Interpelando las fronteras
a través de los cuidados. El sostenimiento de la vida en las migraciones
centroamericanas[1][2]
Interpellating borders through care. The life support
in Central American migrations
Héctor Parra García[3]
y Márgara Millán Moncayo[4]
Resumen
Este
artículo indaga sobre la conformación de cadenas globales de cuidado
protagonizadas por mujeres centroamericanas, las cuales han sido más visibles a
raíz de las caravanas migrantes hacia Estados Unidos desde octubre de 2018.
Estas movilidades ponen de relieve la dependencia estructural de cuidados en
Estados Unidos y cómo es cubierta con el trabajo precario e invisibilizado de mujeres
migrantes. Desde una perspectiva antropológica, y a partir de una revisión
bibliográfica, de indicadores y de testimonios, se evidencía como las
subsistencia de miles de famiias en diversas localidades de Centroamérica esta
siendo soportada por la migración de mujeres generando relaciones familiares
transnacionales. Estas migraciones responden al mandato patriarcal de que sean
siempre las mujeres quienes soportan las tareas del cuidado, tanto en los lugares
de origen como de destino. Subyace de dicho mandato de género múltiples
violencias y resistencias que acompañan a las mujeres antes, durante y despues
de sus proyectos migratorios.
Palabras clave: Migraciones
centroamericanas, trabajos del cuidado, familia transnacional, cadenas globales
del cuidado
Abstract
This article investigates the formation of global care chains led by
Central American women, who have been more visible as a result of the migrant
caravans to the United States since October 2018. These mobilities highlight
the structural dependence on care in the United States and how it is covered
with the precarious and invisible work of migrant women. From an anthropological
perspective, and based on a bibliographical review, of indicators and
testimonies, it is evident how the subsistence of thousands of families in
various locations in Central America is being supported by the migration of
women generating transnational family relationships. These migrations respond
to the patriarchal mandate that it is always women who bear the tasks of care,
both in the places of origin and destination. Underlying said gender mandate is
multiple violence and resistance that accompanies women before, during and
after their migratory projects.
Keywords: Central American migrations, care work,
transnational family, global care chains
Introducción
En
las últimas décadas, el control de los Estados sobre los movimientos
migratorios de países que comparten un pasado colonial, hacia los países del
Norte Global se han intensificado, generando una agenda de investigación muy
extensa. Este artíclo plante analizar las cadenas globales del cuidado que
generan las movilidades de mujeres provenientes del Sur Global, desde una
perspectiva feminista e interseccional.
La
investigación pone de relieve la importancia de las cadenas globales del cuidado
para comprender las dinámicas de las caravanas centroamericanas que transitan
desde 2018 hacia Estados Unidos. Muestra cómo estas estrategias de
sobrevivencia de las trabajadoras de cuidado estan reconfigurando a sus
sociedades de origen, dando pie a lo que Amaya Pérez (2014) define como
“hogares transnacionales”, perpetuando así la circularidad migratoria de
Centroamérica hacia Estados Unidos. Con ello se plantea la importancia de una
perspectiva antropológica, resaltando el papel del trabajo reproductivo en las
dinámicas migratorias del siglo XXI.
En
términos metodológicos la investigación parte de una revisión documental basada
en análisis estadísticos, bibliografía especializada, así como en publicaciones
hemerográficas. Se parte también de algunos
testimonios retomados en 2019 a mujeres trabajadoras del cuidado que pertenecen
a la California Domestic Workers
Coalition (CDWC) y de mujeres en tránsito que fueron entrevistadas en el
Centro de Estudios Sociales “Antonio Montesinos” en 2020. Estos relatos son
relevantes en tanto que muestran la importancia de las redes del cuidado entre
migrantes frente a las múltiples violencias que atraviesan sus proyectos de
movilidad, ya sea durante el tránsito o en los lugares de destino. El artículo se
compone de tres apartados.
En el
primero se presenta una aproximación teórica sobre el concepto de cuidado y su vinculación
con la feminización de las migraciones. Partiendo del concepto de Arlie
Horschild sobre las “cadenas globales del cuidado” (2000) problematizamos como
la desigual distribución del tareas del cuidado permite una migración
transnacional de mujeres del Sur Global para cubrir las necesidades del cuidado
en los países del Norte. Subyacen dos dimensiones ante esta realidad. A partir del cruce de dos realidades como son
el “continuum
de violencia” (Cookburn, 2004) y la “interseccionalidad” (Crenshaw, 1995) se
muestra como se mantiene el mandato patriarcal de que sean las mujeres las que
cuiden, el cuál está atravesado por la continua racialización[5] y desvaloriazación
-por medio de la violencia- de estos trabajos reproductivos. Paradójicamente
son las tramas de cuidados las que pueden subvertir –de forma relativa- la
dominación hacia estas migrantes del cuidado.
En un
segundo momento presentamos un balance histórico y estadístico sobre la
dependencia estructural de cuidados y servicios domésticos en Estados Unidos,
conectando estas demandas con las migraciones de mujeres centroamericanas. Como
parte de esta demanda de trabajos reproductivos revisamos el proceso de transferencia
internacional de cuidados que protagonizan estas mujeres que migran para
cuidar.
En el
último apartado realizamos una breve caracterización de las actividades de
cuidados que sostienen los proyectos migratorios de las mujeres
centroamericanas. Estas labores comienzan en el lugar de origen y están
marcadas por profundas desigualdades de distribución provocadas por la violencia
hacia ellas. Durante el tránsito, las migrantes centroamericanas reciben apoyo
de redes de solidaridad por parte de organizaciones de la sociedad civil. Así
mismo, desarrollan estrategias de movilidad basadas en el apoyo mutuo.
Consideramos
dos de los principales lugares de trabajo y de radicación de estas mujeres (frontera
sur de México y California) para mostrar como se van configurando cadenas más
complejas de cuidado, sobre todo entre mujeres que cuidan a las famlias de las
que migran consolidando la existencia de hogares trasnacionales como
estrategias de sobrevivencia de numerosas familias en Centroamérica. Todos
estos arreglos se realizan para el sostenimiento de la vida de otros y permiten
a las migrantes centroamericanas organizarse, autocuidarse y velar por sus
familias en sus comunidades de origen.
En
las conclusiones se subraya la importancia de incorporar la dimensión de los
cuidados en los estudios migratorios así como el potencial político que puede
surgir a raíz de su visibilización.
I.
Cadenas globales del cuidado,
interseccionalidad y violencia. Aproximaciones conceptuales
Analizar
las migraciones de las mujeres ha sido un tema recurrente en los estudios
feministas desde finales del siglo XX, sobre todo a raíz de la migración de
trabajadoras del cuidado debido a la incorporación al trabajo productivo de
mujeres en el Norte Global (Gregorio, 1998).
Por su parte, los estudios sobre los cuidados (Hoschild, 2000; Carrasco,
2002; Batthyány, 2004; Glenn, 2010; Tronto, 2017) han visibilizado a los
cuiddos como una de las principales demandas de lucha de las mujeres por el reconocimiento
político y económico del trabajo reproductivo.
