Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos

N° 1. Año 2015. ISSN: 2525-0841. Págs.51-64

http://criticayresistencias.com.ar

Edita: Colectivo de Investigación El Llano en Llamas. Ciudad de Córdoba

El hilo rojo: subjetivación o clase[1]

The red thread: subjectivation or class

María Alejandra Ciuffolini[2] 

Resumen

A lo largo de este artículo proponemos hacer un recorrido en relación a las categorías de subjetivación y clase. Particularmente interesa dar cuenta de los contenidos y alcances de cada de ellas, así como también plantear la necesidad de recuperar y redefinir la noción de clase para el análisis de las situaciones del presente. Para ello, ponemos en juego las oposiciones centrales entre ambas nociones para, finalmente, reconocer sus puntos de contacto y las lecturas que cada una habilita y promueve.

El objeto último de este trabajo radica entonces en promover el debate, repensar el contenido de las categorías y proponer nuevos sentidos que sirvan a las sutilizas retóricas que las luchas de resistencia requieran. Este ejercicio intelectual adquiere sentido en tanto que la explotación y la exclusión siguen siendo las características renovadas y ampliadas del capitalismo en el contexto contemporáneo.

Palabras claves: Subjetivación; Clase; Lucha; Resistencias.

Abstract

Throughout this paper we propose a tour in relation to the categories of subjectivity and class. Mainly we are interested to account for the contents and the scope of each of them, as well as we highlight as a need to recover and redefine the notion of class analysis for present situations. To do this, we bring into play the central opposition between the two concepts to finally recognize their contact points as the readings that each of them enable and encourage.

The last aim of this work then lies in promoting debate, rethink the content of the categories and propose new ways to serve the rhetorical subtleties that require resistance struggles. This intellectual exercise becomes meaningful while exploitation and exclusion remain as the renovated and expanded features of capitalism in the contemporary context.

Key words: Subjectivity; Class; Struggle; Resistance.

Es particularmente notable como en cada época, intelectuales y académicos comprendemos y decimos a partir de determinados conceptos que nos permiten explicar de algún modo cómo es que las cosas suceden, cuáles son sus problemas, y qué tipo de transformaciones se están dando. Es por ello, que en cada momento se reconoce un repertorio de categorías que se vuelven comunes –en el sentido no sólo de compartidas sino también corrientes– cuyo uso y reiteración parecen casi una moda –al menos en el ámbito universitario y cultural. Quizá se puede pensar que la extensión y publicidad de determinados conceptos dicen de la validez o acuerdo dentro de la comunidad académica respecto de su potencia para explicar el presente; pero también podríamos sospechar que tal “espíritu de época” entraña un uso escasamente crítico tanto respecto de esos conceptos, como de las problemáticas a las que refieren o plantean.

Las gramáticas teóricas son siempre históricas, hacen a un modo de conceptualizar, interrogar y de delimitar problemas; “eso que sucede”, eso “que es y tiene un lugar”, son operaciones jerarquizantes, divisorias y normalizadoras –diría Foucault–, artefactos, modos de apreciar, situar, valorar, etc. E igualmente implican su contracara, esto es, modos de opacar, dislocar, ignorar, etc. Aquello que el pensamiento y sus marcos de referencia excluyen como algo ajeno, o bien como impensado, o como “eso” de lo que ya no se habla, no desconoce el hecho de que lo invisibilizado es tanto, o más real, que lo manifiesto. Pero no se trata de investigar ese inexistente fondo oculto tras los discursos, sino la “voluntad de verdad” (Nietzche, 1981) que organiza el campo de dichos referentes, es decir, en tanto se trata de operaciones que sólo cobran sentido dentro de un orden de poder dado.

Este artículo propone hacer un recorrido en relación a las categorías de subjetivación y clase. Particularmente interesa dar cuenta de los contenidos y alcances de cada categoría, así como también plantear la necesidad de recuperar y redefinir la noción de clase para el análisis de las situaciones del presente. La idea es jugar con sus oposiciones para finalmente reconocer sus puntos de contacto y las lecturas que cada una habilita y promueve.

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Una estrategia para dar cuenta de la inteligibilidad que la categoría de subjetivación tiene en relación al orden presente, el alcance de las cuestiones que visibiliza, que politiza, es abordarla a contraluz de otra categoría –hoy opacada– como es la de clase, pero dejando de lado el simple cotejo tipológico, en favor de un movimiento de reintegración orientado a reconstituir el fondo común de recorridos sin relación aparente, aquel que pretendemos establecer entre subjetivación y clase.

