Crítica y Resistencias. Revista de conflictos sociales latinoamericanos N° 3. Año 2016. ISSN: 2525-0841. Págs. 227-234.
http://criticayresistencias.com.ar
Edita: Colectivo de Investigación El Llano en Llamas
Hay que hacer colectividades no cerradas, alianzas promiscuas
Entrevista con Jean Tible
Jean Tible es militante y profesor de ciencia política en la Universidad de São Paulo. Es autor de Marx selvagem (São Paulo, Annablume, 2013) y co-editor de Junho: potência das ruas e das redes (São Paulo, Fundação Friedrich Ebert, 2014), Cartografias da emergência: novas lutas no Brasil (São Paulo, FES, 2015) y Negri no Trópico 23˚26'14'' (São Paulo, Editora Autonomia Literária, Editora da Cidade e n-1 edições, 2017). Textos y libros disponibles en: https://usp-br.academia.edu/JeanTible
CyR: Existe un consenso hoy, más o menos generalizado, sobre el contexto de crisis que viven los proyectos considerados progresistas en Nuestra América. ¿Cómo lee la coyuntura actual, con sus posibles rupturas y continuidades?
JT: Profunda crisis, por cierto. Primero, ¿qué pasó en América Latina desde los 2000? ¿Qué representaron esos procesos históricamente? ¿Cuáles fueron sus fuerzas y límites? Creo que tres políticas atraviesan esos procesos: intento de combatir las desigualdades sociales (incluso étnicas y raciales), la emergencia de “nuevos sujetos” y la búsqueda de formación de un bloque regional. Necesitamos hacer un balance colectivo de esas experiencias en la región y sus tentativas de democratización. Se trató de un fenómeno muy importante. Durante los primeros años de los 2000, América Latina fue un laboratorio de las políticas más interesantes del mundo. Fueron gobiernos que se instalaron a partir de revueltas, insurrecciones, disrupciones plebeyas y eso es un punto fundamental. Su energía transformadora viene de ahí. Pero se agotó. ¿Por qué? Una serie de límites internos, en la medida que no lograron cambios profundos en la participación ciudadana, en las decisiones políticas y económicas, descolonizar las relaciones y concretar los sueños de integración regional. Ir más allá de los cambios iniciales no fue posible. Esos procesos políticos, nacidos de las luchas y movilizaciones populares, han mejorado las posibilidades de vida y horizontes existenciales de sus pueblos, pero no han conseguido profundizar esos cambios; han quedado satisfechos con esos cambios iniciales que en un momento parecía que serían solo el inicio de un nuevo recorrido. En una mirada regional, no pudieron estar a la altura de los deseos de cambio que esos propios procesos han contribuido a provocar en sus sociedades. Tal vez un símbolo de esos límites sea el trípode: Belo Monte-Tipnis-Yasuni. En esas tres decisiones políticas cruciales, los gobiernos desistieron de construir sendas alternativas para afirmar el camino habitual, pero más a la izquierda. La construcción de la represa de Belo Monte en Brasil, la apertura de la ruta en el Parque Tipnis en Bolivia y el inicio de la explotación de petróleo en el Parque Yasuní representaran la elección de un camino más monocultural, lo que resulta en una pérdida decisiva para las luchas y las posibilidades de transformaciones de vida.
En el caso particular de Brasil, el proyecto lulista no logró “aprovechar” las fuerzas sociales que él mismo ayudó a formar y tampoco apostó de verdad al fortalecimiento de nuevos actores. Las movilizaciones de Junio de 2013 fueron un pasaje decisivo en ese sentido, demandaban cambios urgentes que no fueron tenidos en cuenta.
Y al fin, el proyecto tampoco fue capaz de soportar la competencia “geopolítica” como actor internacional (el que articuló el acuerdo con Irán cuando ninguna potencia lo pensaba posible, por ejemplo). El agotamiento interno del proceso lo volvió vulnerable a la presión de “afuera” y de “adentro”: una operación anti-corrupción bastante selectiva y con ramificaciones internacionales que por ahora no conocemos en detalle quebró ese proceso en el país más populoso de América del Sur. Ahora todas las conquistas sociales (tierras indígenas, protección social, servicios públicos, política exterior más autónoma) están en riesgo.