Investigaciones
feministas (Fisher y Tronto, 1990; Glick-Schiller et al, 1992; Hondagneu-Sotelo y Ávila, 1997) sugieren retomar la
idea de los cuidados desde una perspectiva antropológica, resaltando la
potencia política que subyace de estas actividades. Joan Tronto define los
cuidados como una actividad inherente a la existencia humana que abarca “todo
eso que hacemos para mantenernos, perpetuarnos y reparar nuestro mundo, de modo
que podamos vivir en él de la mejor manera posible” (Tronto, 2017, p. 3, citado
por Mallimaci, 2021, p. 12).
En términos
políticos y éticos los cuidados exponen una condición de vulnerabilidad de la
vida –tanto humana como no humana-la cuál debe ser reproducida y sostenida bajo
la responsablidad colectiva entre unos por otros. Según Nakano Glenn (2010), los
cuidados envuelven tres dimensiones de la vida social. En primer lugar, el
cuidado esta dirigido a la atención física (alimentación, aseo), emocional
(acompañamiento, escucha) y de servicios (salud, compras, esparcimiento) de
otras personas. En segundo lugar, el cuidado preserva el entorno de las
personas cuidadas (servicios domésticos de limpieza y organización). En tercer
lugar, el cuidado establece y mantiene vínculos afectivo-emocionales entre los
sujetos que intervienen.
Todas
estas actividades -cultural e históricamente feminizadas- advierten la
importancia radical de los cuidados en la reproducción de la vida (Gutiérrez,
2017; Herrero, Et. al., 2018) y, por lo tanto, su potencial político de
subvertir el orden social. Sin cuidados no puede existir la sociedad, por lo
que debemos concebir dichas actividades como un campo de acción y de identidad política
por parte de quienes las protagonizan. Una lucha colectiva que interpela su
invisibilidad y su asignación casi naturalizada hacia las mujeres, así como su
desvalorización en el marco de una sociedad que no considera los trabajos de
cuidados como productivos.
El
mandato histórico de género en la distribución desigual de cuidados ha
conformado relaciones patriarcales hegemónicas que obligan -a partir de una
estructuración social y la producción de subjetividades- a las mujeres a ser
las únicas que realicen dichas actividades de forma gratuita e invisible y desde
la esfera privada.
La
agenda política de igualdad de género en los países del Norte Global ha tenido
en el trabajo productivo igualitario una de sus principales demandas hacia un
empoderamiento económico. Ello ha generado una incorporación progresiva de mujeres
al mercado laboral desde la década de 1960 (Barrelt y Bustillo, 1993). Aunado a
ello, estas poblaciones han experimentado un incremento de población adulta -dado
el aumento de la esperanza de vida-generando una demanda estructural del trabajo
de cuidados. Volveremos a ello más adelante.
El
aumento en la demanda de cuidados, así como su visibilización y reconocimiento,
no ha dado lugar a una reestructuración social de grandes dimensiones -al
interior de estas sociedades- que ponga en el centro de las políticas públicas la
distribución equitativa de cuidados: algo que podría dar mayor importancia política
y económica al tiempo empleado en dichas actividades reproductivas, teniendo un
impacto en la consideración general sobre qué es y qué no es el trabajo
socialmente productivo (Federici, 2018). En cambio, ha habido una creciente
demanda de mano de obra barata de mujeres de los países del Sur Global para cubrir
estas necesidades, dando lugar a otro fenómeno estructural que ha tenido
resonancia en los estudios migratorios desde finales del siglo XX: la
feminización de las migraciones.
Desde
la década de 1970 diversos contingentes de mujeres migrantes del sur global han
ido conformando una nueva división internacional y étnica del trabajo
reproductivo, algo que Arlie Hochschild ha teorizado a partir del concepto de
“cadenas globales del cuidado” (2000), esto es, la transferencia internacional
del cuidado hacia otras mujeres, sin modificar la estructura básica de la
división sexual del trabajo reproductivo.
A
decir de Helena Hirata la expansión de las actividades del cuidado en las sociedades del Norte
Global, están “estrechamente ligadas a los movimientos migratorios
internacionales. [Por lo tanto] no es posible trabajar el tema del cuidado, sin
interesarse por el crecimiento de las migraciones internacionales femeninas a
partir de los años 2000” (2016, p.55). A diferencia de las mercancías y los
capitales, los cuidados no pueden deslocalizarse o importarse, por lo que el
aumento exponencial y sistemático de cuidados en los países “desarrollados”
dependen de los flujos continuos y precarizados de trabajadoras del cuidado,
principalmente mujeres que vienen del Sur Global.
Las
cadenas globales del cuidado generan una transnacionalidad en los vínculos
familiares. Estas cadenas ocurren desde los circuitos inferiores de la
globalización bajo la forma de trabajo informal, precario y poco reconocido. En
las últimas décadas los países del Norte Global se sostienen por medio de estas
cadenas globales del cuidado, una “internacionalización del trabajo
reproductivo” (Parella, 2003) que permite “una transferencia de los cuidados de
unos hogares a otros, de una manera que ahonda las desigualdades entre familias
del Norte y el Sur, y refuerza el pacto social sexista sosteniendo el reparto
desigual de compromisos de tareas entre hombre y mujeres” (Díaz Pagès, 2015).
Por
tanto, las cadenas globales del cuidado dependen de la redistribución de los
cuidados en las familias de origen, la cual casi siempre está condicionada a
desigualdades económicas, de género y étnico-raciales entre empleadoras y
trabajadoras del cuidado. Aparecen otras figuras–casi siempre mujeres- que
apoyan en el cuidado físico y emocional de las familias de origen. Mujeres empobrecidas
–o más racializadas y/o violentadas- que no pueden migrar, hermanas, hijas y
abuelas son las principales protagonistas de estas cadenas de cudiado que
combina vínculos de proximidad con arreglos económicos, casi siempre precarios
(Lexartza, Caredo y Chaves, 2012, p.68). De ahí la importancia de una
perspectiva interseccional que considere la diversidad de contexto que se
producen en las dinámicas transnacionales del cuidado, como son “las
desigualdades múltiples” (Crenshaw,1995).
Por otra parte, los gobiernos de los países demandantes de cuidados realizan
constantes equilibrios en el control de sus fronteras para permitir -de la
manera más restringida posible- el acceso de esta fuerza de trabajo del
cuidado. En este punto, el “régimen global de fronteras” (Mezzadra, 2012) opera
como un dispositivo eficaz que permite la incorporación contenciosa de la
fuerza de trabajo desvalorizada a través de distintos mecanismos de violencia
para producir mano de obra barata desde la ilegalidad.
En
este contexto, existen investigaciones (Guizardi, López, González, 2021; Woo,
2004) que muestran cómo las obligaciones
productivas y reproductivas exponen a las mujeres a distintas formas de
violencia que vulneran su autonomía. Comienzan desde el seno familiar, se dan
en el tránsito migratorio y continúan reproduciéndose en los espacios de destino.