La categoría de biopolítica, acuñada por Foucault en los años 70, se inscribe en la senda de las teorías y filosofías políticas que insisten en interrogarse acerca de la relación entre vida, poder político e historia, pero no desde una apropiación de la vida por parte del poder como su destino ontológico, sino como su condición histórica y por lo tanto reversible. Señala Foucault (1979) el gran logro de Marx consistió en haber creado un estilo de investigación social en donde el presente ya no es visto bajo el aspecto de su validez universal y su racionalidad, sino, más bien, considerando su particularidad radical y su dependencia de factores históricos[3].

En este sentido, Marx habría inaugurado una forma de narrar el presente que no parte ya de un modelo normativo abstraído de las contingencias históricas que le dieron origen. Marx sería, entonces, el primer pensador moderno que destacó precisamente las contingencias históricas y las estrategias de poder (Foucault, 1979: 7); temáticas que se continúan y redefinen con las nociones gramscianas de lucha por la “hegemonía” como un hecho frente al cual es imposible sustraerse, y la de “praxis” en tanto se da una superación de la separación presupuesta entre sujeto y objeto (Gramsci, 2001).

Desde esta plataforma, la vida entendida como el conjunto de impulsos, deseos y necesidades que atraviesan el cuerpo de los individuos y las poblaciones, deviene completamente histórica, es decir es objeto de prácticas políticas destinadas a transformarla y, por ende, materia de conflicto (Esposito, 2006). Si la apropiación de la vida por parte del poder no es un destino ontológico, sino una condición histórica y reversible, entonces se comprende la tarea que deja abierta la compleja interrogación de Foucault: ¿cuál es el efecto de la biopolítica, qué resultado genera si es un mecanismo productivo, productivo de qué?

La respuesta se bifurca en las ideas de subjetivación, por un lado; y de muerte, por otro. O la biopolítica produce subjetividad o produce muerte. La potencia provocadora de la interrogación y las dos nociones acuñadas como posibles respuestas, tienen una amplia recepción, apropiación y transformación en los autores contemporáneos; tal repertorio va desde Agamben a Negri, de Espósito a Ranciere, de Butler a Lazaratto, entre otros.

Tal multiplicidad de registros expresa también las distintas maneras –y por lo tanto los diferentes contenidos y alcances– en que puede pensarse la noción misma de subjetivación. Esta noción se refiere a los modos de transformación siempre dinámicos e imprevisibles en los que los sujetos pueden configurar otras formas de existencia, desplazando y dislocando la manera en que son atados a ciertas identidades. Tassin dice: “la subjetivación designa un proceso y no un estado (una situación, un estatus o un principio del ser). Pero este proceso no es simplemente el de un llegar a ser sujeto, como si pudiera darse por entendido que sabemos lo que significa ‘ser sujeto’: es más bien el proceso de un llegar a ser ‘x’, proceso que no sabría fijarse, estabilizarse bajo la forma de ‘sujeto’, sea cual sea el sentido en el que se tome el término, bien sea en el sentido de la subjetividad o de la sujeción” (2012:37).

En efecto, la subjetivación puede ser entendida ya sea como un proceso abierto en el que se constituye un sujeto que nunca es, en todo caso, completamente dado ni dueño de sí (Foucault, 1979); ya como un proceso en el que las personas se des-identifican para establecer nuevas formas de relación y de experiencia en acciones colectivas que tienen incidencia en lo visto y en las formas de ver (Rancière, 2006). Para Rancière resulta claro que la subjetivación política no nace como una emergencia radical si convenimos en que no opone un grupo a otro, sino un mundo a otro.

La formación de ese mundo tiene un origen doble. Por un lado, es fruto del proceso de separación que la acción misma produce al crear otro uso del tiempo y del espacio, otros lazos entre los individuos, y otros posibles en el pensamiento. Pero también es el resultado de una multiplicidad de transformaciones en las prácticas y las formas de vida y de pensamiento. Hay dos grandes tipos de transformaciones “subjetivadoras”. En primer lugar, la creación de lazos a través de las experiencias concretas de solidaridad en el trabajo, en la lucha; pero, también, a través de las formas de intercambio que pueden experimentar las personas en la vida cotidiana, o a través de los distintos servicios que pueden prestarse entre sí. Y, en segundo lugar, las diferentes maneras en que las personas escapan a las rigideces de su identidad: mediante la apropiación de una cultura diferente, a partir de poder decidir sobre la sexualidad y/o género, etc.

