¿Alternativa (s) al agronegocio? Una
lectura acerca de los vínculos entre producción familiar y agroecología en
Argentina[1]
Alternative(s)
to agribusiness? A reading of the links between family farm and agroecology in
Argentina
María Elena Nogueira[2]
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Resumen
En este escrito importa poner en cuestión cómo algunos elementos
asociados con la producción alternativa, esencialmente agroecológica, inciden
en la caracterización social del sujeto de producción familiar en el contexto
del agronegocio. Así, ciertos atributos del sujeto
de producción familiar están -o continúan- en discusión. En estas notas,
interesa mostrar cómo algunos aspectos que hacen a la producción alternativa,
fundamentalmente agroecológica, pueden incidir en esa caracterización complejizando
aún más su diversidad de origen. La perspectiva de análisis es cualitativa: se trabajó
con una muestra intencional de artículos de prensa sobre experiencias
alternativas de producción que han sido seleccionados a partir de los conceptos
centrales de la discusión propuesta. Asimismo, se llevó adelante un proceso de
codificación y análisis a partir de lo recogido en la muestra. Las reflexiones
finales enfatizan la necesidad de considerar la cuestión de lo alternativo como
un rasgo que, en la actualidad, da cuenta de un perfil posible de productora y
productor familiar. Es relevante entonces abordar la producción familiar a
partir de estos sujetos y sus trayectorias de vida.
Palabras clave: agronegocio, territorio, agroecología, producción familiar,
Argentina.
Abstract
In this paper we are interested
in questioning how some elements associated with alternative production, essentially
agroecological, affect the social characterisation
of the subject of family
production in the context of agribusiness. Thus, certain attributes of the subject of family
production are - or continue to be - under discussion. In these notes,
we are interested in showing how some aspects of
alternative production, fundamentally agroecological, can have an impact on this
characterisation, making its diversity of origin even more complex. The perspective of analysis
is qualitative: we worked with
a purposive sample of press articles on alternative production experiences that have been selected on the basis of the central concepts of the proposed discussion. A process of coding
and analysis was also carried out based on what was
collected from the sample. The final reflections emphasise how necessary it is to consider
the question of the alternative as a trait that, at present, reflects a possible
profile of family producers.
It is therefore relevant to
approach family production from the perspective of these subjects and their life trajectories.
Keywords: agribusiness,
territory, agroecology, family farm, Argentina.
A modo de introducción[3]
Como otros países de América Latina, Argentina
es un país socialmente construido sobre el medio rural, especialmente en cuanto
a los sectores agrícolo-ganaderos que han delineado
la adaptación a determinadas estrategias de acumulación. En los últimos años[4] esa estrategia se
identifica en la figura del agronegocio. En este escrito interesa poner en
cuestión cómo algunos elementos asociados con la producción alternativa,
esencialmente agroecológica, inciden en la caracterización social del sujeto de
producción familiar en el contexto del agronegocio.
Las y los productores familiares tienen
una tradición socio-productiva de larga data en el país. Asimismo, el interés
por la producción familiar y los sujetos que la componen es un tema de
importancia a escala regional (Carminagni, 2008,
Bengoa, 2003). Es probablemente a partir de Reunión Especializada de la
Agricultura Familiar (ReAF) en 2014 cuando el tema
cobra mayor visibilidad en la agenda pública, particularmente asociado con
experiencias de gestión pública, primero en Brasil y luego en Argentina
(Manzanal y Schneider, 2011 y Nogueira y Urcola, 2015), pero toda la región
tiene una enorme tradición de estudios sobre las problemáticas que rodean a la
producción familiar, inicialmente en agricultura y luego, en el medio rural en
general (Murmis, 1991). Ciertamente, cada territorio
y/o región ha contribuido a una caracterización específica de la misma estableciendo
diferencias en términos de aspectos socioeconómicos: qué y cómo se produce y,
también, socio-culturales: cómo se percibe la lógica de la producción familiar,
qué tipo de vivencias o experiencias de vida las sostienen. En el caso argentino,
esto ha sido materia de ingentes y nutridas discusiones en el plano académico,
pero también en términos de la intervención social (Archetti
y Stølen, 1975, Bartolomé, 1975, López Castro y Prividera, 2011, Cloquell, 2007, Paz,
2006, Lattuada et al., 2015, González Maraschio y Villarreal 2020 entre otras[5]).
En los últimos años, una interpelación
constante acompañó a la expansión del agronegocio. Interpelación manifiesta a
través de movimientos sociales de carácter reivindicativo centrados en la defensa
de los territorios a manos de sus habitantes originarios, centrados también en
la defensa del ambiente, los bienes naturales y los derechos humanos (Svampa, 2016). Estos aspectos no resultan nuevos (Löwy, 2011, Altvater, 2011) pero
han adquirido una enorme visibilidad mediática y en las redes sociales que
favorece a su reconocimiento por parte de la sociedad en su conjunto. En este
contexto de interpelación, lo alternativo al agronegocio comienza a ser un
elemento, por un lado, diferenciador y, por otro, una respuesta posible a esa
expansión masiva. Lo alternativo, en términos holísticos -como forma
productiva, pero también como decisión de vida- comienza a aparecer con más
fuerza entre los sujetos de la producción familiar, mostrando algunos rasgos novedosos
en su caracterización. Para situar esta idea, que resulta uno de los aspectos
transversales del escrito, se retomará a Biagini
(2013), para señalar algunos elementos clave que se vinculan con el uso del
vocablo “alternativo” en este caso: a) cosmovisión del mundo que cuestiona, b)
conocimiento crítico y transformador, c) opuesto a la “mercadofilia
y la re-occidentalización del mundo” (p. 55), y d)
racionalidad periférica con capacidad “microrevolucionaria”
(p. 56).
No es casual, además, que en el marco de
la pandemia que atravesó el mundo desde marzo de 2020, esta categoría siempre
“viva” de producción familiar, continúe disputando (nuevos) sentidos. De ello
dan cuenta varios talleres de discusión llevados adelante entre marzo y junio
de 2021, webinarios y charlas a través de medios digitales, etc.[6] Otra vez, la agenda
académica, pero también política, de la producción familiar, está en el aire.
En este contexto surge la reflexión que
sigue, como una indagación acotada acerca de aquellos matices que atraviesan a
los sujetos de la producción familiar. Se sostiene que uno de esos matices está
dado por el rol de lo alternativo en términos amplios, específicamente
considerado a partir de las formas productivas agroecológicas. En las líneas
que siguen, y a partir de la exploración de un conjunto de experiencias
recientes, se mostrará su relevancia como un elemento que, necesariamente, debe
formar parte de las agendas de discusión actual.