Estas violencias multidimensionales y multisituadas son la síntesisdel mandato
patriarcal de que los trabajos reproductivos corresponden a las mujeres y que
son trasferidos en caso de que las mujeres migren para cuidar.
Desde la antropología feminista, Carmen Gregorio y Carmen González (2012)
muestran cómo los roles de género marcan los vínculos de parentesco en
contextos de transnacionalidad, volviendo a colocar a las mujeres que migran
como cuidadoras. Carmen Ledo (2014) en cambio, ofrece un análisis de los múltiples arreglos que deben llevar a cabo las
mujeres migrantes, con otras mujeres de su círculo de proximidad, para
reconfigurar los vínculos de los hogares transnacionales. Ledo pone énfasis en
la solidaridad entre mujeres y en los comunitarismos que pueden surgir en la
construcción de estas nuevas alianzas.
Por
lo tanto, las actividades del cuidado generan ambivalencias que pueden llegar a
ser paradójicas. Menara Guizardi (2019) señala que en los cuidados se
reproducen formas de violencia que coaccionan y limitan las posibilidades de
vida de las mujeres, y a su vez, a través de estos cuidados se pueden
desarrollar recursos sociales y culturales que rompen, aunque sea de forma parcial,
con la violencia que padecen. Los
proyectos migratorios brindan un campo de autonomía económica para las mujeres
que cuidan; así mismo, los arreglos del cuidado familiar -casi siempre entre
mujeres- pueden generar redes de apoyo mutuo entre/por mujeres, así como pequeñas
economías de subsistencia basadas en estas transferencias del cuidado.
II.
Demanda estructural de cuidados y auge
migratorio de mujeres centroamericanas hacia EE.UU
Desde
la década de 1990 distintos países del Norte Global han experimentado una crisis
global de cuidados provocados por la falta de voluntad política de desarrollar
insitutciones integrales de seguridad cosial que garanticen en acceso a
servicios del cuidado al conjunto social. En el caso de Estados Unidos, la
estructura laboral de la familia biparental -encargada del cuidado de los hijos-
ha transitado rápidamente a otros modelos familiares que demandan mayores servicios
de cuidado. En la década de 1970, el 70% de los hogares estadounidenses
dependían de un solo miembro trabajador (mayoritariamente hombres) para la manutención familiar; en 2014 esta proporción se redujo al 30%. Para
ese mismo periodo, los hogares en donde ambos padres trabajan, pasarondel 25%
al 60% respectivamente (ONU-Mujeres, 2017).
La
incorporación de las mujeres norteamericanas al mercado laboral no ha supuesto
necesariamente una mayor corresponsabilidad de los hombres en las tareas del
cuidado. Por lo general, son ellas las principales encargadas de estas
actividades,provocandounadoble jornada de trabajo productivo/reproductivo. La
permanencia y paridad de mujeres en el mercado de trabajo de EE.UU ha provocado
una creciente demanda de mano de obra femenina –principalmente migrante- a la
cual transferir estas obligaciones del cuidado (Ariza, 2011).
Otro
factor que contribuye a la expansión de la demanda de cuidados en Estados
Unidos es el envejecimiento de la población debido al aumento en la esperanza
de vida. Según la American Association of
Retired Persons cerca de 53 millones de adultos en Estados Unidos cuidan a
alguien, es decir, el 21.3% de la población. Según este mismo informe en 2015
existieron 43 millones de personas cuidadoras, representando el 18.2% (AARP,
2020). Se desprende de este informe que el 61% de las personas que cuidan son
mujeres y que en su mayoría, dichos cuidados no son remunerados, o se dan a partir de un mercado informal provocado
por las limitadas subvenciones gubernamentales para el cuidado de personas
vulnerables.
Estas
cifras muestra como el cuidado de las personas más vulnerables en Estados
Unidos depende de la disponibilidad de mano de obra femenina precarizada. Esto
se debe principalmente a la ausencia de programas integrales de asistencia por
parte de las distintas entidades estatales en todos los niveles de gobierno de
la Unión Americana.
Se
estima que esta dependencia irá en aumento, toda vez que 1.6 millones de
personas mayores de 65 años se incorporan cada año desde 2010, y se prevé que
continúe a ese ritmo de crecimiento, al menos hasta 2030 (Jiménez, 2020). En
las últimas dos decadas, las demandas cuidados en la Unión Américana ha podido
paliarse en forma relativa con mano de obra de mujeres migrantes encargadas de
la asistencia primaria y de los servicios domésticos de personas dependientes y
vulnerables.
Este fenómeno es uno de los factores que contribuye a entender el auge migratorio de
mujeres cuidadoras, entre las que se encuentran las migrantes centroamericanas.
Según ONU-Mujeres, la migración de mujeres centroamericanas a Estados Unidos se
ha incrementado de forma exponencial entre 1990 y 2015, pasando de 491mil a
1.37 millones de mujeres (2017). En ese mismo periodo, las mujeres
centroamericanas que participan en la población económicamente activa (PEA) en
la Unión Americana se ha triplicado.
Siguiendo
las cifras de este informe, la principal actividad económica de estas mujeres
es el servicio doméstico (235 mil trabajadoras), actividad que ha aumentado en
un 200% entre 2000 y 2015 (íbid). Esta cifra seguramente es mucho mayor, dado
que el censo de actividades domésticas y cuidados del Integrated Public Use Microdata Series (IPUMS-USA) no considera en
su registro las remuneraciones informales y las actividades de cuidadoras en status migratorio irregular (Ob. Cit.).
Tomando
en cuenta que el 46.2% de los 3.5 millones de centroamericanos que habitan en EE.UU
son mujeres (O´Connor, 2019), y que la PEA de este grupo de mujeres es del 64%
podemos deducir que alrededor de 1.03 millones de residentes centroamericanas
son trabajadoras, principalmente en trabajos del cuidado. Esta cifra se acerca
a la realidad ya que se basa en estimaciones demográficas que no distinguen la
condición legal de radicación. Otras actividades económicas precarias que
realizan las mujeres centroamericanas y que circundan la órbita de los cuidados
es la preparación de alimentos, los servicios de limpieza, los salones de
belleza y los servicios de auxiliar de enfermería en centros geriátricos.
Apesar
de estas estimaciones, un análisis estadístico más detallado de las labores de
cuidados que realizan las migrantes centroamericanas es difícil de realizarse debido
a la informalidad en las contrataciones, así como por la condición migratoria
de las trabajadoras. Esta opacidad genera relaciones de trabajo desiguales que
refuerzan las condiciones de vulnerabilidad de estas mujeres.
