ser el remedio para las mismas desigualdades que producen. La segunda, que la erradicación del dolor implica la desaparición de las relaciones asimétricas o desiguales. En nuestro recorrido, interesa en cambio, preguntarse: ¿qué sucede cuando los sentimientos de la experiencia traumática pertenecen a una narrativa disidente del orden sexo-genérico de un modo en el que este no puede ser eludido, ni desplazado, en favor de la restitución de una ciudadanía blanca, heterosexual y patriarcal, esto es, universal? Me interesa pensar, entonces, en un archivo de la memoria que puede, con palabras de Lemebel, hablar por su diferencia (2011). Es decir, pensar el Archivo de la Memoria Trans como un archivo de sentimientos para en esa búsqueda complejizar las afirmaciones que desplegamos y explorar “respuestas creativas que superan con mucho incluso a la más utópica de las soluciones terapéuticas y políticas” (Cvektovich, 2018, p. 26).
“Nuestros archivos eran psiquiátricos o policiales”: cuirizar la memoria
La primera ley que di por válida durante todo mi proceso de transición fue
abolir el terror a no ser normal que había sido sembrado en mi corazón infantil. Ese terror es el que es necesario detectar, aislar y extraer de la memoria para poder encontrar una salida
Paul Preciado
El Archivo de la Memoria Trans reúne dos repertorios de la memoria en Latinoamérica: la práctica de elaboración testimonial del genocidio de la última dictadura militar en Argentina, tomada de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, y la práctica travesti-trans de rescatar las fotos de la muerta por violencias patriarcales o transfóbicas de las familias que solían eliminar las marcas de la disidencia sexual en sus entierros, velorios o rituales de duelo. Guardar las fotos de la compañera contra el dispositivo de control familiar, por una parte, y por otra, inscribir esas imágenes en las luchas contra la represión policial del estado heteropatriarcal, militar y eclesiástico.
(…) la expectativa de los setentas era morir joven y bella en el cajón, a lo Marilyn Monroe. No había una expectativa de la vejez, no existía un proyecto de vida de la vejez. Los velorios travestis eran velorios faraónicos, todas nos encargábamos de hacer los honores porque pretendíamos los mismos honores cuando llegara el momento. Cuando alguna de nosotras moría, lo primero que hacía la familia era destruir las fotos porque eran testimonio de la oveja negra, entonces alguna compañera podía salvarte un bolso y las fotos. Las fotos sobrevivieron a eso, a los allanamientos policiales (Belén, Archivo de la Memoria Trans, recuperado de YouTube).
En la historia de la violencia genocida contra travestis y trans se combinan la búsqueda de restituir la heteronormalidad del dispositivo familiar, que borra las imágenes de la desviación sexual, del cuerpo queer y las prácticas represivas de los aparatos del estado que imprimieron la obediencia política y sexual en los mapas afectivos y materiales del proyecto nacional. Este doble origen del archivo trans –la inscripción de las violencias transfóbicas en la genealogía del genocidio militar y su ligazón con las prácticas familiaristas de desaparición de la imagen del cuerpo trans, tensa, en su misma aparición, la distinción público-privado. ¿Es posible imprimirle a la historia de las sobrevivientes del sistema de exterminio de la disidencia sexual una reparación basada en la tolerancia, la ciudadanía universal y la empatía propias de ese contrato sentimental?
Las violencias públicas-privadas perpetradas en dictadura y democracia responden al sentido público de la cis-heterosexualidad que aparece privatizado en las prácticas de domesticación familiar y socializado en las prácticas de exterminio y desaparición del cuerpo trans. Describir esta relación entre disciplinamiento familiar, aparatos represivos y producción de sexualidades heteronormativizadas es necesaria para comprender la narración del sentimiento y la experiencia traumática travesti-trans en su especificidad: un sentimiento que se liga con las resistencias al terrorismo sistemático, estatal y familiar, de la heteronormalidad. El terror a no ser normal y los afectos heteronormativos del contrato sentimental (vergüenza, culpa, rechazo, asco, miedo, etc.) y el terrorismo, también sistemático, aplicado sobre los cuerpos travestis-trans en el espacio público.