Dicho esto, el escrito se compone de
esta introducción y tres apartados. A continuación, se indican los aspectos teórico-metodológicos
del trabajo. Luego, se introduce una breve caracterización del contexto del
agronegocio y el rol de la producción dominante allí. En tercer lugar, se
presentan los principales hallazgos en torno al análisis de la muestra de
experiencias. Finalmente, se señalan unos comentarios de cierre que sintetizan
lo anterior marcando, adicionalmente, la centralidad del contexto pandémico y pos-pandémico y su potencial vínculo con la posibilidad de
reproducir lo alternativo.
Aspectos
teórico-metodológicos
En términos metodológicos, el análisis que
sigue se construye desde una perspectiva cualitativa en cuanto a su finalidad
interpretativa acerca de un contexto social determinado (Vasilachis
de Gialdino, 2014. Énfasis nuestro). En este sentido,
el principal propósito es de carácter exploratorio y con un supuesto teórico
particular: la incorporación de lo alternativo como un elemento disonante y
habilitador de la construcción social.
Debe mencionarse la gran relevancia que
supone la discusión de la producción familiar en el contexto actual. Se
recupera la idea de contexto para situar esta discusión en los alcances
actuales del agronegocio. Tal como afirma Van Der Ploeg,
los contextos de comprensión de los fenómenos sociales, en este caso asociados
con el mundo rural, no puede ser polarizados. La polarización de los modelos de
análisis puede provocar falsas dicotomías o, mostrar cierto inmovilismo en la
realidad social que resulta, en verdad, una quimera. En este sentido, no es
posible observar el objeto de estudio en términos de producciones modernas
(agronegocio) y producciones tradicionales (campesinas). Un conjunto de
elementos necesariamente atraviesa estos polos: decisiones económicas,
decisiones de vida, movilidad geográfica, organización familiar, etc. En este
sentido, advierte el autor, las prácticas agrícolas se ordenan en torno a uno u
otro polo. De hecho, a partir de un
supuesto de heterogeneidad del mundo rural, construye “grados de campesinidad” sobre dos ejes fundamentales: producción y
reproducción. A través del primero, se observarán los recursos adquiridos o
propios y/o autocontrolados y, en el caso del segundo, la posibilidad de
autodesarrollo o movilización de recursos externos. De este análisis, se
menciona una tipología de al menos 5 posibilidades (productores “dedicados”,
agricultores empresarios, agricultores “medios”, campesinos, y sujetos con productividad
laboral) (pp. 202-203) [7].
La hipótesis de su trabajo recupera como central lo
cambiante de la condición campesina (Van Der Ploeg,
2008, pp.34-37). Así, señala que “lo específico del campesinado es que la
autonomía y el progreso se crean, a través de la coproducción del ser humano y
la naturaleza viva” (Van Der Ploeg, 2008, p.37.
Énfasis nuestro). Si bien aquí no se considerarán sujetos estrictamente
campesinos (sin trabajar esta hipótesis, se volverá a
este punto más adelante), estos aspectos respecto de la coproducción humana en
una forma específica de vincularse con la naturaleza resultarán centrales. Se
considera que esta cuestión, de carácter teórico, es central también en
términos metodológicos, pues buena parte de la discusión sobre el campesinado
reaparece en estos contextos (Paré, 1991, Calva, 1988, Van Der Ploeg, 2008, Paz, 2006, Rubio, 2018).
Más allá de la revisión literaria
específica de la temática, las reflexiones que siguen se sostienen en la selección
y análisis de experiencias centradas en la agroecología a partir del relato de
medios de prensa digitales: La Vaca y La tinta respectivamente. Se indica que se
trata de medios no dominantes, alternativos, digitales o de tiradas reducidas, auto-financiados o cooperativos. En los suplementos
“rurales” de prensa más masiva, estas experiencias están mucho menos destacadas
o incluso invisibilizadas. Por tanto, dicha revisión y, asimismo, la decisión
acerca de las experiencias que se incorporan en la muestra que da lugar al
análisis, es estrictamente intencional y en relación, primero, con el supuesto
teórico del que parte este escrito: lo alternativo como un elemento que
interpela al agronegocio y, en segundo lugar, se ha considerado que cada una de
las experiencias seleccionadas tengan como actor fundamental a la familia, no
en el sentido estricto de consanguineidad sino especialmente en cuanto a la
constitución del hogar y la reproducción de la actividad económico-productiva
y, finalmente, éstas se encuentren establecidas en la zona pampeana, zona
núcleo de la producción agrícola como se podrá observar a continuación.
Con estos criterios, se han seleccionado
y analizado los relatos de diez experiencias situadas en el corazón productivo
de la zona pampeana (Figura 1). Las mismas son las siguientes: Orgánicos de mi
tierra. Almacén de Alimentos y productos; Viva el monte. Proyecto Familiar;
Proyecto Bohemia, Danilo, productor de Colonia Caroya; Pueblo Mampa; Sol y Luna; Granja Naturaleza Viva; Fabián del Grupo
de Productores de Guaminí; Mauricio del Grupo de Productores de Guaminí y Red
Provincial de Productores Agroecológicos Nueva Semilla[8]. Como señala Vasilachis (2014), cada una de estas han sido recuperada a
partir de “los sutiles matices de las experiencias vitales” (p.29). Para este estudio
se ha elaborado una primera codificación de aspectos recuperables para el
análisis a través del uso de Atlas.ti.
Figura 1: Región Pampeana (Argentina)
Fuente: INTA-CIPAF (2011). [9]
Del análisis de las experiencias
propuestas se han construido los siguientes códigos: tipo de consumidor,
definiciones de vida, emprendimiento exitoso, gestión de experiencias,
alimentación como derecho y productos. Cada una de las experiencias mencionadas
fueron consideradas documentos primarios. En términos globales, estos códigos
se vinculan con las dos grandes dimensiones que nos interesa explorar: lo
alternativo interpelando las formas de producción y lo alternativo interpelando
las formas de vivir (vivencias). De este modo, podremos establecer una
vinculación entre estas dos dimensiones y cada uno de los códigos resultantes
del análisis (Figura 2):
Figura 2: Codificación
Por las características propias del
análisis propuesto, los hallazgos de este escrito no resultan, por supuesto,
generalizables. Asimismo, se inscriben en un conjunto de investigaciones que
recuperan estos mismos o similares aspectos (Gutiérrez Aguilar, 2017, 2018 y
2019, Wahren y García, 2020, entre otras
contribuciones). Sin embargo, se considera relevante en cuanto contribuyen a la
incorporación de este tipo de dimensiones en el marco de las actuales
discusiones sobre las y los productores familiares y sus lógicas constitutivas
y, asimismo, resultan ese matiz que se expresa sólo a través de las
experiencias vitales mostrando, así, una posibilidad de pausa en la
reproducción del modelo dominante. A continuación, se señalarán aspectos
contextuales -en el sentido expuesto al comienzo-respecto de las lógicas
sostenidas por el agronegocio.