Sobre
los lugares de trabajo de las mujeres centroamericanas en el corredor
migratorio hacia EE.UU, existe una diversidad de espacios de asentamiento,
sobre todo por el entrampamiento migratorio que muchas de ellas padecen en México;
así como por el complejo mercado informal de cuidados que ha surgido en
distintas ciudades de Estados Unidos. A pesar de esta diversidad es posible
detectar dos espacios de alta presencia de trabajadoras centroamericanas a lo
largo de este corredor: la frontera sur de México y el Estado de California en
EE.UU.
a) Trabajadoras centroamericanas del cuidado en la frontera sur de México
La
migración hacia Estados Unidos se ha configurado desde finales del siglo XXI
como una trama económica fundamental para diversas localidades de
Centroamérica. Podemos afirmar la existencia de un capital cultural migrante
que se ha trasmitido inter-generacionalmente desde las dictaduras que
atravesaron la región en las décadas de 1970 y 1980[6]. Estas movilidades
aumentaron durante los periodos de ajuste estructural del neoliberalismo en la
década de 1990 y se intensificaron con la violencia estructural a raíz del auge
de bandas delictivas -como la Mara y Barrio 18- en diversas zonas periféricas
de Guatemala, El Salvador y Honduras.
Por
otra parte, la dinámica migratoria en la frontera sur de México ha adquirido
una complejidad mayor en la última década, dada la presencia de flujos multidireccionales
de colectividades migrantes intercontinentales. Rebasa a los objetivos de este
artículo analizar todas estas trayectorias, así que nos centraremos en el
trabajo estacional de mujeres centroamericanas en esta región. Se estima que en México hay 32,880
inmigrantes centroamericanas, de las cuales el 62% viven en las cuatro
entidades de la frontera sur (ONU-Mujeres, 2017).
La vecindad
de los estados de Chiapas y Tabasco con los países del triángulo norte de
Centroamérica es una condición muy significativa para que las mujeres
centroamericanas decidan establecerse en las localidades limítrofes de la
frontera, ya que, a pesar de que pueden ofrecer remuneraciones laborales
bastante similares, representan una oportunidad de autonomía económica y de seguridad
en comparación a sus realidades en los lugares de origen.
En Tenosique
(Tabasco) y Soconusco (Chiapas) se concentrala mayoría de las estancias y
tránsitos de migrantes centroamericanos en México, entre las que se encuentran
las mujeres centroamericanas. Según la “Encuesta de Migración de las Fronteras
de México” (EMIF-SUR), en 2019 ocurrieron al alrededor de 296 mil desplazamientos
en esta región (2019. En los últimos 10 años se ha incrementado el flujo de
migrantes centroamericanos devueltos por las autoridades migratorias en la
frontera sur, pasando de 64 mil en 2017 a 86 mil personas en 2019 (EMIR-Sur,
2019, podemos suponer que las estancias de los centroamericanos en la región
fronteriza del sur de México se han prolongado y diversificado, complejizando
los flujos migratorios de trabajo fronterizo, protagonizados por hombres y
mujeres guatemaltecos.
Existen
dos actividades económicas en las que históricamente han participado las mujeres
centroamericanas en la frontera sur de México: el trabajo agrícola cafetalero
(generando sinergias de ingresos familiares que provienen del campo) y el
servicio doméstico. En años recientes han crecido también las actividades
comerciales.
Respecto
a la actividad doméstica, las mujeres guatemaltecas han sido las principales protagonistas,
aunque en las últimas dos décadas se nota una mayor participación de mujeres
hondureñas y salvadoreñas que se incorporan a las tareas del cuidado en hogares
mexicanos, sobre todo en las ciudades fronterizas del sur de Chiapas
(ONU-Mujeres, 2015).
Según
estimaciones del INEGI, en 2010 se censaron 30,097 trabajadoras
centroamericanas en la región fronteriza de Chiapas. De estas, 17,483 (58%)
eran guatemaltecas, 5,393 eran
hondureñas y 5,222 eran salvadoreñas. Un 42.7% de estas inmigrantes
centroamericanas realiza actividades que giran en torno a las actividades del
cuidado: cuidadoras de niños, ancianos y discapacitados, preparación de
alimentos, servicios domésticos y de limpieza (ONU-Mujeres, 2017). Al igual que
otras estimaciones, estas cifras están subvaluadas ya que omiten la
participación de inmigrantes centroamericanos en condición migratoria
irregular.
Las
mujeres centroamericanas se insertan en el mercado laboral doméstico desde
temprana edad (15 años) y el 95% trabajan bajo la modalidad de planta, es
decir, que habitan en el área de trabajo, lo que supone una frontera difusa
entre el tiempo de trabajo y de descanso, predominando relaciones de poder y
explotación laboral (Ángeles, Robledo y Soto, 2004).
A
pesar de estas condiciones de vulnerabilidad, el trabajo doméstico en la
frontera sur de México es una actividad económica que permite proyectos de vida
de numerosas familias centroamericanas, muchas de las cuales han dejado de lado
la expectativa del migrar hacia EE.UU. Estas actividades domésticas han
generado vínculos familiares transnacionales sustentados en estas cuidadoras.
b) Trabajadoras centroamericanas del cuidado en California
La
colectividad centroamericana en California la conforma un número cada vez mayor
de mujeres que deciden migrar por su propia cuenta, y que cubren un rol
protagónico en la reproducción de la vida social de todo el Estado,
principalmente en la zona metropolitana de Los Ángeles. Aqui algunas cifras para
comprender esta realidad.
De
acuerdo con estimaciones de Migration Policy Institute (MPI) en 2019, el 26% de
los 3,527,000 migrantes centroamericanos en Estados Unidos se establecieron en
Califormia. Texas acogió alrededor del 12% y Florida el 11%. Del casi millón de
centroamericanos en California, cerca de 558,000 radican en el Área
Metropolitana de Los Ángeles (O´Connor, et.
al., 2019). Esta comunidad migrante es eminentemente trabajadora ya que el 83%
está en condiciones de trabajar (18-64 años), y de los cuales, el 88% trabaja
principalmente en el sector servicios (32%), construcción y mantenimiento
(23%), así como producción y transporte de materiales (18%) (O´Connor, et. al., 2019).
A
pesar de los altos índices de ocupación, la comunidad centroamericana es más
precaria y con menor formación educativa que otras comunidades migrantes. Cerca
del 19% de los residentes centroamericanos viven en el umbral de la pobreza, frente
al 15% del promedio de todos los nacidos en el extranjero. Aproximadamente el
47% de los centroamericanos cuentan con una escolaridad menor al bachillerado,
frente al 28% de otros inmigrantes adultos) (O´Connor, et. al., 2019Finalmente MPI estima que, entre 2012 y 2016, cerca de
1.65 millones de inmigrantes no autorizados en EE.UU provenían de centroamérica
(O´Connor, et. al., 2019). Esta
última cifra representa que casi la mitad de la colectividad centroamericana en
la Unión Americana vive en condiciones de irregularidad migratoria, lo que
ocasiona mayores condiciones de invisibilidad, sobre todo en el empleo de
trabajos informales como los que realizan las mujeres cuidadoras domésticas.