En el Archivo de la Memoria Trans podemos encontrar algunas pistas para pensar la relación entre queeridad y memoria(s): las imágenes no sólo narran el sentimiento doloroso (posiblemente ni siquiera lo priorizan) sino que reconstruyen los rastros de unas alianzas sexo-afectivas anti-normativas –el legado y la promesa de una familia trans-travesti, una alianza política de madres, hermanas, tías, parientas, nacidas del exilio de la heteronormatividad- y hacen una narrativa de la experiencia traumática que trae a la memoria el sentido público de las violencias privatizadas y la dimensión pública de la violencia privada. Como archivo de sentimientos tienen la capacidad de establecer una relación particular con quien hace de espectadore: si la expectativa ante el testimonio de quien sobrevive es la de empatizar con el dolor a través de la exposición de la impotencia de la víctima frente a la implacabilidad del victimario, el Archivo Trans se vuelve sobre los sentimientos que suelen ocupar lugares menores en los relatos de la injusticia y el crimen histórico: sentimientos cotidianos, pequeños, en apariencia no políticos, ante la amenaza de la desaparición y la muerte; los objetos felices de las sobrevivientes travesti-trans no hacen parte del mapa cognitivo y afectivo de les privilegiades del régimen capitalista y heterosexual: valijas de fotos que debieron ser quemadas, besos con varones cis y mariquitas, plumas de carnaval.
En la época que yo salía de carnaval era el momento en que nosotras estábamos libres. La gente quería ver las travestis. Ver esa fantasía, ver esos brillos, ver esos movimientos. Ver los bailes, ver las pelucas, las pestañas postizas, todo era bendecido (…) Esos fueron momentos hermosos, el maquillaje, el pintarte, las plumas, eso es el placer (Cintia, Archivo de la Memoria Trans, recuperado de YouTube).
Reflexiones finales: contra-sentimentalidad y lágrimas de loca
Mientras recorre las lógicas y los entrampamientos a los que conduce el contrato sentimental hegemónico, Berlant (2012), va rodeando una pregunta por la posibilidad o las características de una contra-sentimentalidad. En un momento la define como “la negativa de un autor o de un texto a reproducir la sublimación de luchas subalternas en convenciones de satisfacción emocional y fantasía redentora” (55). Este tipo de tramas son obstaculizadas, para la autora, por el ideal de pueblo que tiende a absorber la indiferencia en los sentimientos legítimos: que imaginemos políticas o narrativas alternativas está impedido fuertemente por el apego a la tradición sentimental que nos seduce con la promesa de “falta de conflicto, intimidad y pertenencia colectiva” (56). Se trata, sin embargo, de una ambivalencia. Si bien Berlant toma otro camino analítico, reconoce la presencia de otra cosa; de desidentificaciones con la ética del sentimiento hegemónico. A partir de ese gesto es que se formula, en este trabajo, la pregunta por una contra-hegemonía sentimental: ¿son pensables formas de la memoria sexo-disidente que no introduzcan un ideal de consenso, de una sociedad reconciliada consigo misma, en definitiva, una imagen del cuerpo nacional normativizado?
Pensando con fragmentos del Archivo de la Memoria Trans, en el recorrido sugerido por estas reflexiones, fui marcando algunos elementos para aproximarnos a las narrativas contra-sentimentales como alianzas afectivas más inmanentes, más ligadas a la posibilidad de construir una comunidad efímera en la disidencia. Si las retóricas del trauma suelen ordenarse en torno a una terapéutica orientada al futuro (una promesa de reparación, felicidad y vida buena), la contra-sentimentalidad del Archivo hace frente a las lógicas asimilacionistas de la reparación, de la ciudadanía universal, haciendo memoria de las formas de existir fugando del mandato reproductivista heterosexual, del bucle de las fórmulas blancas, binarias, cis; componiendo una narrativa del trauma, una memoria de la violencia, con objetos de sentimiento y afectos múltiples, contradictorios, abiertos, difíciles de asir a la figura de la víctima que exige su inclusión normativizada en el orden social.