Una subjetivación política es el encuentro de estos dos componentes: el lazo que se opone a la separación de los individuos y el devenir-otro que rompe con la asignación identitaria. Pensar las transformaciones y las interacciones entre esos dos componentes nos permite salir de las oposiciones rígidas entre lo individual y lo colectivo, entre lo cotidiano y la política. No hay oposición entre esos dos términos, sino siempre un cierto trenzado de lo individual y lo colectivo, del tiempo cotidiano y el tiempo del mundo.

Así, en Deleuze una línea de subjetivación es un proceso, “una producción de subjetividad en un dispositivo [...]. Es una línea de fuga. Escapa a las líneas precedentes, se escapa de ellas. El Sí Mismo no es ni un saber, ni un poder. Es un proceso de individuación que recae sobre grupos o personas, y se sustrae a las relaciones de fuerza establecidas como saberes constituidos, al tiempo que habilita, también, a preguntarse por la manera en que las resistencias y desestabilizaciones con respecto a las técnicas de poder podrían darse más bien en formas de desubjetivación, es decir, en prácticas o acontecimientos que alteran, horadan, expropian al sujeto”. (2003:318).

En estas perspectivas, los procesos de subjetivación se encuentran dispuestos en un registro ético-político, lo cual supone entenderlos en relación más directa con la noción de gubernamentalidad. Es en la intersección de ambos conceptos que se habilita un campo de interrogantes tales como: ¿de qué manera el sujeto se transforma en ciertas prácticas de sí?, ¿en qué medida y forma esas prácticas colectivas son instancias de confrontación y transformación de los ordenamientos gubernamentales?, ¿pueden estas formas constituir instancias de interrupción a la administración de la vida, de sus mecanismos de sujeción y violencia?, ¿cuáles son los dispositivos y tecnologías desde las que se gobierna la vida?, entre otros.

En tensión con estas aproximaciones, Agamben y Espósito proponen recuperar la noción de biopoder –abandonando la de gubernamentalidad– para explorar de manera genealógica las formas de poder sobre la vida, a fin de reconocer una suerte de racionalidad de ese poder, en claro contraste con la perspectiva historicista propuesta por Foucault. Para ambos autores, la biopolítica funciona desde una “máquina antropológica” (Agamben), o desde un “dispositivo de la persona” (Espósito, 2006) que escinde la vida entre vida humana (forma de vida, vida política, vida racional) y vida animal-humana. Y, en consecuencia, para los dos autores lo que estaría en juego sería repensar los modos en que podría hacerse inoperante este dispositivo, dislocando todas las representaciones y lógicas que le permiten funcionar, incluida toda referencia a un sujeto (aún en los casos en que el sujeto es entendido y constituido en un proceso abierto y contingente).

Por eso, tanto para Esposito como para Agamben, la noción de subjetivación no puede rehusarse por completo a la regulación y a las formas de sujeción de la biopolítica, y no puede tener entonces, el potencial disruptivo que ellos encuentran en una comprensión alternativa de la vida. De allí que Agamben (1995) acuñe la noción de lo impersonal, que remite a lo singular y será pensado en una tensión entre subjetivación y desubjetivación. Mientras que en Espósito la apuesta está en la idea de (de)subjetivación en tanto formas que nos liberen del peso de la persona sin por ello entregarse a las facilidades de las identidades prefabricadas o impuestas, ni a la despersonalización ejercida por el biopoder. Es por esta vía que el “pensamiento contemporáneo, bloqueado en la celebración posmoderna de su propio fin, puede encontrar una palabra para comenzar de manera afirmativa” (Esposito 2006, 11).

En este marco, dice Saidel, “la des-identificación o de-subjetivación no implican la completa desaparición del sujeto ni la ataraxia sino la posibilidad de pensar un sujeto ético y político vaciado de las pretensiones dominadoras de la persona, y una experiencia de lo común en la cual cualquier singularidad vale como tal, por fuera de la soberanía teológico-política y sus exclusiones. Este sería un paso importante para pensar otras formas de coexistencia que eviten el sacrificio del viviente en el altar de la “patria”, la “nación”, “el pueblo”, o “la vida” misma. Lo impersonal para estos autores no es ninguna de estas banderas ni pretende reemplazarlas, sino desactivarlas o profanarlas para poder habilitar un modo alternativo de pensar y actuar políticamente” (2013: 174).