La
presencia de mujeres centroamericanas en los trabajos del cuidado en California
es cada vez mayor. En el año 2018, la American Community Survey (ACS) estimó
que había 324,000 trabajadores del hogar en el Estado de California. Al igual
que en estimaciones anteriores, esta cifra está subrepresentada por varias
razones, entre las que sobresalen dos. En primer lugar la ACS considera a
un “trabajador del hogar” a quien
realiza tres actividades principales: trabajadores domésticos de limpieza,
cuidadores de niños y asistentes domiciliarios, dejando de lado otras
actividades del cuidado como cocineras, conductores, auxiliares de enfermería,
gestoras de espacios ocupacionales, etc. Por otra parte, existe un gran número
de remuneraciones informales que dificultan el acceso a las actividades reales
del cuidado que se practican en California y el resto de la Unión Americana.
Una
estimación más cercana a la realidad la muestra el informe Profile, practices and needs of California´s Domestic Work Employersde
la Universidad de California en Los Ángeles, el cual estimó que en 2015 trabajaban
alrededor de dos millones de personas en diversas actividades del cuidado
doméstico, principalmente mujeres (86%). El 54% de estas trabajadoras se
dedicaba a labores de limpieza, el 27% se dedicaba a la asistencia domiciliaria
y el 19% al cuidado de menores (UCLA, 2016).
Todos
los trabajos de cuidados cuentan con salarios muy bajos. La media por
hora-trabajo en este sector ronda los 10.73 USD, mientras que el promedio
nacional del sector servicios se sitúa en los 20.64 USD (UCLA-CDWC, 2019). Así
mismo, la ocupación de tiempo completo de estas labores no llega a la mitad de
los trabajadores, dadas las condiciones de informalidad que imperan en el
sector. La media de edad de las trabajadoras está en 48 años, el 51% tiene un
hijo o más a su cargo y el 61% es empleadade manera informal por miembros de
sus propias comunidades migrantes. Este último dato devela la permanencia de
una transferencia de las obligaciones del cuidado entre las trabajadoras domésticas
y otras mujeres migrantes en EE.UU.
Alrededor
del 18% de estas trabajadoras (360,000 aproximadamente) nacieron en El
Salvador, Guatemala y Honduras (UCLA-CDWC, 2019). Las principales actividades del
cuidado son la limpieza doméstica (30% del total de las trabajadoras de
limpieza nacieron en esta región de centroamérica) y al cuidado de niños (29%
de las cuidadoras provienen de estos países).
En
los últimos 10 años, la presencia de mujeres centroamericanas en las labores
del cuidado ha ido en aumento, en consonancia con el incremento en la demanda
de trabajo domiciliario y de mayores subsidiosestatales para la asistencia
doméstica en California.Otro dato que evidencia la notoria presencia de las
trabajadoras centroamericanas de los cuidados en EE.UU es la mayor
participación de las remesas familiares en la balanza de pagos de
Centroamérica. Entre 2000 y 2018, las remesas totales han pasado de 4,100 mdd a
22,300 mdd creciendo a ritmos anuales promedio del 12% (CEPAL, 2019). En 2018,
la participación de las remesas familiares al PIB representan el 20.7% para El
Salvador, 20 % para Honduras y el 11.3% para Guatemala (CEPAL, 2019).). Es
importante analizar estas cifras puesto que una parte considerable de este
crecimiento refleja la consolidación de una cadena global de cuidados. El envío
de remesas de estas trabajadoras ha permitido la sobrevivencia de sus núcleos
familiares.
III.
Articulación de los cuidados en las tramas
migratorias de las mujeres centroamericanas
Los
cuidados de las mujeres centroamericanas son centrales para la reproducción de
la vida y los vínculos familiares en sus comunidades de origen. En muchas
ocasiones, estas obligaciones del cuidado se dan en contextos de violencia,
invisibilidad y obligatoriedad, bajo el control de distintos miembros de la
familia. Estas violencias representan formas estructurales de sometimiento,
dirigida hacia el cumplimiento del mandato patriarcal de que los cuidados deben
ser llevados por las mujeres. Las obligaciones del cuidado son en última
instancia una de las principales razones para que las mujeres centroamericanas
migren, a diferencia de los hombres. A decir de Orozco:
Por otro lado, los escenarios de relaciones de
género de poder que a menudo hacen a las mujeres responsables últimas, si no
únicas, del bienestar doméstico (…) y la adscripción prioritaria y/o última a las
mujeres de la responsabilidad de asegurar la sostenibilidad de los hogares en
contextos de crisis de reproducción social las obliga a migrar (Orozco, 2007,
citado por Lexartza, Carcedo y Chaves, 2012, p.
30)
No
obstante, es también el hartazgo a estas violencias lo que impulsa a las
mujeres a migrar y a encontrar a su paso, mayor seguridad, autonomía y, en ocasiones, redes de apoyo y solidaridad
de otras mujeres.
a) Redes de cuidado como estrategias migratorias ante el continuum de
violencia
Al
igual que muchas otras mujeres racializadas del Sur Global, las migraciones de
mujeres centroamericanas están marcadas por un continuum de violencia. Estas violencias comienzan en los
localidades de origen, sobre todo por el mandato implícito de que sean ellas
las cuidadoras y/o reproductoras de sus hogares. La violencia continúa durante
sus movilidades y se manifiesta en agresiones sexuales, extorsiones, trata y
feminicidio. Finalmente, la violencia se mantiene en los lugares de destino
cuando se ejerce violencia a sus hijos en sus comunidades de origen, se
sobreexplota su trabajo, muchas veces informal y/o ilegal, o se ejerce violencia a su integridad por
parte de nuevas parejas.