Las políticas del asimilacionismo centradas en las reivindicaciones identitarias del derecho, así como amplian los márgenes de reconocimiento, se vuelven más laxas en aquellos territorios donde el ejercicio de la violencia sexual sistematizada está determinado por marcaciones de clase o raza. El anudamiento entre la violencia represiva del estado y sus violencias simbólicas y epistémicas se vuelve evidente en este punto: la reparación histórica de las travestis-trans por las violencias de la última dictadura militar está tan postergada como el reconocimiento público del travestismo popular, mestizo, empobrecido. La lucha por la liberación sexual viene acompañada de la exigencia de igualdad en un sentido ya heterosexualizado, ya generizado, ya racializado: exige, entonces, una sexualidad contenida, sometida a las lógicas de los circuitos privatizadores del sexo; menos control sobre las relaciones sexuales domesticadas, mayor control racista y transfóbico en los espacios públicos y políticos. Más arriba decíamos que la posición cuir, anti-identitaria, de posiciones móviles propias de lo travesti-trans popular, tiene una relación ambivalente con el contrato sentimental dominante: no puede construir una buena víctima ni hacer de base para la consolidación de un nuevo pacto afectivo que enmascare las opresiones y violencias que dan fundamento al orden patriarcal, colonial y capitalista, y, sin embargo, requiere una justicia.
Las travas que están desapareciendo y las desaparecidas marcan dos lógicas de producción del sexo-género que acompañan las mutaciones del patriarcado y el capitalismo. Si la última dictadura producía disciplinariamente la hegemonía de la familia nuclear, heterosexual, reproductivista a través del control de la circulación y las violencias sexuales contra las travestis trans, las tecnologías neoliberales de generización optan por hacer desear el género, por producir espacios de hipersexualización e hipergenerización que prometen ascenso social en el universo de la precariedad y las violencias racistas, clasistas y sexistas. Si es este nuestro diagnóstico, el Archivo hace más que memoria, inaugura una relación particular con el futuro y el pasado de las violencias cis-sexistas. El llamado a ser peligroses, a representar la abyección, el universo mágico e incluso místico de la otredad, cobra sentido contra los proyectos de recombinación neoliberal de las marcas raciales, sexo-genéricas y de clase sobre las que se producen las jerarquías sociales.
¿Qué narrativas del sentimiento pueden desplegarse sin reforzar una política de la identidad, una política del hacerse lugar en un sistema de jerarquías sociales aún operante y socialmente opresivo? Si la tolerancia asimilacionista es la forma de reencausar la disrupción que encarna en el cuerpo trans-travesti –asechando al orden familiar y al estado heterocapitalista- ¿qué justicia puede exigir una narrativa del sentimiento que no sea hablando por el lenguaje del derecho y la ciudadanía, de la igualdad formal pública, de la empatía entre supuestos iguales y la desigualdad privatizada? La experiencia traumática de aquelles que disienten del binarismo reproductivista heterosexual, a diferencia de otras narrativas del sentimiento doloroso, se ligan más estrechamente a la cotidianidad difusa del disciplinamiento que al acontecimiento del trauma como una etapa histórica fácilmente identificable y articulable en una genealogía de los genocidios políticos. Por ello es quizás imaginable un corrimiento de las lógicas individualizantes de la reparación ciudadanista.
Con los sentimientos socialmente calificados como negativos, la queeridad, las disidencias sexuales, pueden producir otros sentidos: si la promesa de la felicidad suele depositarse sobre objetos deseables para una vida buena (familia, heterosexualidad, consumo, domesticidad), los sentimientos y las prácticas políticas negativas (por ejemplo, el fracaso, el olvido, las memorias fragmentarias) habilitan un espacio para hacer comunidad en un sentido no-identitario o no dirigido centralmente a la afirmación identitaria. Un archivo contra-sentimental, de disidencia sexual, quizás pueda servirse de unas retóricas de reparación al mismo tiempo que producir sentimientos y sentidos de lo travesti-trans cuyas dinámicas desarticulan las normatividades desplegadas en torno al individuo, la ciudadanía y la nación. “No me hizo cambiar mi mamá, no me hizo cambiar la policía con todas las palizas que me dio, menos me van a hacer cambiar las otras personas, ¿no?” (Cinthia, Archivo de la Memoria Trans, recuperado de YouTube).