Tales aproximaciones nos permitirían preguntas como: ¿Cuáles son las posibles estrategias o líneas de fuga del biopoder?, ¿qué formas de de-subjetivación habilitarían otra forma de política?, ¿Cuál es la política adecuada para prolongar el acontecimiento y la de-subjetivación?, ¿cuáles son los términos desde la que es pensable una política y una ética de lo impersonal?

Desde estas posiciones se promueve una inversión del pensamiento sobre política y vida, y en tal sentido, dice Espósito, “ya no se trata de pensar la vida en función de la política sino de pensar la política en la forma misma de vida” (2006: 22). Esto supone un desplazamiento de la vida reducida a la simple materia biológica, para comprenderla en su potente complejidad.

En igual vía Spinoza-Deleuziana, pero articulada con el pensamiento marxista, Negri organiza otra lectura del par biopolítica-subjetivación. Las transformaciones del capitalismo y más precisamente el trabajo, son el lugar de anclaje para complejizar temas clásicos como la autovalorización, el antagonismo y las formas de subjetivación. Como señalan Negri y Hardt “El sujeto, como Foucault ha comprendido bien es, al mismo tiempo, un producto productivo, que constituye las amplias redes del trabajo en sociedad y viceversa. El trabajo es a la vez sujeción y subjetivación el trabajo de sí sobre sí mismo de tal manera que hay que descartar toda idea de libre arbitrio o de determinismo del sujeto. La subjetividad se define simultáneamente, tanto por su productividad como por su productibilidad, tanto por sus capacidades de producir como de ser producida” (1998: §7).

Partiendo de la centralidad del trabajo inmaterial e intelectual, la multitud se presenta como “conjunto de constelaciones productivas de subjetividad”. El éxodo –la huida de las relaciones de dominación– se convierte en una opción estratégica. En la misma dirección se mueve la propuesta de Lazaratto (2006), para él la sujeción no es una cuestión de ideología, no concierne especialmente a los signos, a los lenguajes, a la comunicación; la economía es también una potente máquina de subjetivación. El propio capitalismo se puede definir no sólo como un modo de producción, sino también como una máquina de subjetivación. Para Deleuze y Guattari, el capital actúa como un formidable “punto de subjetivación que constituye a todos los hombres en sujeto, pero unos, los capitalistas, son sujetos de enunciación, mientras que otros, los proletarios, son sujetos de enunciado sujetos a máquinas técnicas” (Deleuze y Guattari, 2002). La transformación del salariado en “capital humano”, en empresario de sí mismo, tal y como lo conforman las técnicas de dominio contemporáneas, es la realización simultánea de procesos de subjetivación y de procesos de explotación, ya que, aquí, es el propio individuo quien se desdobla. Por una parte, el individuo lleva la subjetivación al paroxismo, dado que implica en todas sus actividades los recursos “inmateriales” y “cognitivos” de “sí mismo”, y por otra parte conduce a identificar subjetivación y explotación, dado que es a la vez patrón de sí mismo y esclavo de sí mismo, capitalista y proletario, sujeto de enunciación y sujeto de enunciado.

En continuidad con lo expuesto por Negri y Lazaratto, Modonesi señala:“es posible y pertinente analizar los procesos de subjetivación política, a nivel sincrónico, a partir del reconocimiento de combinaciones desiguales de subalternidad, antagonismo y autonomía –entendidas respectivamente como experiencias de subordinación, insubordinación y emancipación surgidas de relaciones de dominación, conflicto y liberalización–y, al mismo tiempo, a nivel diacrónico, en función de un elemento ordenador que, tiñendo de sus colores a los demás, estructura la forma de las dinámicas de formación y configuración de las subjetividades políticas concretas en un momento o pasaje histórico” (2010: 18-19).

Las preguntas que pueden ensayarse desde esta posición serían las siguientes: ¿cómo es posible un acontecimiento, una acción de ruptura, dentro de un mundo definido como imperio?, ¿qué modos de agenciamientos pueden intervenir de un modo antagónico en los ejercicios y repartos de poder que configuran los ordenamientos sociales dominantes?, ¿en qué medida el trabajo como categoría central de la subjetivación puede dar lugar a agenciamientos alternativos y en disputa con las lógicas hegemónicas del capitalismo actual?

Hasta aquí hemos recorrido potentes desarrollos conceptuales, que abren un abanico de problemáticas nuevas, líneas de indagación que se muestran como interesantes caminos a seguir; no obstante, también surgen algunas inquietudes respecto de la capacidad transformadora del concepto de subjetivación, por ejemplo ¿en qué medida es una alternativa fructífera para concebir formas de interrupción con respecto a la administración de la vida, y para quebrar los mecanismos con los cuales operaría?; ¿en qué medida la vida es entendida como un proceso de acontecimientos singulares e impersonales que no remiten a un sujeto individuado, a la persona, puede –y de qué manera– constituir agenciamientos colectivos, luchas políticas?; etc.