El
testimonio de Clara, hondureña de 44 años con 4 hijos a su cargo, nos ayuda a comprender
este continuum de violencia en las
migrantes centroamericanas. Su proyecto migratorio está claramente marcado por
la violencia económica y emocional que padecía debido a que su marido era
irresponsable y la maltrataba: “Siempre a mi me sacrificó, él me sacrificó, con
mi familia, porque mi familia a mi me cayó encima porque yo cooperé para que él
fuera tan cobarde. Se siente horrendo. Es horrible que tu familia te caiga
encima, que te diga que has cooperado para la picardía de un hombre.” (Clara,
29/09/2009, retomado de Soto, 2010, p.89)
La
historia afectiva entre Clara y su pareja está marcada por patrones afectivos
tradicionales identificados con una maternidad sacrificada que debe salir
adelante a pesar de que la pareja no cumpla con su papel de proveedor y/o sea un
violentador:
Yo no quiero que mis hijos me den, yo quiero
darles a mis hijos. Yo nunca les he quitado a mis hijos, yo les he dado. Si me
he quitado para que mis hijos coman, cuando hemos tenido 3 huevos, yo al final
reparto los tres huevos a mis hijos y ¿mami usted no va a comer?, no, no hijos
me siento llena tengo que… aunque me esté muriendo, aunque aquel huevo lo
quiera yo. (Clara, 29/09/2009, retomado de Soto, 2010, p. 91)
Ya en
en su travesía, Clara narra múltiples situaciones de acoso que padeció, sobre
todo por el temor de que su hijo acompañante de 16 años sea secuestrado. Estas
violencias son más patentes en contextos de vulnerabilidad por su condición de
ser mujer acompañada de un menor:
(…) yo creo que cuando ya vienes a ver, y que
llegas, yo creo que padeces hasta del corazón, es que es tanto el impacto que
te golpea el corazón a cada rato, miras un migra, el sobresalto del ladrón, en
la terminal cuando vas a comprar tu boleto y miras, desconfías de todo mundo,
quedas viendo y es que son tus ojos, miras aquel y crees que te están viendo
con mala intención, miras aquella mujer y también, miras el otro, ,¡hay! miras
aquellas señora que está sentada allá, todo te sobresalta porque crees que todo
mundo te anda en la mira, y a lo mejor no, la gente está normal. (Clara,
29/09/2009, retomado de Soto, 2010,. p. 107)
En
este sentido, las migrantes centroamericanas que transitan en el corredor
México-EEUU se enfrentan a formas diferidas de violencia, entre las que se
encuentra la extorsión, acoso, hostigamiento sexual y trata por parte del
crimen organizado. Un estudio realizado por Kusher y Díaz (2015) en un albergue
de la Ciudad de México reveló que el 12% de los usuarios de albergues fueron
mujeres, de las cuales, más de la mitad fueron extorsionadas por autoridades
migratorias o miembros del crimen organizado y el 24% sufrió algún tipo de
violencia sexual. Retomamos el testimonio de Fermina Rodríguez, Directora del
Centro de Derechos Humanos Fray Matías en Tapachula, Chiapas, que confirma el continuum de violencia en el tránsito o
semi-establecimiento de migrantes centroamericanas:
Las mujeres migrantes semi-establecidas sufren
violencia doméstica, sufren violencia psicológica, incluso podríamos hablar
hasta de… en algún momento… privación de su libertad por parte de sus
compañeros, mexicanos en su gran mayoría. En el caso de las mujeres semi-establecidas
que llegan a la oficina ocurre algo, muy, muy, muy importante, la gran mayoría
llega al centro en búsqueda de apoyo para la obtención de su documento
migratorio, pero si tú le das la oportunidad a la mujer un poquito más de
platicar las razones por las que necesita su documento migratorio, te darás
cuenta que el documento migratorio es lo mínimo que necesitaría porque están
siendo víctimas de abuso por parte de la pareja, están siendo víctimas de abuso
por parte del patrón, están siendo amenazadas por la familia del compañero, del
esposo, con que “si tu no haces lo que nosotros queremos te vamos a denunciar a
migración, porque además tú estás irregular”, sufren violencia por parte de la
comunidad que las señala mucho como las responsables de venir a destruir los
hogares en México. (Fermina Rodríguez, 13/10/2009, entrevista retomada en Soto,
2010, p.56).
En
los lugares de destino, las condiciones de violencia continúan, sobre todo por
las relaciones de poder que se generana raíz de la informalidad que predomina
en los trabajos del cuidado y por la condición de irregularidad migratoria de
muchas migrantes. El testimonio de Damaris, trabajadora del hogar en Los
Ángeles, EUA, y madre de un hijo de 9 años resulta ilustrativo:
El trabajo doméstico es único: uno está aislado
en la casa de un empleador, y es solo su palabra contra la de su empleador.
Somos invisibles y muy a menudo maltratadas. En un trabajo, trabajé 7 horas con
una amiga, limpiando una casa grande en San Francisco. Al final del día, el
empleador no quería pagarnos ni siquiera los $50 dólares que nos prometió. Eso
ni siquiera es el salario mínimo. Después de que habíamos terminado el trabajo,
llamó a la policía para asustarnos y no tener que pagarnos por nuestro trabajo.
Estaba aterrorizada, pero afortunadamente, mi amiga hablaba Inglés y pudo
contarle al oficial de policía lo sucedido. Al final del día, el empleador tuvo
que pagarnos. Este tipo de tratamiento no ocurre en todas las profesiones.
Después de esa experiencia, nunca más quise limpiar otra casa. (Damaris Romero,
testimonio en CDWC, 2021, s/p)
Por
contraparte a estas manifestaciones de violencia, en las últimas dos décadas han
emergido diversas estrategias de solidaridad y cuidado por parte de otras
personas, así como entre las propias migrantes centroamericanas durante todas
las etapas de sus proyectos migratorios.
Retomando
el informe de Kusher y Díaz (2015), el 80% de las mujeres que fueron
entrevistadas recibieron apoyo de ciudadanas y ciudadanos de a pie. Las
principales formas de ayuda fueron alimentos, alojamiento, información, dinero,
ropa o acompañamiento.
Frente
a estas violencias, existen recursos de asistencia dirigidas hacia las mujeres
migrantes, tales como apoyo psico-emocional, así como asistencia ginecológica y
orientación sexual, sobre todo a raíz de las agresiones sexuales que sufren.
Son pocos los alberguesque brindan apoyos específicos para las migrantes,por lo
quela ayuda directade otras mujeres sigue siendo el principal soporte
psico-emocional.El testimonio de Arturo López, miembro de la Casa del Migrante Susana
en Xalostoc, Estado de México, va en ese sentido:
Llegamos a encontrar mujeres embarazadas o
mujeres maltratadas, o mujeres que llegaban ahí y nos contaban que las habían
violado. Entonces teníamos una mujer ahí en la casa del migrante Susana, que
les prestaba la ayuda, porque a mi no me podían decir “oiga don Arturo me
violaron” o quejarse conmigo, pero si a lo mejor encontraban una mujer podían
descargar su ira, su enojo, su trauma o podían pedirle una toalla o pedir
bañarse, y en ese sentido había una comprensión hacia las mujeres. (Arturo
López, 2009, entrevista retomada de Soto, 2010, p. 84)
La
empatía y reconocimiento de la vulnerabilidad entre mujeres fue uno de los detonantes
de las caravanas migrantes que comenzaron en 2018 y que, a decir de Valentina
Glockner, representan el mayor ejercicio de “autocuidado colectivo” (2019)
entre/por mujeres migrantes en la historia de las migraciones. Aquí algunos
testimonios de la investigación de Glockner que van en ese sentido:
Un ejemplo es el caso de una abuela que tenía a
su cargo a una niña de 9 años y dos niños de 4 y 11 años respectivament (…) Ella
refería que antes de la caravana nunca se habría imaginado que tendría el valor
de migrar sola con sus tres nietos y que tampoco hubiera sido posible otra
alternativa, frente a la imposibilidad de reunir dinero suficiente para costear
el servicio de coyotes para todos. Como parte de las ventajas que la movilidad
colectiva le habría brindado, durante el trayecto, ella habría formado una
alianza con dos madres más que también viajaban con sus hijos pequeños (…)
Ellas se encontraron gracias a la caravana y dentro de ésta construyeron su
propio ejercicio de colaboración que les permitió cuidar a los niños, captar
mejor los escasos recursos disponibles: información, medicina, consultas
médicas, alimentación, etcétera; poder hacer largas filas de espera representando
a todo el grupo y sin someter a los niños a ese desgaste ni poner en riesgo de
perderse […] los niños/as refirieron sentirse cuidados y protegidos por las
otras madres y también por los integrantes del grupo mayoritario”.(Glockner,
2019, pp. 156-157)
La complicidad
y el apoyo muto entre mujeres migrantes fue clave para el surgimiento de las
caravanas, sin las cuales no hubiera sido posible la migración de ancianos y
niños. El “caravaneo” de sujetos tan vulnerables fue quizás el factor de mayor impacto
mediático, al menos de las primeras caravanas[7].