El territorio en
cuestión: agronegocio y alternativas en la pampa húmeda[10]
Como se mencionó, Argentina es un país
en cuya historia el medio rural ha estado siempre muy presente. Se destaca el
gran protagonismo del sector agropecuario en particular en términos políticos y
económicos. Desde su conformación como Estado Nación, pero incluso antes, el
capitalismo agrario dependiente (Ansaldi, 1983) marcó
la senda del desarrollo económico. El sector agropecuario, primero ganadero y
luego granario, se consolidó como dominante a partir
del modelo agroexportador que orientó la vida política y económica del país
hasta la crisis de 1930.
Desde entonces, la estructura social
agraria ha estado formada por actores diversos que se han ido transformando
conforme se modificaron las estrategias de acumulación. Considerar los sujetos
sociales que conforman dicha estructura social resulta una compleja labor,
especialmente si se consideran específicamente los sectores vinculados con la
producción familiar. Al abordarlo, podemos encontrar grandes diferencias,
aunque coexistan productores medianos capitalizados (habitualmente denominados
chacareros[11] en el caso del
centro y litoral del país), hasta productores familiares minifundistas (que
podríamos denominar campesinos). Estas etiquetas cobran relevancia solo como
punto de partida, la realidad que intentan reflejar resulta difícil de ilustrar
en diversidad y número.
Aunque las estrategias de acumulación
han ido variando a través del tiempo, el sector agropecuario siempre ha tenido
un rol más o menos importante en la toma de decisiones políticas y económicas (Schvarzer, 1996 y Bellini y Korol,
2014). Durante los últimos veinte años, el patrón de crecimiento de la economía
tuvo al sector agropecuario como eje estructurador, especialmente a los
sectores exportadores con éste vinculado.
De acuerdo a Gras y Hernández (2013), el
agronegocio no responde a una realidad territorial específica, tampoco a un
cultivo, o un actor en particular. Supone una serie de atributos que de forma
vincular organizan una lógica económico-productiva específica con efectos
multidimensionales. Las autoras destacan los siguientes elementos centrales: 1)
transectorialidad, 2) priorización del perfil global
del consumidor, 3) generalización del papel del capital en los procesos
productivos, 4) estandarización de las tecnologías y 5) acaparamiento de
tierras. En otras palabras, acciones que favorecen un proceso de acumulación
por desposesión, especialmente a partir de los dos últimos puntos mencionados
(Harvey, 2005, Van Der Ploeg, 2008 y Sassen, 2015). Análisis recientes señalan dos factores que
“renuevan” la cuestión de la adquisición de tierras: En primer lugar, la enorme
demanda de cultivos agroindusriales y alimenticios -como
deja en claro la caracterización de Gras y Hernández antes mencionada-. El
segundo, “la creciente demanda de tierras y el notable aumento de los precios
globales de los alimentos en la década del 2000 hicieron de la tierra una
inversión deseable, incluso por razones especulativas” (Sassen,
2015, p. 96. Énfasis nuestro).
Para el caso argentino, el Censo
Nacional Agropecuario de 2018 contabiliza un total de 37.400.000 hectáreas
cultivadas. De ese total, además y según un dato reciente y sin discriminar por
cultivo, Argentina posee alrededor de 28.000.000 de hectáreas con uso de
glifosato[12].
Esto último ha generado numerosos movimientos de resistencia a su aplicación
por la extensión de diferentes patologías asociadas directamente con el modelo
y en particular con el uso de productos agrotóxicos.
Si bien la modernización agrícola (en
términos de aplicación de tecnología al agro) comienza en Argentina hacia los
años de 1960, es a partir de los años de 1990 cuando se consolida el
agronegocio e incluso se aplican una serie de políticas de carácter sectorial
que “dejan hacer” sin mayor control del Estado en las esferas económica,
productiva y social (Lattuada et al., 2015).
Tal como menciona Craviotti
(2014 y 2017) en este país no parece posible la “coexistencia armónica” del
agronegocio con la agricultura familiar, tanto en el plano material como “desde
un punto de vista conceptual, por el debilitamiento o no reconocimiento de los
saberes campesinos” (2017, pp.168). La autora recupera los argumentos de Mançano Fernandes al señalar que
“(…) existen dos paradigmas: el de capitalismo agrario, que propone superar las
desigualdades existentes a través de la «integración» del campesinado o
«agricultor de base familiar» al mercado capitalista, y el de la cuestión
agraria, que tiene a la lucha de clases como punto de partida y apunta a la
superación del sistema imperante” (Craviotti, 2017,
pp.168).
El sujeto productor, en este contexto,
tiene un rol ambivalente (Nogueira, 2020). Por un lado, porque en buena parte
no participa o reproduce sus lógicas sociales y/ o económicas de
funcionamiento. Por otro, porque en la institucionalidad rural asociada al
mismo en el marco del poder público, del Estado, su presencia ha sido muy
residual. En este sentido, y para clarificar esta afirmación, es necesario
definir algunos rasgos de ese sujeto.
De acuerdo a Schiavoni
(2010), la producción familiar resulta una categoría de raíz europea que se
incorporó en América del Sur en los años de 1990 y de la mano de Brasil, con
una fuerte tradición sindical y de organizaciones de la sociedad civil de
desarrollo rural. Ese momento de “circulación” de la categoría coincidió con la
expansión del modelo de agronegocio y, en forma paralela, la retracción del
Estado en materia de intervención económica. Sin embargo, y en forma previa, no
puede desconocerse la incidencia de los estudios acerca del campesinado en toda
América Latina y en especial de algunos países, que datan de por lo menos una
década antes (Bengoa, 2003). La producción campesina como un sujeto histórico,
político y económico tiene enorme incidencia en aquello que se discute en la
actualidad en el amplio marco de la producción familiar.[13]
Durante un tiempo, dicha discusión se concentró
en aspectos económicos: desde considerar la producción campesina como un modo
de producción mercantil simple centrado en la explotación del trabajo familiar,
hasta discutir sus posibles adaptaciones el capitalismo en términos de un
pequeño burgués, por ejemplo (Calva, 1988). No se abundará demasiado en esta
línea de investigación, pero si se retomará la hipótesis
de Van Der Ploeg (2008) señalada en forma previa: es
decir, la relación entre el sujeto que produce y la naturaleza. En este marco,
el análisis de Paz (2006) es revelador: se recupera al campesino como un sujeto
polifácetico, de “múltiples necesidades y actores”
(2006, p.78). El autor se pregunta: si el campesino ya no provee mano de obra
barata, favoreciendo procesos de proletarización urbana como antaño, ¿cuál es
su rol? La pregunta podría reformularse incluso de manera sencilla: ¿qué es un
campesino hoy? O incluso ¿quién es un campesino hoy? En un clásico texto de los
años de 1990 Murmis dejaba algunas palabras clave
para pensar la producción campesina: heterogeneidad, exclusión, vulnerabilidad
(Murmis, 1991).