Con todos sus límites, esos gobiernos fueron, en general, los mejores que hubo. Ahora vivimos un intento de restauración neoliberal. ¿Qué pasará en adelante? ¿No quedará nada? Ciertos logros están cayendo, otras que no fueron hechas son “cobradas” ahora. En algunos aspectos, los elementos no son de ruptura tan fuerte, también hay continuidad, tanto en los programas sociales (Bolsa Familia en Brasil), como en problemas estructurales (situación de los pueblos indígenas y condiciones carcelarias inadmisibles). Todo ha empeorado, incluso en temas en que los proyectos considerados “progresistas” no habían avanzado o los avances fueron limitados o insuficientes. Ahora se trata, creo, de pensar-concretar lo que sería un nuevo ciclo de la izquierda, partiendo de ese balance del período anterior.
CyR: ¿Cómo se relaciona este concepto con las nociones de Crisis del capitalismo? ¿Ofrece la noción de Crisis herramientas para pensar al contexto capitalista actual?
JT: Podemos evaluar que la “crisis del capitalismo” está instalada desde la revuelta (¿revolución?) global de 1968, o sea, ya lleva 50 años. En ese año en todo el mundo hubo insurrecciones: Vietnam; negros, mujeres, jóvenes e indígenas en EEUU; México y América Latina, inspirados por Cuba; el Tercer Mundo, China, luchas de liberación nacional en el continente africano; París y la mayor huelga del “capitalismo avanzado”. El neoliberalismo puede así ser leído como una respuesta a eso, una contrarrevolución. La famosa evaluación entonces de Hutington y sus compañeros Crozier y Watnuki: hay demasiada democracia, las sociedades están quedando ingobernables ya que tenemos demandas sociales y reivindicaciones en exceso... Había que disciplinar eso todo.
Por otro lado, estamos en una época muy distinta a la de Marx y Engels, que esperaban la crisis con entusiasmo y optimismo. Hay, tal vez, una nueva comprensión del poder capitalista: el poder como crisis, según afirma Naomi Klein en su importante libro-investigación (La doctrina del shock). Pasamos entonces del miedo de la crisis a vivir de la crisis. El Brasil hoy es un case de eso. Tenemos, igualmente, una crisis ecológica gravísima, con el capitaloceno (Haraway): el modo de producción como factor geológico. Esa irrupción de Gaia (Stengers) nos exige cambiar parámetros y perspectivas, tanto de análisis como de lucha. A pesar de que continuamos actuando como si todo siguiera siendo lo mismo, vivimos varios “fines de mundo”: además de muchos mundos desde las colonizaciones, del socialismo “realmente existente”, del capitalismo industrial, del welfare, de los proyectos de liberación nacional... Estaríamos viviendo una transición, un interregno (Negri).
Una pregunta que queda después del “otro fin de mundo es posible” (inscrito en los muros de París durante las manifestaciones de la primavera de 2016): ¿cómo los movimientos podrían ser crisis? Pensemos en el 2001 argentino, 2013 brasileño, caracazo del 89, las guerras del agua y del gas en Bolivia, la crisis permanente con los Mapuche en Chile - y sus acercamientos al estado de excepción benjaminiano.
CyR: ¿Cómo lee la relación/reacción de los movimientos sociales con/en el contexto actual de Nuestra América?
JT: Tenemos, creo, en la región algunos de los movimientos más fuertes del planeta: de la auto-gestión zapatista a los Sin Tierra, pasando por prácticas artísticas y colectivos variados. Frente a las victorias electorales y golpes de las clases dominantes, el poder de resilencia y resistencia de los movimientos va a ser duramente “testeado”. Esos movimientos fueron extremadamente fuertes para abrir ese “ciclo progresista” y para lograr mejorías en las perspectivas de vida de la región, pero frágiles para profundizar esos cambios: ¿podrán mantener las conquistas, algunas históricas, otras recientes? ¿Podrán reinventarse y conectarse más en las nuevas condiciones? En la actual coyuntura, la resistencia deberá, creo, articularse a la reexistencia. Creo que ese factor será decisivo para resistir. Resistir creando.
CyR: ¿Cree que podríamos calificar el contexto actual de Nuestra América como un periodo de agotamiento de las formas de lo común basadas en las nostalgias y los voluntarismos?