Otra
respuesta organizativa ante las violencias de las trabajadoras del cuidado la
encontramos en los sindicatos en defensa del trabajo doméstico en Estados
Unidos. Tan solo en California existen no menos de una decena de organizaciones
en defensa y promoción de los derechos laborales de trabajadoras del hogar, las
cuales se han formando por una militancia activista de mujeres de origen latino
y filipino desde la década de 1980.
Estas
organizaciones ponen de relieve la expertise
política que estas colectividades migrantes han desarrollado desde que han
arribado. Destacan las organizaciones Mujeres Unidas y Activas (MUA), Mujeres
en Movimiento, La Colectiva de Mujeres, Centro de Trabajadores Filipino (CDP),
Coalición de los Derechos Humanos de Inmigrantes de Los Ángeles (CHIRLA), entre
otras. Ocho de estas organizaciones forman parte de la California Domestic
Workers Coalition (CDWC) y conforman,
junto con otras organizaciones firmantes de la “Carta de Derechos de
Trabajadoras del Hogar” (2006) la Alianza Nacional de Trabajadoras del Hogar
(NDWA).
Por
lo general estas organizaciones generan programas educativos sobre derechos
migratorios, así como asesoría jurídica y defensa de los derechos laborales de
los migrantes, entre las que se encuentran las trabajadoras centroamericanas del
hogar. El testimonio de Paula Sandoval muestra la importancia de estas experiencias de organización y solidaridad de
trabajadoras migrantes:
Antes de encontrar MUA [Mujeres Unidas y
Activas], trabajé para una mujer, que ahora definimos como una “dueña de ruta” o
un propietario de ruta, que emplea un equipo informal de limpiadores de casas.
Éramos cuatro, y todos los días, teníamos que estar en la casa del propietario
a las 8 de la mañana. Desde su casa, nos llevó a limpiar un mínimo de casas 6
por día (…) Regresábamos todas las noches a las 9pm a su casa. Trabajábamos por
12 horas ó más, pero solo nos pagó $10 por hora por no más de 8 horas. Esto
significa que recibí solo $80 por un día de trabajo pesado de 12 horas (…) No
fue hasta el 2015 que estaba pasando por un momento muy difícil, que un amigo
me recomendó buscar apoyo y asesoramiento en MUA. Cuando llegué, tenía una baja
autoestima y no veía ninguna solución. Pero MUA proporcionó apoyo, y comencé a
recibir más y más capacitaciones como mujer, como inmigrante y como trabajadora
(…)Hay tantos trabajadores como yo que no saben cómo deberían ser las
condiciones laborales. Debido a la naturaleza del trabajo doméstico, es difícil
encontrar información o saber a dónde acudir cuando surge un problema. (Paula
Sandoval, testimonio retomado en CDCW, 2021, s/p)
La
intimidación y la explotación económica -que permite la invisibilidad del
trabajo doméstico- ha sido interpelado por la autorganización entre mujeres,
sobre todo a través de grupos de apoyo y cursos que dan a conocer los derechos
laborales de las mujeres migrantes del cuidado.
Así
mismo, otros proyectos educativos y de capacitación laboral han sido esenciales
para brindar mayor autonomía económica y de movilidad a las mujeres migrantes,
lo que les ha permitido desarrollar mayores recursos sociales paraerradicar la
violencia doméstica en sus vidas. Un fragmento del testimonio de Damaris Romero
va en ese sentido:
(…) me involucré con la Colectiva de Mujeres y
aprendí sobre mis derechos. También reconocí que el trabajo del hogar es un
trabajo valioso, digno y que merece respeto (…) Ahora, me organizo y defiendo a
las mujeres que aún son invisibles y que aún no conocen sus derechos. Me
organizo para empoderar a las mujeres para que tengan la información y las
habilidades que necesitan para sentirse seguras y asegurar que se escuchen las
voces de las trabajadoras domésticas del hogar (…) sólo con información podemos
dejar de ser violentadas” (Damaris Romero, testimonio retomado de CDCW, 2021,
s/p).
Existe
otro fenómeno que da cuenta de la importancia del cuidado de/por mujeres que
emprenden un proyecto migratorio y que tiene que ver con el cambio en la
distribución de las obligaciones del cuidado en los lugares de origen.
b) Impactos de la transferencia de cuidados en las familias de origen
El mandato
del cuidado para “quien se queda” no parece replicarse cuando es la mujer la
que migra. Como antes señalamos, en la última década se ha incrementado el número
de mujeres migrantes y, por lo tanto, también su participación en el envío
remesas hacia Centroamérica. Esto se debe a diversos factores entre los que se
encuentra la complementariedad de ingresos familiares (dada la inestabilidad económica
de los hombres), la mayor demanda de cuidadoras en EE.UU así como la
transformación en la estructura social de las familias que da más protagonismo
a madres jefas de hogar. Esto ha provocado un doble impacto en el ordenamiento
de las obligaciones del cuidado en las familias que se quedan.
En
primer lugar, debido a la ausencia de los “cuidados maternos” surgen diversos
arreglos familiares -y en los círculos de proximidad- con la finalidad de
trasferir las tareas afectivas y materiales del cuidado, principalmente hacia
otras mujeres como madres, hermanas, primas o hijas o vecinas. A decir de Lexartza,
Carcedo y Chaves:
“Estos arreglos familiares son sin duda, el
eslabón más débil y precario en la cadena de cuidado, donde mujeres de la
familia que tienen menos condiciones de elección, asumen la atenciónde hijas e
hijos menores de la mujer migrante, en condiciones inestables y poco flexibles
a sufavor. Mientras tanto la mujer migrante desde el país de destino envía
remesas para cubrir las necesidades básicas del grupo familiar (alimentación,
vestido, salud) y monitorea su bienestar (…) Los hombres-padres de las y los
menores no asumen ninguna tarea (económica o afectiva) que aporte a la
sostenibilidad del arreglo, ni al cuidado y protección del grupo familiar” (2012,
pp.58-59)
Un
segundo impacto tiene que ver con la vulnerabilidad de estos arreglos del
cuidado y que, en numerosas experiencias, han llevado a un gradual deterioro en
los vínculos familiares de origen, sobre todo cuando las estancias migratorias
de las madres se prolongan. Coincidimos con Ana Ortega (2015) en considerar
estos deterioros en clave de “crisis de cuidados” en las familias de origen. Para
Ortega, la crisis humanitaria de los menores migrantes no acompañados provenientes
de Centroamérica (2008) dió visibilidad a la crisis de cuidados que padecen las
y los menores debido a la ausencia de sus progenitoras que, paradójicamente, migran
para cuidar.