Foucault insiste en la estrecha relación entre biopoder y desarrollo del capitalismo, según él éste último “no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos. Pero exigió más; necesitó el crecimiento de unos y otros, su reforzamiento al mismo tiempo que su utilidad y docilidad; requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en general, sin por ello tornarlas más difíciles de dominar; si el desarrollo de los grandes aparatos de Estado, como instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las relaciones de producción, los rudimentos de la anátomo y biopolítica, inventados en el siglo XVIII como técnicas de poder presentes en todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas (la familia, el ejército, la escuela, la policía, la medicina individual o la administración de colectividades), actuaron en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen; operaron también como factores de segregación y jerarquización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía; el ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas y la repartición diferencial de la ganancia, en parte fueron posibles gracias al ejercicio del biopoder en sus formas y procedimientos múltiples. La invasión del cuerpo viviente, su valorización y la gestión distributiva de sus fuerzas fueron en ese momento indispensables” (2009: 133).

Profundizando e insistiendo sobre la teoría marxiana, Virno (2003a) sostiene que la biopolítica es sólo un efecto derivado del concepto de fuerza-trabajo. Cuando hay una mercancía que se llama fuerza-trabajo está ya implícitamente el gobierno sobre la vida. El autor no admite otra lectura posible de la biopolítica: “Si se mira con atención, se notará cuál es el punto decisivo: allí donde se vende algo que existe sólo como posibilidad, ese algo no es separable de la persona viviente del vendedor. El cuerpo del obrero es el sustrato de aquella fuerza de trabajo que, de por sí, no tiene una existencia independiente. La vida, el puro y simple bios, adquiere una importancia fundamental en tanto tabernáculo de la dynamis, de la mera potencia (Virno, 2003b:87). A partir de ello sitúa y se dirige a la multitud como subjetividad política, vital, insurgente. Como una red de procesos de individuación que conforman a los “muchos” como figura abierta.

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A partir de todo lo dicho, de la potencia analítica que se ha abierto con las nociones de biopolítica y subjetivación, es que nos interesa repensar como alternativa e incluso también en competencia con éstas la otrora significativa noción de clase. Es cierto que las tradicionales interpretaciones de dicha categoría han sido fuertemente cuestionadas, y que las transformaciones del sistema capitalista hacen necesario repensar el contenido de la misma, por lo tanto insistir y proponer nuevos sentidos es consistente con nuestra posición respecto a la centralidad del capitalismo como forma de explotación y exclusión, hoy en día renovada y ampliada.

Abrir el concepto a las múltiples complejidades retóricas que ofrece para ser repensado, es una tarea no exenta de errores y que rápidamente dará lugar al debate. Esto último es, incluso, el primer gesto político para que ella vuelva a participar de la discusión actual, y así considerar su potencia para interpretar y accionar en las circunstancias y frente a los problemas del presente. Conforme a ello y una primera advertencia, es que enfocamos el trabajo alejándonos de los rígidos esquemas dicotómicos de la tradición marxista como: conciencia/falsa conciencia, clase en sí/ clase para sí.

En la noción de clase aparecen un conjunto de elementos que permiten repensar su contenido, alcance y actualidad. Sumariamente enunciados, son los siguientes: en su aspecto más clásico refiere a un proceso, es relacional y antagónica; pero además incluye una dimensión semiótica, y por último la particularidad de emerger como acontecimiento y constituirse a partir de las luchas o resistencias que se organizan en un complejo abanico de relaciones sociales, cuyo denominador común es la precariedad y la subalternidad.

Entenderla como proceso habilita el análisis de las combinaciones y superposiciones que históricamente caracterizan a los procesos de politización de la acción colectiva de los dominados. “En la lucha –escribe Marx– esta masa se une, se constituye en clase para sí misma”. Entonces, la auténtica constitución de clase no es un a priori a la lucha, ni tampoco se alcanza a través de ella, sino en la lucha misma (Cavalletti, 2013: 82). En sintonía con el pensamiento original de Marx, Gramsci (2001) sostiene que la formación de la clase procede en el seno de las masas. El campo popular es para él un espacio heterogéneo integrado por un conjunto de grupos, lo cual plantea a la dimensión clasista no como punto de partida, sino como resultado de procesos sociales y políticos de convergencia.