JT: Nostalgias, sí. Creo que no logramos salir de un cierto nacional-desarrollismo. Por cierto, mejor que su versión anterior, por reducir las desigualdades y profundizar la democracia, pero que no logró una “verdadera” democracia, que termine con la división entre los que mandan y las que obedecen. Hemos tenido demasiadas dificultades para crear radicalmente nuevas relaciones desplazando los poderes constituidos (mediáticos, judiciales, empresariales, políticos, culturales), incluso en un contexto de varios “que se vayan todos” en distintas intensidades. Nuestra imaginación política queda todavía atrapada en “modelos de cambio” que no han funcionado en otras épocas y aún menos funcionarán en nuestros tiempos. En cuanto a los voluntarismos, no sé decir.
CyR: Deleuze decía que la única ética es estar a la altura del acontecimiento. ¿Qué cree que significa eso hoy para las luchas populares en Brasil en particular y en América Latina en general?
JT: Creo que para estar a la altura de los acontecimientos hay que luchar con las nuevas subjetividades subversivas que han surgido (o se han reforzado) en los últimos años: indígenas, trans, negras, feministas, proletarias, hackers, de los trabajadores y productores de cultura...estar juntos con las multiplicidades de esas luchas, su potencia. Habitar ese movimiento. Aprender con los sujetos en lucha, aprender de los mundos y relaciones que ya están siendo construidas, en sus búsquedas de autonomía y construcción de lo común. Sus políticas y sus cosmopolíticas, ya que son llamados a luchar - y luchan - también agentes no humanos: la agencia, en esos contextos, va mucho más allá de lo que habitualmente suponemos, incluyendo a espíritus, plantas, piedras, montañas, ríos y otros más... Contaminarse por las riquezas de esos mundos (Davi Kopenawa y muchísimas otras creaciones-luchas indígenas y menores). Ahí tenemos un desafío de composición en las diferencias. Eso gana otra dimensión que pensamos en un proceso de cura colectiva, ya que tenemos sociedades y personas enfermas, es solo ver las cifras de enfermedades mentales (depresión y otras). Las salidas solo pueden ser colectivas y de lucha (en contra de las estructuras y relaciones que nos explotan y oprimen haciendo otras relaciones más dignas). Apoyo mutuo.
En ese sentido, ¿qué instituciones políticas libertarias podemos constituir y qué emprendimientos económicos alternativos fortalecer? ¿Qué articulación entre esas dimensiones, “política” y “económica” que no están separadas podríamos evocar de los ejemplos clásicos (y contemporáneos) de los soviets o consejos como instancia de producción de vida? ¿Cómo cambiar las relaciones en lo cotidiano? Acá entran decisivamente las contribuciones feministas que han felizmente destruido las separaciones (incluso marxistas) entre producción y reproducción. El cuestionamiento a la representación y a la explotación a partir de la visibilización de sus lazos. Articular micro, meso y macropolíticas, sus espacios de estar juntos, de producir, deliberar, crear juntos, en y a partir de las diferencias.
La precariedad y la vulnerabilidad de todas y todos como base de esa construcción colectiva y
común.
CyR: Se han escuchado en los últimos meses, sobre todo a raíz de lo que está ocurriendo en Venezuela, diversas voces del ámbito académico y cultural haciendo referencia a las oportunidades perdidas de los proyectos populares y de su caída en lógicas consolidadas y sobre todo dominantes. ¿Piensa usted que los ámbitos académicos y artísticos tienen alguna forma de contribuir a la creación de otros mundos posibles más allá de un análisis post facto? ¿De qué forma?
JT: Estoy de acuerdo con esa perspectiva de oportunidades perdidas. Todas esas provocan rebotes: lo que no cambiamos (o no fue cambiado) vuelve con fuerza: monopolios y dominaciones políticas, económicas, culturales. Me parece que todo es creación, en el arte, en la universidad y en la política, que se trata de distintas formas de investigación (y de creación).
En lo que toca a la investigación “intelectual”, podemos reivindicar una tradición que remonta a Marx y su investigación obrera, a la historia desde abajo, a la conricerca operaista hasta formas contemporáneas de investigación-lucha... De un modo general, todos los movimientos (“sociales” y/o “culturales”) hacen investigación: el teatro, artes visuales y cine piensan y crean pensamiento (y prácticas) también. Parte de las interpretaciones (e intentos de cambio) más interesantes en Brasil están conectadas a ese corriente antropófaga que es artística, política, cultural, desde Oswald de Andrade, Helio Oiticica y un montón de sus interlocutores, de su época y de la nuestra.