Para el caso argentino y sin desconocer
la gran discusión y variedad de posiciones al respecto, se retomará una
definición más restringida y segmentada proveniente de dos trabajos (Obschatko et al. 2006 y Obschatko
2009) en el marco del Proyecto de Desarrollo de Pequeños Productores
Agropecuarios (PROINDER) y el Instituto Interamericano de Cooperación para la
Agricultura (IICCA). A partir de estos estudios, “productor familiar” quedó
homologado a “pequeño productor” (PP).[14]
Esta definición fue quizá la que mayor
circulación tuvo -y tiene- en cuanto a las políticas públicas y proyectos de
desarrollo, pues permitió la cuantificación de las explotaciones y los
productores. El citado estudio de 2009, identifica 251.116 explotaciones de
agricultura familiar (75.3% del total del país), con una superficie de
ocupación de 30.9 millones de hectáreas (17.7% de la superficie explotada en el
país).
Del censo de 2018, se dispone de algunos
resultados preliminares y por región, pero no nos permiten comparar la cifra
previamente mencionada (Propersi et al., 2019 e
INDEC, 2019). Sí podemos mencionar que se censaron 250.881 explotaciones
totales, mientras que las de 2002[15]
fueron 333.533. De esta información intercensal puede observarse con
rapidez que desaparecieron 82.652 explotaciones. Es un dato absoluto y sólo
puede tomarse como referencia inicial, pero supone la consolidación de un proceso
de concentración económica que ya podía observase en 2002: cada vez hay menos
explotaciones, pero más grandes en superficie. Estas cifras se ratifican, para
el caso santafesino, por dos de las autoras citadas, en un estudio posterior (Albanesi y Propersi., 2021). Se
reflejan tendencias parecidas en los resultados para la provincia de Córdoba
(de donde provienen la mayor parte de las experiencias mencionadas). Soto et al.
(2021) señalan que “el análisis intercensal realizado para la provincia de
Córdoba pone de manifiesto la plena vigencia de un modelo productivo de mediana
a gran escala, basado en la agricultura de tipo industrial, concentrador de
renta agraria y de tierra, expulsor
de población rural y generador de un enorme pasivo ambiental” (p. 278).
Se podría argumentar que estos datos no
nos hablan en verdad y con certezas, de transformaciones en materia de
explotaciones de tipo de familiar. Es evidentemente imposible garantizar que
ese resultado general sea estadísticamente significativo para trabajar en
términos sectoriales. No obstante, de acuerdo a algunos análisis regionales, es
posible inferir que un número importante de fincas asociadas a la producción
familiar se encuentran en ese total.
Aun considerando este planteo general,
debe enfatizarse la enorme diversidad y heterogeneidad de la producción
familiar al considerar distintas dimensiones: productivas, económicas,
sociales, culturales, sólo por mencionar algunas. Esta diversidad se vincula,
en parte, con la heterogeneidad del país en términos territoriales y con
distintos modos de producir en términos amplios.
En síntesis, y aún con ciertas incertidumbres,
la producción familiar tiene como rasgo central la intervención directa en la
producción, la gestión global del establecimiento tanto de forma propia, como a
partir de los miembros de la familia (nuclear, pero también extendida) y con
grados de capitalización diversos (que pueden ponderarse de acuerdo a la
actividad y con o sin acceso a la propiedad de la tierra) (Nogueira, 2020).
Un rasgo que se considera muy relevante,
que no aparece como atributo específico en los estudios que han sido
mencionados, es el modo de producir característico de la producción familiar.
Este es un punto importante pues es un aspecto que indica, en algunos casos, resistencia
ofrece en términos del modelo productivo dominante. La expansión de la
producción agroecológica[16]
tiene una enorme trascendencia en este tipo de productores. Ésta ha contribuido
a vehiculizar una construcción política en y entre las y los productores
familiares con demandas específicas que la articulan: cuestiones de género,
cuestiones étnicas e identitarias, por ejemplo. Se desarrollará este aspecto a
partir del relato de experiencias a continuación.
Narrando
experiencias alternativas desde la agroecología
Como pudo verse en el apartado anterior,
el agronegocio se sostiene en una la lógica asociada con el progreso excluyente
que supone la modernización de carácter positivista[17].
De este modo, se presenta como un modelo jerárquico y convencional. Sin
embargo, y a pesar de los datos empíricos que manifiestan su expansión, tiene
un enorme interés preguntarse acerca de posiciones alternativas, otras
posiciones, otros modelos de producir y de vivir que caben en el mismo contexto.
Sevilla Guzman
(2006) menciona una relación “dialéctica” generada entre aquello que se
denomina, por un lado, pensamiento convencional y, por otro, alternativo. Esto supone
una relación compleja, recíproca y transformadora. De acuerdo con este autor,
esas alternativas que enfrentan lo convencional tienen una identidad compartida
por los siguientes rasgos: se sitúan en un tiempo histórico, ejercen una
crítica a lo convencional a partir de los efectos sociales y ambientales y resisten
la mercantilización a partir de luchas populares.
Es importante destacar que esas luchas
populares se inscriben actualmente en contexto de ambientalización (Svampa, 2016). Esta autora sostiene que dicho proceso tiene
como correlato un necesario cuestionamiento a los modelos extractivos o neoextractivos y en definitiva a su metanoción
abarcadora: el desarrollo. Las luchas populares interpelan los modelos
económicos neoextractivos, y altamente excluyentes,
que se han ido reproduciendo en el marco del desarrollo. Como indica Svampa con claridad,(…) los
impactos territoriales de los proyectos extractivos, al servicio de la
exportación masiva de commodities, produjeron un
aumento exponencial de la conflictividad socio-ambiental, generando importantes
resistencias en los territorios. En ese contexto de creciente conflictividad,
asistimos a una problematización de lo que se entiende por desarrollo” (Svampa, 2016: 368).[18]
Las posiciones alternativas, entonces,
no sólo se identifican como una opción de carácter productivo, sino que también
lo hacen a partir de la praxis política en términos amplios, en la resistencia.