La clase como proceso y como relación, no presupone necesariamente una igual condición de vida, no implica a individuos y/o grupos determinados estructuralmente a priori de la acción política. En cambio sí supone una noción respecto de lo común que no suprime la diversidad desde la que se constituye. Pero entonces, ¿qué podría ser esto común?, ¿qué es eso que individuos con trayectorias diferentes podrían definir como compartido?

Una respuesta tentativa sería aquello que amenaza la vida –no sólo biológicamente- aquello a lo que estamos expuestos y que nos precariza. La condición de precariedad es la situación que define el estatus de individuos y grupos en el escenario de un capitalismo que organiza relaciones y prácticas caracterizadas por la fragilidad, la fragmentación y el riesgo. La vulnerabilidad –actual y/o potencial- es la condición de anclaje para la producción y reproducción de las relaciones de dominación y subordinación.

El carácter relacional y antagonista, hace referencia a que las clases se definen por su localización dentro de un sistema de relaciones sociales antagónicas. Esto implica decir cuerpos y lugares, trayectorias que los unen y que definen una situación compartida, en relación antagónica con otros cuerpos, lugares, etc. Tal disposición de polos en contradicción y conflicto se da dentro de un campo más o menos amplio de posibilidades reguladas, por su estructura o su ley. De allí que las luchas que emprenden no puedan referirse sólo a aquellas que van contra el capital y el Estado, sino que se amplían y abarcan también a los conflictos que se despliegan contra los roles sociales que tenemos interiorizados.

En un sentido semejante Holloway sugiere que “el conflicto no tiene lugar después de que la subordinación ha sido establecida, después de que las formas fetichizadas de las relaciones sociales han sido constituidas: más bien es un conflicto sobre la subordinación de la práctica social, sobre la fetichización de las relaciones sociales. El conflicto es un conflicto entre la subordinación y la insubordinación. Las clases y sus luchas no tiene lugar dentro de las formas constituidas en las relaciones sociales capitalistas; por el contrario, la constitución de aquellas formas es en sí misma lucha de clases. Esto nos lleva a un concepto mucho más rico de la lucha de clases en el que la totalidad de las prácticas sociales está en juego. Toda práctica social es un incesante antagonismo entre la sujeción de la práctica a las formas fetichizadas, clasificadoras del capitalismo, y el intento de oponerse y deshacer dichas formas a favor de otras nuevas. No se puede hablar entonces de la existencia de formas de lucha no clasistas y tampoco suponer que las clases están pre-constituidas y que la subordinación del trabajo al capital está preestablecida y se organizan a partir de ahí” (2004: 79).

Pero además hay un rasgo muy interesante que Cavalletti resalta respecto del antagonismo en estos términos: “si para Carl Schmitt el principio interno de toda asociación es la distinción amigo-enemigo; para Marx el presupuesto de la lucha política y principio interno es la solidaridad. Una solidaridad efectiva y no lucha por el dominio. Es en la solidaridad donde se plantea la última batalla, ya que se unen y se desarrollan todos los elementos necesarios (…) Una vez que se llega a este punto, la asociación asume un carácter político” (2013: 83). Parafraseando a Butler (2006) podríamos decir que en las luchas algo acerca de lo que somos se nos revela, algo que dibuja los lazos que nos ligan a otro, que nos enseña que estos lazos constituyen lo que somos, los lazos o nudos que nos componen.

La dimensión semiótica. En las sociedades capitalistas la relación con lo real debe pasar forzosamente por una mediación. Sin significado y sin representación, no hay acceso a lo real. Tal producción de sentido es el resultado de la interacción entre lo semiótico y lo extra-semiótico, puesto que la reproducción de las formas básicas de las relaciones capitalistas dependen tanto de las dinámicas de movimiento del capital y también de las prácticas sociales contingentes que involucran mucho más que aquello que se entiende de manera reduccionista como económico[4].

La relación entre significados y acontecimientos no establece primacía de uno sobre otro, tampoco se trata de la mera correspondencia entre expresiones y situaciones –sean estas del mundo material o abstracto-; y mucho menos supone que ambos elementos coincidan en una unidad; sino que implica una relación crítica entre concepto y situación que habilita la posibilidad de subversión, esto es la posibilidad de que en las luchas se desplieguen nuevos sentidos y/o se recuperen representaciones perdidas/opacadas/reprimidas.