CyR: Hoy existe una lucha política y mediática entre grupos de poder para determinar cuáles son las fronteras de lo intolerable. Cuando las relaciones de sensibilidad están encarceladas en el juego político de la interpretación de hechos: ¿Cómo ve la posibilidad de la construcción de comunidad? ¿Es posible alguna creación de lo común?
JT: Podríamos decir que lo que se opone al capitalismo es el común (y en parte la comunidad). El concepto de común es, igualmente, importante en la medida en que desplaza la oposición entre Estado y mercado/capitalismo, entre propiedad pública/estatal y privada. Entre los defensores de uno u otro, el común traza una línea transversal de lo que es, en varios sentidos, una falsa polémica. El capitalismo es de Estado desde siempre: su surgimiento cuenta con la activa creación de un mercado de trabajo que nada posee de natural (Marx). Basta que recordemos las leyes en contra del vagabundeo (el trabajo como obligación, la alternativa siendo la prisión), la privatización de las tierras comunales en el campo y los procesos de colonización, subyugación de otros pueblos, creación y apertura de nuevos mercados. Y last but not least, la subordinación de las mujeres y sus úteros como fábrica de trabajadores (Federici). Una construcción a hierro y fuego. Su continuidad y perennidad no ocurre sin constantemente regular las formas de propiedad y “reglas” de la economía y del “libre” comercio; ficciones.
Es obvio que no, no necesariamente se equivalen. Para pensar a partir de un ejemplo decisivo para Brasil (pero vale para otros países), es cierto que es mejor una Petrobras estatal que llevar únicamente en cuenta los indicadores de lucro y remuneración de accionistas. La propia Petrobras es un mix de eso, ya que tiene casi mitad de sus acciones en la Bolsa de Nueva York.
La oposición entre propiedad privada y pública/estatal opera y nos es relevante, sin embargo poco tiene que ver con una gestión verdaderamente democrática, en la cual sus trabajadores y los ciudadanos en general definirían la política energética nacional, incluso la petrolera. La propiedad privada crea la desigualdad, pero la estatal no necesariamente resuelve esa cuestión (pertenece a todos y a ninguno, o mejor, al Estado, que nos cede, por fuerza de las luchas, el derecho de ser representado políticamente). Frente a la alternativa infernal entre apropiación privada o estatal del común, la democracia solo puede ser pensada como gestión común del común, de lo que inventamos, producimos, organizamos y creamos.
Por un lado, el común puede ser comprendido como el planeta, tierra, agua, selvas, aire, cielo, minas, en el sentido de las riquezas en común. Significa, por otro lado, la creatividad y el trabajo humano, las relaciones construidas y los más variados frutos de la inteligencia colectiva; ese tejido de relaciones del hacer, mover, compartir, inventar, circular, participar y estar juntos. Más que en dos concepciones distintas acerca del común, puede pensarse en los híbridos naturaleza-cultura, ya que la “naturaleza” y la “cultura” no existen de forma separada. El común como un hacer, como lucha y constitución de otros mundos. La inteligencia colectiva es primera; después viene el pillaje capitalista o estatal, la apropiación de ese poder creativo de los productores, de su multiplicidad productiva, de sus subjetividades.
Hacer común, comunidad. Pero sin olvidar lo que Bakunin ya decía de los problemas de la comunidad (él estaba hablando del mir ruso) y que influenció a Marx: su patriarcado y su aislamiento que serían reaccionarios (lo que está bien presente en el 18 Brumario: los campesinos no pueden representarse a sí mismos, deben ser representados; más allá de un posible desprecio de Marx por esos sectores, hay esa cuestión del aislamiento que era clave para él).
Entonces, hay que hacer colectividades no cerradas, alianzas promiscuas... Como dice Graeber, el capitalismo es una mala manera de administrar el común/ismo: ¿cómo liberarse de esas relaciones? Si el capitalismo contemporáneo se alimenta de la extracción del común que producimos/hacemos (Negri), ¿cómo vivir de forma más intensa y feliz sin él?