Las experiencias aquí recuperadas se autoidentifican con una opción de lo
alternativo: la agroecología.
Aunque en este caso, este escrito
recupera experiencias a nivel micro, situadas espacial y temporalmente, es
posible advertir un proceso constante de crecimiento de circuitos productivos
centrados en lo alternativo. Una plataforma sugerente en este sentido resulta
la Red Interregional de Nodos de Consumo Agroecológico. Un espacio colaborativo
en el que se construyen, en forma colectiva, “rutas sanas del alimento”. Esto
implica que los productores pueden situar su finca o producto en un mapa
interactivo que amplía su visibilidad. La plataforma señala: “La revolución
agroecológica ya tiene su mapa”. A continuación, se presenta el mapa
interactivo (Figura 3).
Figura 3: Mapa Interactivo - Red Interregional
de Nodos de Consumo Agroecológico
Fuente: Red internacional de consumo
agroecológico. Disponible en https://lasrutassanasdelalimento.wordpress.com/.
Lo alternativo se inscribe entonces en
un territorio de disputa en un sentido amplio. En las experiencias analizadas
disputan territorio geográficamente, promoviendo otro uso de la tierra (para producir,
pero también para vivir) y disputan producto, en cuanto al valor alimentario de
los bienes generados y la relación respetuosa de estos con el ambiente y sus elementos
naturales.
En esas disputas la agroecología, o
mejor aún, las y los productores agroecológicos, producen y transmiten saberes.
El origen de estos saberes -intencionalmente evitamos el uso del término
disciplina- es heterogéneo. Sevilla Guzmán (2006) reconoce distintos aportes
que contribuyen a la formación agroecológica, especialmente situados en el sur
(apelando a la conceptualización de de Sousa Santos,
2018). Desde la pedagogía del oprimido de Freire hasta la recuperación de los
estudios sobre el campesinado de los años de 1960 y 1970, existe una importante
cantidad de líneas de trabajo que contribuyeron a la actualidad de este campo.
Es interesante observar, por ejemplo, que los estudios sobre el campesinado han
abordado al sujeto “campesino” como un sujeto histórico y/ o social. En este
marco general, el trípode producción/ etnia/ ambiente, se encuentra
desconfigurado (Bengoa, 2003). Como indica Sevilla, “la mayor parte de la
literatura de la nueva tradición de estudios campesinos continuó con el debate
histórico sobre la cuestión agraria del siglo XIX separando esta de las
dimensiones étnica y ambiental” (2006, p. 180).
En este sentido, la agroecología resulta
una alternativa en cuanto estas tres dimensiones convergen para generar una
alternativa productiva, ambiental y comunitaria. Es importante destacar que esa
convergencia es la que define en particular al campo. En términos productivos,
y desde esta posición, la sustentabilidad productiva se sostiene en los
aspectos que señalamos a continuación: a) integralidad: interdependencia de las
distintas actividades productivas con el fin de garantizar el bienestar de la
comunidad; b) armonía y equilibrio entre ecosistemas; c) autonomía de gestión y
control por parte de la comunidad[19]; d) minimización de
las externalidades negativas: democratización de los intercambios, e)
mantenimiento y potenciación de los ciclos cortos (proximidad), y d)
utilización del conocimiento local vinculados a los bienes naturales (Sevilla Guzman, 2006).
Pero también, la agroecología supone una
construcción política. Política en términos amplios, orientada a la
construcción de vida comunitaria, re-interpretando
las relaciones de poder que sostiene el pensamiento hegemónico. En este
sentido, las trayectorias de lucha de las distintas poblaciones originarias en
América del Sur y el Caribe se constituyen como un ejemplo de una construcción
comunitaria histórica, situada territorialmente, reproduciendo unas relaciones
de poder con foco en los sistemas naturales. En este sentido, los y las productoras
agroecológicas/os son sujetos políticos. Estos aspectos hacen a las dimensiones
no económicas, a los aspectos de las trayectorias colectivas, familiares, los
vínculos históricos con el territorio, etc.
En Argentina, y en el contexto del
agronegocio, estos sujetos están vinculados con la agricultura familiar, tal
como fue advertido en el primer apartado de este escrito. Históricamente, estos
sujetos suelen estar asociados con las luchas por otro modelo productivo. Pero,
es cierto que la categoría es amplia, reproduce distintos lenguajes y su
historia no es unívoca. La agricultura familiar es en este sentido una
categoría o más bien, un sujeto, en tensión (Nogueira, 2020). Esto implica que
la dialéctica mencionada al comenzar este apartado se reproduce también en
términos de los sujetos. De este modo, y en forma esquemática, un campesino es
la antítesis de un chacarero[20]
y, aun así, ambos podrían formar parte de la agricultura familiar.[21]
En las experiencias analizadas, se
invierte el término: la familia es la que tiene centralidad y articula -en
pasado y presente- el carácter productor asociado con los territorios rurales
en los múltiples bienes que se producen. No son excluyentemente agricultores:
sus productos (bienes y servicios) no se vinculan, en todo caso, sólo con la
agricultura sino con la naturaleza, y especialmente con el territorio que
habitan en sentido amplio. Tras el código Producto, se han detectado al menos
18 menciones: frutos del monte, piquillín, chañar, arrope de algarroba,
cítricos, maíz, amaranto, quínoa, zapallo, cilantro, cúrcuma, jengibre, chía,
variedad de tomates, ganadería, tambo, nueces, harina integral, azúcar
integral, mate cocido, te, vid, quesos, girasol, trigo, soja orgánica,
aromáticas, medicinales, etc. [22]
Estas familias productoras se
identifican con la agroecología como modelo productivo, social y político,
aunque el eje articulador continúa siendo el acto de producir, la producción
concretamente. En este sentido, los aspectos de los análisis clásicos sobre la
producción familiar (campesina o no) siguen siendo de relevancia, pues guardan
coherencia con este autorreconocimiento. Esto se observa en el análisis de los
términos con mayor densidad en los relatos de las experiencias, tal como queda
ilustrado en la figura 4.
Figura 4: Nube de Palabras
Fuente: Elaboración propia en base a Atlas.ti.
Asimismo, lo
productivo se vincula con aquello que productoras y productores reconocen como
un Emprendimiento exitoso: “comercio más solidario para quien consume y produce”, “cooperativismo”.