Como
antes señalamos, la composición demográfica de las migraciones centroamericanas
por el corredor hacia EEUU ha cambiado drásticamente en la última década. Un
número cada vez mayor de migrantes son niños, madres jefas de hogar y ancianos.
Esto muestra el deterioro en los vínculos en las familias transnacionales
debido al agotamiento de figuras del cuidado, la necesidad de reagrupación
familiar, la huida a la violencia hacia jóvenes y el aumento de familias que
dependen de la migración de más miembros para complementar ingresos.
La
precarización en las economías domésticas en Centroamérica ha hecho que las
estrategias de sobrevivencia se complejicen, provocando una diversificación de
ingresos cada vez más lejanos, así como una intensificación de la participación
de otras mujeres en las obligaciones del cuidado.
Las migraciones
de mujeres centroamericanas han generado un “dislocamiento en las relaciones de
parentesco” (Ortega, 2015) entre ellas y sus hijos, desarticulando vínculos
familiares y borrando la cercanía que se requiere para mantener las relaciones
afectivas. Las relaciones de cuidados
que pueden generarse entre padres e hijos por medios electrónicos han tenido un
alcance limitado y, sobre todo, se difuminan cuando los hijos crecen bajo el
horizonte aspiracional de migrar cuando sean mayores.
Conclusiones. Hacia una
perspectiva de cuidados en los estudios migratorios
Hemos
visto que existe una demanda estructural de trabajos del cuidado en Estados
Unidos, producto de la ausencia de políticas públicas. Esta demanda de cuidados
va en aumento y ha sido latente en el actual contexto de pandemia por COVID-19.
El
trabajo de las mujeres centroamericanas en las actividades del cuidado han
generado dos grandes asentamientos por el corredor migratorio hacia EE.UU,
sobre todo en la frontera del sur de México y el Estado de California en la
Unión Americana. En este último, las trabajadoras centroamericanas del cuidado
han consolidado experiencias organizativas que se ven reflejadas en un gran
número de organizaciones en defensa de los derechos de las trabajadoras del
cuidado.
Los
proyectos migratorios de las mujeres centroamericanas están atravesados por un continuum de violencia que comienza en
sus familias de origen, continúan durante el tránsito migratorio –generando en
muchas ocasiones entrampamientos migratorios- y se replican en los lugares de
destino. Todas estas violencias responden al mandato histórico de que las mujeres
sean, en última instancia, las encargadas del cuidado. Las redes de solidaridad
y apoyo que acompañan a las mujeres centroamericanas a lo largo de sus
proyectos migratorios son la principal forma de resistencia para enfrentar estas
violencias en sus distintas manifestaciones (sexual, psicológica, emocional,
económica, institucional, jurídica, física, etc.).
Los
trabajos de cuidados que cumplen las migrantes centroamericanas han tenido
impactos directos en el tejido asociativo de sus hogares de origen. Al dejar de
cuidar a sus hijos, las mujeres que migran deben conformar arreglos muy
precarios de cuidado con otras mujeres del entorno más cercano, provocando una
dislocamiento en las relaciones familiares, hecho que pone en evidencia la
migración de menores centroamericanos no acompañados hacia EE.UU desde
2008.
Podemos
concluir que el protagonismo de las migrantes centroamericanas en el sostenimiento
de la vida, tanto de sus lugares de origen como de destino, nos acerca a una
nueva perspectiva del fenómeno migratorio en donde destaca la importancia del
trabajo reproductivo a cargo de las mujeres que migran para cuidar y cómo estos
trabajos sotienen las vidas más vulnerables de las sociedades del Norte Global.
Visibilizar
la potencia política que supone el trabajo de los cuidados abre nuevos marcos
de interpretación hacia un agenciamiento social de las mujeres migrantes junto
con otros campos de lucha social, tal y como ha estado ocurriendo en las
movilizaciones de los últimos años y sus demandas. Por ejemplo, los manifiestos
de la marcha de las mujeres en E.E.U.U., que dieron pié al Manifiesto por un
feminismo para el 99% (Fraser, Arruzza y Bhatarchaya, 2019) así como las
elaboraciones de los feminismos latinoamericanos, involucrados en el movimiento
de feminismos transfronterizos, parecen indicativos de ello. El contexto de
sublevación de las mujeres que ha ido ocurriendo al menos desde el 2017 a nivel
global, da cuenta de esa articulación de luchas. Así mismo las formas
organizativas de las propias mujeres migrantes, en particular de centroamérica,
que además de todo lo referido acá han enfrentado la desaparición de sus hijos
e hijas en la migración por territorio mexicano.
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UCLA-CDWC (2019).
Profile of domestic workers in
California. Los Ángeles: University of California / California Domestic
Workers Coalition. Recuperado de: https://www.labor.ucla.edu/wp-content/uploads/2020/12/Profile-of-Domestic-Workers-in-California.pdf
Woo,
O. (2004). Abuso y violencia a las
mujeres migrantes. Violencia contra la mujer en México. Ciudad de México: IIS-UNAM.
[1] Identificador
persistente ARK: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s25250841/bsrh6n5bo
[2] "Este artículo fue posible gracias al
Programa de Becas Posdoctorales de la UNAM, al cual le extiendo un reconocido
agradecimiento"
[3] Centro de Estudios
Latinoamericanos - Facultad de Ciencias Políticas y Sociales – UNAM
México D.F.
https://orcid.org/0000-0002-6130-1873
[4] Centro de Estudios Latinoamericanos - Facultad de Ciencias
Políticas y Sociales – UNAM
México D.F.
https://orcid.org/0000-0002-3135-4077
margara.millan@politicas.unam.mx
[5]
Utilizamos el término de racialización para evidenciar la persistencia de
acciones sociales basadas en el etnocentrismo que inferioriza y discrimina a
las personas por su origen étnico, su tonalidad de piel, sus práctica culturales,
etc. Estas acciones persisten en tanto que el sistema capitalista obtiene una
gran parte de la plusvalía al encuadrar a trabajadores bajo estas marcas de
exclusión. En el contexto migratorio “régimen global de fronteras” (Mezzadra,
2012) permite la filtración calculada de mano de obra precarizada por medio de
procesos de racialización.
[6] A inicios de la década de 1980 con la llegada de Ronald
Reagan a la presidencia de Estados Unidos se intensificaron las políticas
intervencionistas sobre la política de Centroamérica, cuyo propósito fue
aniquilar a las guerrillas y movimientosde izquierda. Para muchos
investigadores (Morales, 2007; Sandoval; 2015) se considera este periodo como
el origen de las diásporas centroamericanas de nuestros días.
[7] En
los últimos dos años, la presencia de familias enteras en las caravanas no
garantiza más el respeto al derecho de movilidad por territorio mexicano, tal
como hemos visto en las violentas contenciones a las caravanas migrantes por
parte del Instituto Nacional de Migración (INM) en las últimas semanas.