Referencias Bibliográficas
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Referencias audiovisuales
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Archivo de la Memoria Trans (2021). Canal Encuentro. Capítulo 2, Besos. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=SNu03fzvtcI
Archivo de la Memoria Trans (2021). Canal Encuentro. Capítulo 3, Plumas. Youtube. https://www.youtube.com/watch?v=NNtjQu1DheU
[1] Identificador persistente ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/g6ndehkkk
Fecha de Recepción: 07/06/2023 Fecha de Aceptación: 09/10/2023
[2] Universidad Nacional de Entre Ríos, CONICET.
[3] En los años noventa, las prácticas desviadas de la norma heterosexual, las teorías de género anti-normativas y las políticas de las disidencias sexuales se condensan y legitiman institucional y académicamente (aunque de manera diferencial) bajo la rúbrica de teoría queer. Por ello, es importante poner esta marca en relación con las historias más complejas de una política radical contra la crisis del sida, los códigos contravencionales, la resistencia a la persecución policial a trabajadoras sexuales, lesbianas, homosexuales, trans, travestis, drogadictxs, etc. En nuestros territorios, el cruce entre decolonialidad y teoría queer, suele identificarse reemplazando queer por cuir como un gesto de apropiación y producción contra-hegemónica. Como este trabajo no alcanza a profundizar en esos debates y tensiones hice uso del término queer, sin embargo, mantuve la nomenclatura cuir porque las propuestas de análisis expuestas se vinculan con esas lecturas.
[4] A los fines de este escrito, mantendremos ese agrupamiento, en tanto que permite ligar diferentes elaboraciones teóricas definidas por su adscripción a un modelo de interpretación de la política y la socialidad que hace foco, al mismo tiempo, en la circulación de afectos y emociones y en la (re)producción social del sexo-género. Este desplazamiento analítico y activista hacia las emociones –campo históricamente asociado como disciplina a la psicología y como significante al espacio de lo privado- trae una serie de consecuencias para la comprensión de lo que la teoría política, la sociología, la filosofía o los estudios culturales nombran como ciudadanía o derechos individuales, categorías marcadas por su universalismo y a-historicidad. Como señala Ahmed: “en mi modelo de la socialidad de las emociones, planteo que estas crean el efecto mismo de las superficies y límites que nos permiten distinguir un adentro y un afuera en primer lugar. Así que las emociones no son simplemente algo que yo o nosotros tenemos, más bien, a través de ellas, o de la manera en que respondemos a los objetos y a los otros, se crean las superficies o límites: el yo y el nosotros se ven moldeados por -e incluso toman la forma de- el contacto con los otros (2015, p. 22). Ese corrimiento permite asegurar dos cosas que son importantes para las indagaciones propuestas en este texto: por un lado, que “las emociones están entreveradas con el afianzamiento de la jerarquía social” (Ahmed, 2015, p. 23) y, por otro, que sólo a través del borramiento de los procesos de (re)producción de las emociones es que estas se fetichizan, haciendo que parezcan habitar los objetos o provenir del interior de un Sujeto, cuya soberanía es radicalmente incuestionada. En ese sentido, sigo a Berlant, para quien la soberanía del Sujeto es “una fantasía que el reconocimiento erróneo convierte en un estado objetivo: una posición aspiracional de performatividad personal e institucional autolegitimante, con la consiguiente sensación afectiva de control ligada a la fantasía de seguridad y eficacia que dicha posición ofrece” (2020, p.181).
[5] La pregunta por las alternativas se alimenta de una serie de lecturas acerca de la relación entre temporalidades no-normativas y régimen sexo-genérico. A modo orientativo, refiero a alternativa como forma de pensar “imaginarios políticos (…) trayectorias no lineales y no inevitables que surgen de cualquier suceso” (Halberstam en AAVV, 2020, p.120) y de “recurrir a lo ya-no-consciente para imaginar un futuro” (Muñoz, 2020, p.65).