Es decir, la obtención de ganancia en el sentido capitalista del término no
forma parte de consideración del éxito en estos casos. Evidentemente existe una
necesidad real de obtención de un ingreso que permita reproducir la actividad,
pero la obtención de renta no es el aspecto definitorio del éxito. Esto también
aparece en el código Gestión de experiencias: “trabajo comunitario”, “sentido
de pertenencia”, “granjas integrales”, “Cajón verde”, “productor agroecológico”:
las formas empresariales de gestión de la actividad económica no aparecen
reflejadas en términos discursivos. Esto no implica, sin embargo, que no se
trate de productores con un amplio manejo de tecnología, redes sociales,
comercio digital, etc. Aunque, las formas de conectividad puedan ir variando de
acuerdo a los territorios. Finalmente, el perfil del Consumidor resulta un
verdadero desafío para este tipo de producción: se trata de un consumidor que
aún podría denominarse “calificado”. Esto es, que conoce y reconoce lo que
implica una producción de carácter alternativo. Si bien es cierto que el
comercio de proximidad ha tenido un repunte relevante conforme a las redes
sociales, el comercio electrónico, y en el último tiempo, la pandemia -dadas
las no condiciones de circulación durante períodos prolongados-, no se trata
aun de una demanda generalizada y se moviliza por contactos y “boca a boca” en
muchas oportunidades (Viteri et al, 2020 y Urcola y Nogueira, 2020).
Más allá de la
centralidad de lo productivo, y de lo productivo en el marco de una estrategia
familiar, aspectos sociales y, sobre todo, políticos en el sentido antes
expuesto aparecen en los discursos analizados. Dos códigos han sido centrales
en este sentido: Definiciones de vida y Alimentación como derecho. Quizá lo más
relevante -siempre en términos discursivos- resulte apelar a la idea de que
“consumir en un acto político”. Esto es, a juicio de quien escribe, un aspecto
nodal que no debe soslayarse. Implica una relación circular y de reciprocidad
entre el consumo y la vida política que tiene, como escenario de fondo, la
cuestión productiva. Podría modificarse la frase y sentenciar que “producir y
consumir responden a una lógica política”. Lo político es aquí crear comunidad,
establecer vínculos de solidaridad entre quienes habitan un territorio. Esa
comunidad se crea produciendo de forma agroecológica incorporando a la
naturaleza y, por tanto, al territorio, como una dimensión de cuidado. Cuando
un consumidor decide consumir un producto agroecológico está apoyando este modo
de producir (y viceversa, al elegir otro tipo de producto). Lógicamente esta
decisión no es fortuita, se encuentra profundamente influenciada por el
contexto, las formas de vida y las condiciones de acceso a esos bienes y eso
resulta un elemento de enorme politicidad. El
agronegocio, por su parte, no considera al consumidor en estos términos, no lo
hace en todo caso a partir de esta relación circular y recíproca antes
mencionada, lo hace como receptor aséptico, como alguien que consume sin más.
Ese es el consumidor global que antes se mencionó a partir de Gras y Hernández
(2013). Se ha señalado también dicha politicidad bajo
el código Definiciones de vida. Podría decirse que es el punto de partida.
Luego, se encuentran definiciones tales como: “revalorización de saberes”,
“tecnologías para producción sustentable” “respetando la diversidad y la
cultura”, “el alimento nativo como esencia de otro horizonte” entre otras
(véase Figura 5). Como se intuirá, estas referencias están en relación directa
con los planteos agroecológicos, con las formas de producir, y, en definitiva,
con la idea primigenia de que “consumir es un acto político”.
Un aspecto
interesante a tener en cuenta es la cuestión territorial. Las experiencias
sobre las que surgen estas reflexiones se encuentran en la zona pampeana, la
denominada “zona núcleo” del agronegocio. Es cierto que la extensión del
monocultivo y el desmonte como rasgo identitario del modelo se ha extendido en
todo el país, pero resulta un dato a considerar estas experiencias también en
este territorio.
Código de
análisis |
Discursos |
Tipo de Consumidor |
“un perfil de
consumidor con tendencia a lo orgánico”, “consumidores esporádicos”,
“productos no contaminados” |
Definiciones de vida |
“consumir es un
acto político”, “revalorización de saberes”, “tecnologías para producción
sustentable” “respetando la diversidad y la cultura”, “rechazo a la
explotación laboral” “el alimento nativo como esencia de otro horizonte”,
“alimentación sana, agroecológica u orgánica”, “inicialmente fue una búsqueda
para la alimentación familiar”, “no dependencia de semilleras
internacionales” |
Emprendimiento exitoso |
“fuimos sumando
laburo, herramientas, pasamos de moler con mortero a tener un pequeño molino
y así”, “comercio más solidario para quien consume y produce”,
“cooperativismo”. |
Gestión de experiencias |
“producir
alimentos sanos y nutritivos, que ellos mismos consumen y del que venden
excedentes” “Agroecología en estado puro: energía del suelo respetando el
equilibro ancestral”, “trabajo comunitario”, “sentido de pertenencia”,
“granjas integrales”, “Cajón verde”, “productor agroecológico”, “intercambiar
experiencias productivas”. |
Alimentación como derecho |
“La
alimentación como derecho, no como exclusividad”, “soberanía alimentaria como
horizonte”, “producir alimentos sanos”, “canasta sana completa”, “productos
de la propia quinta” |
Productos |
Frutos del
monte, piquillín, chañar, arrope de algarroba, cítricos, maíz, amaranto,
quínoa, zapallo, cilantro, cúrcuma, jengibre, chía, variedad de tomates,
ganadería, tambo, nueces, harina integral, azúcar integral, mate cocido, te,
vid, quesos, girasol, trigo, soja orgánica, aromáticas, medicinales, “agricultura
natural”. |
Figura 5:
Códigos y discursos
Fuente: Elaboración propia en base a Atlas.ti.
En síntesis, lo
alternativo surge de la resistencia en el contexto de un modelo agro productivo
excluyente. Las experiencias no son generalizables, pero indican un sutil matiz
asociado con una interpretación distinta de los modelos productivos, la socialización
y el vínculo con la naturaleza. Este matiz conserva en el centro de la escena
un aspecto central de la agroecología: su reconocimiento como un modo de
producir y de vivir. En estos discursos la relación familia-producción es
central. Esto se mantiene, como se ha mencionado, desde los enfoques tradicionales.