Para aprehender e inventar herramientas apropiadas, los procesos a bosquejar, las metodologías a poner en marcha, Guattari (2013) propone pistas cuya eficacia no se encuentra garantizada; le toca a cada lucha experimentar a partir de la situación concreta y contextualizada, la elaboración de las más pertinentes, aquellas sensibles a captar el pequeño lado de la historia, aquello que escapa a los estereotipos con los cuales ellas son habladas e interpretadas desde los sentidos dominantes. No se trata de develar lo oculto sino de experimentar a partir de aquellas aperturas que son posibles –mas no infinitas- al interior de la formación discursiva hegemónica. Subvertir las relaciones sociales y prácticas instituidas, implica necesariamente una apertura y creación de “otros y nuevos” sentidos, redefinir los significados desde los que se aprende y aprehende la situación misma de subalternidad, de precariedad; pues si como decíamos, las clases y sus luchas no tiene lugar dentro de las formas constituidas en las relaciones sociales capitalistas, sino que la constitución de tales formas es en sí misma lucha de clases, entonces la dimensión semiótica es el punto de inflexión para la subversión de esas relaciones y la elaboración de otras emancipadoras. En este sentido y como dice Lazzarato (2012), semiótica y política, gobierno de los signos y gobierno del espacio político están estrechamente ligados.

Espontaneidad y Ámbitos. La masa se halla siempre en ebullición, y de caos-pueblo se convierte cada vez más en orden en el pensamiento, se hace cada vez más consciente de su propia potencia, de su propia capacidad para asumir la responsabilidad social, para devenir árbitro de su propio destino. La característica de las luchas en los sectores subalternos es que ellas son episódicas y disgregadas[5], e incluso insiste Gramsci (2001), sufren la iniciativa de las clases dominantes hasta en su rebelión[6]. Por lo tanto la clase se constituye y expresa en esas irrupciones espontáneas que dan cuenta de experiencias en las que la vida está muy próxima a la imposibilidad de ser vivida. Es la construcción de la política a partir de la problematización del “aquí y ahora”, en las que se visibiliza y combate contra las formas de dominación que están en marcha en las relaciones sociales y en las relaciones de poder, o que se movilizan contra las formas de dominio a las que se confrontan los individuos en sus lugares de trabajo tanto como en el ámbito doméstico, en el trato con las instituciones tanto como en el espacio público-político.

Pero además de ampliar la politicidad a otras relaciones y espacios más allá del trabajo, esta noción de clase también repiensa el tiempo de las luchas a partir de las notas que al respecto hizo Gramsci[7]. La cuestión es que si las clases se constituyen en la lucha, y si las mismas no implican necesariamente conflictos de larga duración, entonces la fuerza política verdadera es una fuerza que tiene que crear, de algún modo, su propia temporalidad; es más, podría decirse que no se trata de prolongar eventos sino de declarar que en el fondo no hay actores parciales, ligados exclusivamente a tal o cual combate. Son puntos de insurgencia en la malla de poder diversa y compleja que caracteriza al capitalismo actual. Cada lucha –más allá de su alcance y el objeto que persigue- expresa simultánea o alternativamente acciones económicas, aspiraciones políticas, y estrategias comunes contra los aparatos de sometimiento.

Esa pluralidad que involucra cada lucha es el aspecto esencial que dispone hacia la coalición. Con la coalición comienza la solidaridad entre las resistencias, pues se vuelve visible y objetable el dispositivo social basado en relaciones de explotación, de rivalidad, de competencia y de desigualdad. Pues cada lucha desnuda un aspecto particular de la genética común de las relaciones sociales capitalista, y por lo tanto vuelve común o compartidas las estrategias y experiencias y afectos de las resistencias. Un lazo se tiende entre ellas cuando se descubren la simetría de esperanzas y temores que las atraviesan. Esa dimensión afectiva de la resistencia ha sido reconocida por Gramsci (2001), en lo que él  llamó el “optimismo de la acción”. La lucha genera optimismo, no porque garantice el éxito, sino porque es agradable por sí misma; y es agradable porque genera solidaridad, que es un sentido de pertenencia en movimiento, como proceso y no como identidad. Solidaridad es neutralización de la dicotomía sujeto-objeto y de los miedos que la acompañan. Así se crea una clase, una clase realmente creativa, es decir capaz de concientizarse y de inventar su futuro, en vez de su pasado (Cavalletti, 2013).