Este vínculo se encuentra enlazado por una interpretación de lo político
situada en la vida comunitaria y el reconocimiento de la naturaleza. Es decir,
si, como advertía Van Der Plog (2008), en un
determinado tiempo y espacio, la agricultura se articula con la naturaleza y la
sociedad, aquí, en estas familias productoras, esta articulación se comprende a
partir del acto de producir y consumir desde una perspectiva política que
asocia lo anterior con el vivir en comunidad revalorizando el territorio y la
naturaleza.
Reflexiones de
cierre
En esta breve
comunicación se ha querido mostrar cómo ciertas experiencias alternativas se
introducen en una realidad social enmarcada en el agronegocio. Se han recogido aquellas,
algunas, consideradas sugerentes en ese sentido y que invitan a reflexionar
sobre su caracterización y expansión. Esa reflexión, permite considerar la
cuestión de lo alternativo como un rasgo que, en la actualidad, da cuenta de un
perfil posible de productora y productor familiar. Es relevante entonces
abordar la producción familiar a partir de estos sujetos y sus trayectorias de vida.
De manera
simultánea, este análisis se realizó durante un contexto caracterizado por la
emergencia sanitaria provocada por la pandemia por la enfermedad COVID-19. Esta
situación extraordinaria se vincula en un doble sentido con la problemática que
discute este escrito: 1) cuestiona indirectamente los efectos del modelo, su
carácter excluyente en términos de acceso a alimentos saludables y, asimismo,
sus efectos negativos sobre la naturaleza y 2) paradójicamente, vehiculiza
parte de la producción agroecológica, saludable, de proximidad.
En este sentido,
cierta valorización del acto de consumir en la ciudadanía en general habilita a
considerar una leve transformación en materia de pautas de consumo. La apuesta
al comercio próximo, la entrega domiciliaria, el cuidado de ambiente, el
comercio “justo”, aparecen lentamente en las decisiones de los consumidores
(Urcola y Nogueira, 2020 y Viteri et al., 2020). La pandemia resulta, de manera
indirecta, un escenario auspiciante para la expansión de estas experiencias
que, por supuesto, es incierto en su devenir.
Realizada esta
advertencia, el eje estructurador de esta reflexión se vincula con la génesis
identitaria de lo que se reconoce como alternativo y que presenta, como punto
de partida, la tensión inherente en relación con el modelo del agronegocio.
Agronegocio y Agroecología no pueden coexistir, tal como se mencionó al
comienzo del trabajo. Lo alternativo introduce un interrogante respecto de la
identidad de estos productores, en la mayoría de los casos, de estas familias
productoras.
Esta construcción
identitaria centrada en lo productivo, lo político y lo cultural se introduce
como un elemento diferenciador de los sujetos. Como se señalaba, son
productores de la agricultura familiar, pero no son los únicos bajo esa
denominación. Quizá este sea un buen momento para deconstruir la agricultura
familiar también desde estos nuevos sujetos y procesos que cada vez cobran más
relevancia en el territorio. Y lo sea también para re-pensar
la producción familiar como una categoría política. El punto de partida del
proceso de elaboración de una política, pública, estatal, resulta el modo de
concebir al sujeto de intervención. Habitualmente esta definición ocurre de un
modo un tanto instrumental, aun siendo una construcción colectiva. En algún
momento, empieza a mostrar debilidades para su interpretación e intervención,
por eso se indica que, se trata de una categoría siempre en tensión (Lattuada et al, 2015, Nogueira, 2020).
En síntesis, estas
instancias crecen en número y son cada vez más visibles, marcando no solo
formas alternativas de producir, sino de socializar, de vincularse con la
tierra, de comercializar. De establecer un vínculo con los factores productivos
tradicionales atravesados por una concepción política que aquí ha sido referida
como “comunitaria”. En las experiencias recogidas es posible comprender estos
procesos a partir de una codificación que muestra cómo estos aspectos se
relacionan entre sí. El punto de partida se encuentra entre los aspectos productivos
(Emprendimiento Exitoso, Producto, Gestión de Experiencias, Tipo de
Consumidor), que se consideran elementos centrales para definir los diferentes
ámbitos sociales (familia, vínculos materiales y simbólicos, cosmovisión del
mundo). Esto se observa en lo referido en los códigos Definiciones de vida y
Alimentación como derecho. De esta manera, se plantea una relación
bidireccional y recíproca entre los aspectos socio-productivos y los de
carácter político. La interpelación al modelo no acontece estrictamente en
términos de qué y cómo se produce, sino en cómo estos qué y cómo son
definitorios en cuanto a las decisiones de vida, de vínculos con la naturaleza
y, en definitiva, de construcción de comunidad.
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Anexo. Denominación, tipo y ubicación de la experiencia.
Deminación de la experiencia |
Tipo de proyecto y Ubicación |
Orgánicos de mi tierra |
Colectivo de trabajo
Autogestivo. Trabajo con pequeñas/os y medianas/os productores sin
agrotóxicos. Provincia de Córdoba. Web de información: https://www.organicosdemitierra.com/ |
Almacén de Alimentos y
productos |
Fería Agroecológica
quincenal . Provincia de Córdoba. |
Viva el monte. Proyecto
Familiar |
Recolección de frutos
del monte nativo de la Bio Region del Gran Chaco Americano. IG:
@vivaelmontealimentosnativos |
Proyecto Bohemia |
Chacra agroecológica.
Provincia de Chaco. Vinculación con La tierra sin mal. Web de información: https://proyectobohemia.wordpress.com/ |
Danilo, productor de
Colonia Caroya |
Granja de transición
agroecológica. Producción de vid, frutales y animales. Provincia de Córdoba. |
Pueblo Mampa |
Proyecto de jóvenes
huerteros. Provincia de Córdoba. IH: @pueblo.mampa. |
Sol y Luna |
Mabel y Maurido,
productores de transición agroecológica. Provincia de Córdoba. |
Granja Naturaleza Viva |
Granja Biodinámica.
Provincia de Santa Fe. FB: Naturaleza Viva, Granja Agroecológica y
Biodinámica. |
Grupo de Productores de
Guaminí |
Proyecto de 1300 ha de
transición agroecológica. Provincia de Buenos Aires. |
Red Provincial de
Productores Agroecológicos Nueva Semilla |
Red de Productores
(Pueblo Mampa, Sol y Luna, Nueva Semilla…). Provincia de Córdoba. |
Fuente: Elaboración propia en base a los artículos que forman parte
de la muestra analizada.
[1] Identificador persistente ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/1etr9enva
[2] Grupo de Estudios
Políticas Públicas, Ruralidad y Ambiente - Universidad Nacional de Rosario y
Universidad de Burgos
Rosario, Argentina y
Burgos, España
https://orcid.org/0000-0001-6820-5721
mariaelenanogueira@gmail.com
[3] Este
escrito es una versión re-elaborada de la
comunicación: “Agronegocio, territorio y alternativas. Discusión acerca de la
historia reciente de la producción agropecuaria en la pampa argentina”,
presentada en el XVII Congreso de Historia Agraria –SEHA IX Encontro
Rural RePort Despoblación rural, desequilibrio
territorial y sostenibilidad, Salamanca-Zamora, del 28 al 30 de junio de 2021.
[4] En este texto se trabajan experiencias
recuperadas entre 2016 y 2017. Sin embargo, el modelo del agronegocio tiene una
larga historia en el país. Su punto de inicio podemos encontrarlo en los años
de 1960 con la expansión de la denominada agriculturización
que fue adoptando características diferenciales conforme el paso del tiempo.
[5] Esta acotada lista es totalmente
intencional. Pretende ilustrar, y no agota, en absoluto, las innumerables
contribuciones de los estudios rurales y agrarios a esta discusión.
[6] Se señala especialmente la relevancia
de los talleres de discusión organizados por Grupo Sociología de la Agricultura
Familiar de la Asociación Argentina de Sociología Rural.
[7] Es preciso mencionar que, dadas las
fuentes de análisis de la reflexión que se presenta, no es factible realizar un
análisis que replique estos escenarios. Sin embargo, su consideración dentro de
los aspectos teórico-metodológicos que guían el escrito es de relevancia.
[8] En un Anexo se indica una breve
descripción de cada una de estas experiencias.
[9] Se muestra aquí la división política
del territorio en términos de orientación geográfica. Los aspectos climáticos,
de uso del suelo y caracterización del ecosistema en general presentan, aun en
la misma región productiva, diferencias.
[10] Este apartado toma como base a Nogueira,
2020.
[11] Productor agrícola, propietario o no
de su finca, con distintos niveles de capitalización. Se trata de un sujeto
socio-histórico de la pampa argentina cuya primera referencia puede encontrarse
hacia finales del siglo XIX
[12] Al respecto, véase especialmente la
nota de Darío Aranda, “Nuevo estudio vincula al glifosato con el cáncer,
malformaciones y otros problemas de salud” en Página 12, https://www.pagina12.com.ar/275246-nuevo-estudio-vincula-al-glifosato-con-el-cancer-malformacio?fbclid=IwAR2oRX_HZEVPBzDbyGmuwV3bBrr2QJ_rKliM0_k4oUTX-D6LycKaYeNe9S8, 29/06/20.
[13] Algo parecido sucede con la denominada
cuestión indígena, o incluso con la cuestión de género en el marco de los
estudios rurales. En el caso que venimos referenciando, situado en las
experiencias recogidas, nos hemos limitado a abordar la cuestión
socio-productiva y no étnica o de género, lo cual, se considera, requeriría un
tratamiento pormenorizado. De todas maneras, y para una actualización de las
agendas de cuestiones en este sentido, la lectura de Bengoa (2003) es obligada.
[14] Un PP es aquel cuya explotación
(finca) se caracteriza por la presencia de la mano de obra familiar (incluido
el productor), en principio sin empleo de trabajadores asalariados permanentes
(cuyo límite se fijó en dos). Con el fin de operacionalizar dicha categoría se
recurrió a su segmentación de acuerdo a niveles de capitalización (heterogéneos
territorialmente pues dependen en gran medida del tipo de producción).
[15] Se toma la referencia de 2002 pues el
censo de 2008 tuvo grandes dificultades tanto en el operativo censal, como en
la forma de obtener y tratar los datos.
[16] Para comenzar, se definirá la agroecología como “una forma de
producción de alimentos que intenta garantizar la calidad de vida de la
población productora y consumidora, así como de la propia naturaleza. En este
sentido, la evitación de agentes agroquímicos, sea para aumentar la
productividad, sea para el eliminar el riesgo o la presencia efectiva de
plagas, tiene como resultado la preservación de la salud, tanto de productores
de alimentos como de la población consumidora de estos productos” (Cruz,
2011:95).
[17] Esta denominación hace referencia a
los procesos de agriculturización y modernización
agrícola llevados adelante a mediados del siglo XX en los llamados países
“subdesarrollados”. La expresión está asociada con la noción tradicional de
desarrollo, vinculada esencialmente a la variable crecimiento.
[18] Resulta significativo en el marco de
la historia de esas luchas, en particular las campesinas, en el país cierto
acercamiento entre las instancias colectivas del campesinado y el Estado a
través de su vinculación en políticas públicas u otras formas de participación
en la toma de decisión (Wahren y García Guerreiro,
2020). Dicho acercamiento no es casual: se hace más evidente en el momento de
apertura acerca de la agricultura familiar, el surgimiento de la ReAF, etc., que ha sido mencionado desde Schiavoni (2010).
[19] Esto no implica el desconocimiento
del Estado y las políticas públicas estatales en el territorio. El propio
Sevilla Guzmán reconoce: “la intervención pública debe existir, en un cierto
grado dentro del proceso” (2006, p. 212).
[20] Se retoma en esta afirmación un ya
clásico texto de Ansaldi (1983) en el que se señala
que “un chacarero es un chacarero”, su principal atributo para considerarlo un
sujeto central del capitalismo agrario pampeano es la posibilidad de acumular
capital. A diferencia de un campesino, quien se introduce en el texto como un
sujeto que reproduce un modo de producción mercantil simple. En este último
sentido, un campesino es la antítesis de un chacarero.
[21] Esta afirmación es, por supuesto,
discutible, aunque excede el propósito de este escrito.
[22] Esto no representa una novedad: la
caracterización de la agricultura familiar que se mencionó previamente supone
un conjunto de actividades que exceden la agricultura, desde la ganadería,
pasando por una serie de servicios, producción textil, avícola, floricultura,
pesca artesanal, etc. Evidentemente, esto se relaciona con las transformaciones
acontecidas en el medio rural y su conceptualización en términos generales,
tanto a nivel de producto, como de territorios: la llamada agricultura de
periurbano, por ejemplo (véase González Maraschio,
2020). Asimismo, desde fuentes institucionales (sobre todo vinculadas al área
de Desarrollo Social), la agricultura familiar se introduce como una dimensión
más asociada con el campo de la economía social o solidaria (en algunos casos,
también llamada popular). Por este motivo, y de cara a la diversidad de
situaciones involucradas en el análisis, aun siendo la muestra de carácter
teórico, se considera más oportuno utilizar el término producción familiar en el medio rural.