La invención del futuro, a partir de luchas singulares, supone un sentido de pertenencia en movimiento solidario, un proceso capaz de trazar caminos de creación que no dejan de fracasar, pero que no dejan tampoco de ser retomados, modificados, hasta la ruptura del viejo dispositivo" (Deleuze 2003: 320).

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Siguiendo el hilo de una argumentación que, desde un principio, indagó sobre esa “voluntad de verdad”-esa moda académica o corriente cultural que organiza el campo de referentes de las palabras “biopolítica” y “subjetivación”- lo que aquí pretendimos fue reconocer su potencia analítica. Pero este reconocimiento no se pensó como un fin en sí mismo, sino para problematizarla en contraste con su alternativa competitiva, la noción de “clase”. En este sentido, no se trató de resucitar alguna de sus interpretaciones tradicionales o de restablecer la rigidez de aquellos viejos esquemas dicotómicos.

Al poner al lado de la categoría biopolítica de subjetivación, la de clase, se proponía abrir el concepto, promover el debate, repensar su contenido y proponer nuevos sentidos asociados al desarrollo de las sutilezas retóricas que las luchas de resistencia requieran. Y esta operación intelectual se justifica, precisamente, en la medida en que la explotación y la exclusión siguen siendo características renovadas y ampliadas del capitalismo.

En este sentido, el gesto antagónico que opuso Clase a Subjetivación, no implica sólo la pretensión de sustituir una ontología por otra. Al pretender devolverla a la discusión actual, se expresa una apreciación realista de los problemas del presente y los requerimientos de su resistencia. Una vez asumido el compromiso político nacido de una apreciación compartida del capitalismo, la conceptualización clásica destaca el proceso relacional de una clase que se enfrenta a otra, u otras, también en el plano semiótico.

Dada la precariedad y el carácter subalterno de una clase que se constituye en el acontecimiento de múltiples y diversos focos de resistencia; más que a la plástica subjetivación particular de individuos de diverso formato, la reapertura conceptual de la categoría de clase apunta a la potencialidad de una dispersión de puntos de insurgencia en cuyo flujo, entre cuyas trayectorias, pueden darse algunas constelaciones momentáneas de oposición a los aparatos de sometimiento. No se trata sólo de un mero re-posicionamiento del autor como intérprete privilegiado. Precisamente, no es el dispositivo ideológico-político de sumisión lo que despierta el ardor de nuestra argumentación. Lo que de verdad vincula nuestras esperanzas y temores, es ese hilo, todavía rojo, de nuestra solidaridad creativa.

Bibliografía

AGAMBEN, G. (1995) Homo Sacer, El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos.

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El hilo rojo: subjetivación o clase

María Alejandra Ciuffolini


[1] Fecha de recepción: 12/05/2015. Fecha de aceptación: 14/07/2015.

[2] Universidad Nacional de Córdoba. Universidad Católica de Córdoba. Colectivo de Investigación El Llano en Llamas.

[3] Seguir su tradición implica, reconocer como él lo hace en el primer volumen de El Capital, que las cosas -por ejemplo el dinero, la mercancía- no son signo de una realidad objetiva sino que se trata siempre de una interpretación, y en este sentido la función del conocimiento y su compromiso político es dar cuenta de las condiciones estructurantes de esa realidad a la que se le asigna un estatus objetivo y natural.

[4]         Esta definición es deudora de la interpretación Gramsciana de la doble dimensión material y simbólica de la hegemonía.

[5] “La historia de las clases subalternas es necesariamente disgregada y episódica: hay en la actividad de estas clases una tendencia a la unificación aunque sea en planos provisionales, pero esa es la parte menos visible y que solo se demuestra después de consumada. Las clases subalternas sufren la iniciativa de la clase dominante, incluso cuando se rebelan; están en estado de defensa alarmada. Por ello cualquier brote de iniciativa autónoma es de inestimable valor” (Gramsci, 2001:299-300).

[6] “Puede decirse que el elemento de espontaneidad es, por ello, característico de la “historia de las clases subalternas” e incluso elementos más marginales y periféricos de estas clases que no han alcanzado la conciencia de clases “por si mismas” y que por ello no sospechan que su historia pueda tener alguna importancia y que tenga algún valor dejar restos documentales de ella. Existe pues una “multiplicidad” de elementos de “dirección consciente” en esto movimientos pero ninguno de ellos es predominante o sobrepasa el nivel de la ciencia popular de un determinado estrato social, del “Sentido común” o sea la concepción tradicional de aquel determinado estrato” (Gramsci, 2001: Q3:328-329).

[7] Citadas a pie en página anterior.